El deseo de felicidad y la trascendencia humana

Con la intención de conocer y profundizar en la riqueza de la doctrina que nutre nuestro sello  institucional, hemos reflexionado acerca de nuestro fin último: la felicidad, en qué sí y en qué no consiste. La presente “cápsula tomista” mostrará otro aspecto de este tópico tan vital: el deseo que descubrimos en lo más profundo de nuestro ser de una felicidad perfecta e inacabable como cierta prueba de nuestra espiritualidad y, por ello, de nuestro carácter trascendente.

Partamos de nuevo del hecho innegable de que todo ser humano desea ser feliz. Sin embargo, lo quiere no de cualquier manera, sino según unas determinadas características. Junto a esto, también entendemos que el bien amado que, una vez poseído, nos hará felices, tampoco puede ser cualquiera, sino un bien de tal naturaleza que aquiete y sacie los deseos más profundos de felicidad y que le permita, tal como ya vimos, gozar de la tranquilidad en el orden del amor.

En diversos momentos, Santo Tomás de Aquino alude a cómo son esos deseos. La felicidad a la que aspiramos ha de ser perfecta y absoluta. Para serlo debe ser completa -no dejar nada fuera- y también durable en el tiempo, pues desde el momento en que tuviera un término temporal, sería imperfecta e incompleta. Además, el deseo de gozar para siempre de la felicidad no puede ser vano, dado que todo en la naturaleza tiene su razón. “Todo lo que tiene entendimiento por naturaleza desea existir siempre. Un deseo propio de la naturaleza no puede ser un deseo vacío. Así, pues, toda sustancia intelectual es incorruptible”. (Suma Teológica, Ia, q. 75, a. 6, in c.) En términos filosóficos, decir de algo que es incorruptible es afirmar que no muere, que es inmortal.

La inmortalidad de nuestra alma humana garantiza así, una de las condiciones de esta felicidad perfecta que aspiramos a conseguir, además de servir de demostración, indirecta, de la espiritualidad del alma, que trasciende lo material -finito y temporal. Así, pues, nuestra peculiar constitución espiritual tiene efectos que, por provenir de ella, remiten a un trascender lo que es material y circunscrito al espacio y al tiempo. La principal demostración de la espiritualidad del alma a que alude Santo Tomás es otra: su capacidad de operar sin necesidad de un órgano corporal y material, como sucede al pensar o al decidir algo. De ello concluye: “Es preciso que el alma intelectiva tenga el ser por sí, no dependiendo del cuerpo” (De anima, 1. resp).

Esta nota de la felicidad nos conduce a otra cuestión: si es posible esta felicidad perfecta mientras vivimos en el tiempo. Como hace habitualmente, Sto. Tomás introduce una distinción entre felicidad temporal y beatitud o felicidad eterna. Efectivamente, nuestra condición de seres en el tiempo hace imposible por ahora gozar de una felicidad perfecta. “En esta vida se puede tener alguna participación de la bienaventuranza, pero no se puede tener la bienaventuranza perfecta y verdadera”. (Suma Teológica, I-IIa, q. 5, a. 3). Incluso los que encuentran mayores gozos en esta vida, sienten también un cansancio o aburrimiento debido a la incapacidad de perseverar mucho tiempo en una misma condición o estado. Puede servirnos de ejemplo el hecho de que necesitemos descansar a diario, o el estar sometidos a cambiantes estados de ánimo que impiden la tranquilidad absoluta de nuestro espíritu.

La búsqueda de la felicidad implica una tensión existencial hacia lo que nos puede hacer felices.  Pero en medio de las limitaciones impuestas por nuestra condición de finitud forman parte de esa tensión, como ya hemos visto, las decisiones personales acerca de los medios para llegar al fin: mi felicidad. Decisión que, por otro lado, puede llevarnos a los medios correctos y más conducentes a la felicidad o, por el contrario, a otros que nos desvíen.

Parece, pues, que hemos de esperar a traspasar el umbral de la muerte pare entrar en la eternidad. Si merecemos gozar el Bien Supremo, que es Dios, en tanto que es el máximo y perfecto Bien deseado por nuestras facultades superiores, la felicidad será perfecta y para siempre.

 

María Esther Gómez de Pedro

Coordinación Nacional de Formación Personal