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¿Preocuparse por la soledad?

Sentirse solo puede contribuir al deterioro de la salud. Japón presentó en febrero un ministerio dedicado a enfrentar el impacto que el exceso de individualización tiene en su población.

  • ¿Preocuparse por la soledad?
10 de abril de 2021
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A pesar de que la pandemia de la covid-19 concentra los esfuerzos del mundo, Japón está atento en atender no solo esa enfermedad, que en ese país dejó el año pasado 3.460 personas fallecidas, sino uno de sus efectos sociales: la soledad.

Kodokushi, así se le conoce al fenómeno de morir solo y que los demás no se percaten de ello sino hasta después de un tiempo. Esto sucede en ese país, en gran medida, con personas mayores que ya no viven en familia.

Aunque eso ya ocurría antes de la pandemia, también se le suma otro problema asociado a la soledad: luego de una década en la que las muertes autoinfligidas en ese país habían disminuido progresivamente, 2020 representó un aumento en las cifras, con 20.919 casos, un número seis veces mayor que el que dejó el coronavirus en ese periodo de tiempo, según el Ministerio de Salud japonés.

Como una medida para contrarrestar esos sucesos, ese gobierno puso en marcha el Ministerio de la Soledad y Tetsushi Sakamoto es la primera persona en ocupar el cargo a partir del 12 de febrero de este año.

No es una idea nueva. En 2018, Reino Unido creó ese mismo ministerio y desde entonces ha divulgado campañas que buscan que “todos los sectores de la sociedad reconozcan la importancia del bienestar social y tomen acciones para promover y mejorar las relaciones sociales de las personas”, establece el documento A connected society, la guía de ruta para la estrategia gubernamental de Reino Unido en esa línea.

Su idea, entonces, es ayudar a que las personas puedan alcanzar una salud completa, entendiendo que esta es “un estado de bienestar físico, mental y social y no es solamente la ausencia de una enfermedad”, como definió la Organización Mundial de la Salud. La soledad, sin embargo, es distinta al aislamiento social e incluso a efectos como la depresión, y eso hay que tenerlo en cuenta.

Lo que ella genera

El artículo Preventing social isolation and loneliness among older people, publicado en 2019 en la revista Eurohealth, definió el aislamiento social como “la falta de contacto con familia, amigos y otras personas. La extensión del aislamiento social puede ser juzgada por datos que den cuenta de la frecuencia y duración de esos contactos”. El término es distinto al distanciamiento social, que alude a guardar distancias en contacto con otras personas, especialmente a raíz de la coyuntura pandémica.

Por otro lado, la soledad es la emoción “que puede o no estar acompañada por aislamiento social y que solo puede ser evaluada preguntándoles a las personas si se sienten de esa manera”, apuntaban los autores del artículo, el European Observatory on Health Systems and Policies.

En el texto afirmaban que “la soledad y el aislamiento social incrementan la posibilidad de que las personas experimenten resultados adversos en su salud y están relacionadas a condiciones como la presión alta, enfermedades del corazón, obesidad, depresión, deterioro cognitivo, Alzheimer e impedimentos sensoriales y de movilidad”.

Johnny Orejuela, coordinador de la maestría en Psicología del Trabajo y las Organizaciones de la Universidad Eafit, explica que “hay una conexión ente la condición del estado físico y la condición del estado mental”, como una unidad de cuerpo, mente y emociones.

Aislarse socialmente, además, “debilita la relación de solidaridad y nosotros somos una especie cooperativa por excelencia”, dice Orejuela. Es algo que se ha vuelto cada vez más común porque existe una tendencia hacia la individualización, no solo en Japón, sino en muchas ciudades del mundo. Es el resultado, apunta él, de un mayor nivel de civilización “donde se privilegia mucho la autonomía y la independencia como un valor”, pero que puede tener riesgos.

“Cuando las personas envejecen o entran en condiciones de calamidad o desamparo no tienen una red de apoyo que las auxilie y por eso lo preocupante es cuando se rompe una dimensión evolutiva, que es la solidaridad y la cooperación para enfrentar las dificultades y se impone un orden cultural individualizante”, señala el psicólogo.

Una soledad respetada

El antropólogo Esteban Augusto Sánchez, maestro en Desarrollo Humano, cuenta que la idea de la soledad que hay en algunas regiones orientales ha estado directamente asociada con la espiritualidad.

“El ideal de la soledad hacia la edad adulta está presente en el Medio Oriente de los míticos sufis del Islam, como en los yoguis de la India y en los monjes budistas de extremo Oriente, de China y Japón. Es un ideal muy presente en ellos y han creado una vida en ciertas etapas, en las cuales la final implica un proceso ya muy personal, de auto organización, y a veces el camino para ello es estar dedicado a la soledad”.

Ese proceso de autorrealización, de cierre de etapas, está asociado con la soledad y con un paso que involucra desligarse de otros seres humanos para llegar a un proceso individual. A lo largo del tiempo, explica Sánchez, esa idea ha sido muy valorada.

Ha ido de la mano del budismo y taoísmo, aunque tiene raíces que se remontan a la época de Manu en el hinduismo –apunta el antropólogo–, que posteriormente generaría un impacto cultural en ese lado del mundo.

Pero es, recalca, una idealización, “es el deber ser”, pero en la práctica, ahora, muchas veces es distinto. “Lo que antaño era el momento de retiro y de dedicarse a sí mismo, termina siendo una excusa para el abandono. En países como esos termina siendo el sentirse inútiles para la sociedad”.

“La concepción de soledad tradicional, en el paradigma de pensamiento japonés desde la formación de sus imperios hasta el siglo XIX, es una de soledad productiva”, añade Zairo Anillo, profesor de la Universidad de Antioquia y Eafit. Era vista, además, como un espacio que podría, incluso, ayudar a vivir mejor porque “permitía la autoformación del ser para poder comprender la vida”.

Es algo que se ha visto consignado en expresiones culturales. “Ellos consideraban que antes de crear una teoría, un cuadro bastaba. Antes de crear un tratado filosófico, algún texto literario sencillo bastaba, porque esos espacios de soledad que ellos construían eran para contemplar la existencia, no era una soledad improductiva, agónica o angustiante como será la de la modernidad”, enfatiza Anillo.

Y ese giro tiene que ver, en parte, con que la visión occidental fue permeando su forma de vivir. “El hecho de entrar en un choque con occidente, a raíz de conflictos bélicos entre el siglo XIX y el XX, Japón siente que ese tejido que se había construido a lo largo de toda su historia empieza a perder consistencia y a llenarse de valores que, desde su perspectiva, son considerados frívolos”, explica Anillo.

“Esto genera una especie de ruptura en ese imaginario construido a lo largo de la historia que va a desencadenar un sentido de soledad por sentirse sin un lugar”, añade. Como si su mundo inicial hubiese sido corrompido, pero sin querer transitar al otro lado. “Esto desemboca en la soledad que no solo es física sino mental”.

Además, “si esa soledad no está cargada de un proceso de ir hacia adentro, a encontrarse con uno mismo, termina siendo un momento vacío, muerto”, opina Sánchez.

Contrastes

Desde este lado del mundo la soledad se ha entendido de maneras muy distintas. Se ha visto como algo negativo, por ejemplo, porque “somos criaturas sociales y el tema de vivir en sociedad implica estar inmerso en un conjunto donde otro me reconoce y me nombra. Eso, para quien no asume el tema de la soledad, es un gran problema porque deja de tener un referente y no tiene quien lo esté nombrando. Es la necesidad de un otro que interactúe para que yo pueda existir”, comenta el escritor e investigador cultural Gregorio Enríquez. Ese que está solo, muchas veces, debe encontrarse con el silencio, en una sociedad que está entregada al ruido.

“Y ahí viene nuestro gran problema como sociedad: el concepto de que el hombre no está hecho para estar solo”, dice Enríquez, quien opina que eso no resulta siempre en hallar solución a esa emoción. La idea “marca la obligatoriedad de estar con muchos, pero no necesariamente a crear una sociedad unida”. El resultado lo describe citando a Octavio Paz: “Nos convertimos en la “muchedumbre de solitarios””.

Una referencia distinta, a este lado del mundo, es la concepción que tienen pueblos indígenas, en Colombia, por ejemplo, donde “los abuelos siempre son útiles y siempre están ahí dando consejos, compartiendo su palabra”, dice Sánchez.

En las comunidades indígenas como las que habitan la Sierra Nevada, complementa Enríquez, “impera el silencio” y la comunicación entre ellos a veces se da con miradas, sin palabras. “Es un encuentro, una interiorización, pero nosotros en las sociedades hemos implementado el ruido para acompañar, para leer, para caminar, con el afán de no sentirnos solos”.

¿Servirá un ministerio?

El profesor Anillo señala que en Japón, en este momento, “la concepción de la soledad tiene que ver, en parte, con esa tradición que evidencia la ruptura de la cultura de Japón”, explica él, y con ese no encontrarse con una identidad puntual del todo.

Esa ruptura, además, se ve alimentada por los procesos de consumo, añade Orejuela, que incentivan la individualización: desde restaurantes con puestos organizados solo para una persona, hasta la venta de apartaestudios diminutos. “Cuando la gente está más aislada y no interactúa, no tiene la habilidad social para cortejar o encontrarse con otros”, añade. Cada vez se pone más difícil.

“El mismo mercado está usufructuando y estimulando la vida individual y ahí es donde los Estados tienen que hacer política pública”, destaca el psicólogo que indica que una idea como el Ministerio de la Soledad “no es para que administre a las personas que están solas, es para que restituya las solidaridades” y que se sigan haciendo preguntas frente al panorama actual, que además se ha visto agravado por el aislamiento obligado por la covid-19.

Es entender, a final de cuentas, que somos seres “dependientes, independientes e interdependientes”, y que la independencia no debe reemplazar del todo a la interdependencia, porque nos relacionamos con otros aún en medio de nuestra individualidad.

Orejuela recalca que hay que tener en cuenta que si bien hay espacios donde la soledad permite vivir sanamente, ”que es cuando vive la entereza de la autonomía”, hay otro acercamiento a la soledad que puede no ser tan positivo, “el que se deriva de la exclusión, de la no vinculación al colectivo y la no integración en redes sociales de apoyo que son absolutamente necesarias”.

Un panorama, probablemente favorable, sería que las políticas públicas impulsaran encuentros (con todas las medidas de seguridad que implica la pandemia). En un momento como este, además, “donde se presentan síntomas mayores de ansiedad, pánico o depresión”, a raíz de la experiencia colectiva que ha derivado la covid-19, “hay que estimular la posibilidad del encuentro (incluso virtual) para que las personas no vivan solas estas experiencias”

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