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La fantástica vida de Pepe Vázquez, el actor que se retira tras 60 años de carrera y mil anécdotas

El actor estrena "La última grabación de Krapp" de Samuel Beckett en la sala Delmira Agustini y acá repasa algunos momentos de uno de los actores más reconocidos

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Pepe Vázquez

por Fernán Cisnero
Ese señor tan simpático que recibe a El País en su casa de la Ciudad Vieja, la misma donde vivió muchos de los momentos más felices de su vida, es uno de los actores más reconocidos de Uruguay. Y ahora, él, Pepe Vázquez, se retira de los escenarios.

Lo hace con La última grabación de Krapp, una obra que Samuel Beckett escribió en 1958 y que le viene “como anillo al dedo porque es un viejo que escucha sus grabaciones”, dice Vázquez, quien ha sufrido algunos quebrantos de salud incluyendo una operación urgente de peritonitis.

La última grabación de Krapp, dirigida por Jorge Denevi y con Vázquez en el último papel de una carrera que abarca más de 60 años, se estrenó ayer y va en la Sala Delmira Agustini del Teatro Solís de jueves a sábados a las 19.30 y los domingos a las 19.00. La última función es el 28 de mayo y se espera un momento cargado de emoción.

“Es una obra maravillosa”, dice Vázquez. El personaje central es un hombre grande que mira atrás en su vida, sus amores, lo que dejó sin hacer, sus crisis, “para hablarnos de la vulnerabilidad y la fragilidad humana, del paso del tiempo y de la crudeza de la vejez a través de un hombre mayor que recurre a su pasado y se confronta con sus imperfecciones, tanto las de entonces como las de ahora”, dice el resumen aportado por el Teatro Solís

“Ha sido una vida fantástica”, repasa Vázquez. “Tuve un vida hermosa con Imilce (Viñas, su compañera de toda la vida y madre de su hija María Clara), con las dificultades que tiene la vida de las parejas, claro, pero hermosa”.

Con Viñas -quien, dice Vázquez ,lo influyó como hombre y como intérprete- trabajó un montón en teatro, café concert y televisión. Fue con ella que se fue al exilio a Costa Rica y a México, de donde volvieron en 1985. Un retrato de ella de una marquesina de uno de los tantos éxitos que estrenaron en Costa Rica, preside la sala en la que Vázquez recibe a El País.

“Hice lo que quise hacer, entonces no se me viene encima una montaña de dolor o ahogo”, dice. “Viajé. Fui a Cuba en el momento que había que ir. Cuando llegué a Montevideo de Treinta y Tres conocí hermanos de la vida como Amanecer Dotta...”.

-¿Cómo era llegar de Treinta y Tres a Montevideo cuando se vino a la capital?

-A los 16 años yo quise hacer preparatorio y mi padre me dijo: “vos sos muy fatal, te vas para Montevideo con tu hermana mayor”. Me inscribieron en el Instituto Uruguayo de Estudios Preparatorios de la calle Canelones, que era una combinación del Elbio Fernández, el Crandon y el José Pedro Varela. Después me inscribí en la universidad pero nunca entré a los cursos. Nos juntábamos en el (bar) Sportman con los compañeros de clase y, clandestinamente, me puse a estudiar teatro. A la hora de clase, caminaba y en 18 y Minas había un hombre que vendía libros que era Amanecer Dotta, y su íntimo amigo era Alfredo Zitarrosa que era locutor de radio El Espectador. Cuando lo conocí a Alfredo, me preguntó dónde iba a vivir. Ante mi duda me llevó a la pensión de su madre en Yaguarón entre Isla de Flores y Gonzalo Ramírez, y me consiguió trabajo como vendedor de libros. No era bueno y solo me importaba juntar la plata para pagar la pensión, así que Alfredo se empecinaba en enseñarme locución.

-De todas esas personalidades que conoció, ¿quién fue el que más lo impactó?

-Salvador Becquer Puig, uno de los grandes poetas de este país. Iba mucho a la casa y ahí estaba Barret, el hermano mayor que sabía muchísimo de ópera, claro. El padre era apuntador en la Comedia Nacional y tenía una biblioteca de 8.000 libros, siempre estaba leyendo. Salvador tenía empapelada la pared con poemas. Hay uno que nunca me olvidé: “Oh, alma mía, no aspires a la inmortalidad, pero agota el campo de lo posible”. Era una frase Píndaro de su Olímpica tercera y nunca me la olvidé.

-¡Qué memoria!

-Siempre he tenido una memoria monstruosa. La sigo teniendo, aunque probablemente me pase contigo como a todos los viejos de preguntarte qué te estaba diciendo.

(No pasó)

-Seguro ha sido protagonista de algunos de ellos, pero, ¿cuál fue el mejor momento de la cultura en Uruguay?

-Creo que fue ese tiempo en que me hice actor. Vi por primera vez a China Zorrilla en Treinta y Tres, en una gira de la Comedia Nacional. Iban con todos los decorados, se quedaban en la capital departamental y llevaba más de tres obras. China fue con Fin de semana de Noël Coward y la hacía con Enrique Guarnero. El Ballet del Sodre iba al interior, concertistas internacionales viajaban por el interior. O estrellas populares como Alberto Castillo que estaba un año de gira por todo el país.

-¿Cuándo se sintió o lo hicieron sentir una estrella?

-Nunca. Bueno, ahora que me llaman y no paro de hacer entrevistas, debe ser la primera vez.

-¿En serio? Pero usted es una estrella de la televisión uruguaya, fue muy popular.

-Lo que pasa es que aquí el uruguayo, en ese sentido, es muy como campesino.

-Fue parte de Telecataplum, de Plop!, en aquella época que Canal 10 tenía Decalegrón...

-Con el elenco de humoristas del 10 nos llevábamos bárbaro y aprendíamos. Tener a un cómico como Ricardo Espalter o Enrique Almada no es moco de pavo. Era fantástico. Con Imilce, a Espalter lo conocíamos mucho de haber trabajado juntos antes de empezar...

-Regáleme algún consejo que haya aprendido en una vida con tantas cosas.

-Como intérprete creo que hay que leer mucho. Sobre todo buenas novelas. La guerra y la paz de Tolstoi, por ejemplo. La leí más de una vez y es larga, lindísima. Leer a nuestros cuentistas. Y la poesía. Leer mucha poesía expande el alma. Y ver buen cine. Busquen las películas de Scorsese, los que hicieron los americanos en los cuarenta. ¡John Ford! ¡Hay que ver Viñas de ira!

-¿Y sobre nosotros, los seres humanos?

-Paco Espínola decía: “A la gente hay que quererla”. Y ese es otro buen consejo.

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