Masacre de Barrios Altos: el trauma y el estigma de las víctimas de la matanza que conmocionó a Perú hace 30 años

  • Guillermo D. Olmo @BBCgolmo
  • BBC News Mundo
Rosa Rojas muestra una foto de su hijo y su marido. muertos en Barrios Altos.

Fuente de la imagen, LUKA GONZALES / Getty

Pie de foto, Rosa Rojas perdió en la matanza a su marido y su hijo de 8 años.

La noche del 3 de noviembre de 1991 la historia de Perú cambió para siempre.

También, la vida de Rosa Rojas.

Aquella noche, un grupo de encapuchados armados irrumpió en el 840 del Jirón Huanta, en Barrios Altos, una zona popular de Lima, y disparó indiscriminadamente contra los vecinos que se habían reunido allí para compartir una pollada con la que recaudar fondos para la reparación del desagüe del edificio.

Los asaltantes -miembros del llamado Grupo Colina, un conjunto de agentes del Servicio de Inteligencia del Ejército encargado de perpetrar ejecuciones extrajudiciales- los confundieron con integrantes de la guerrilla maoísta de Sendero Luminoso. 15 personas murieron y cuatro resultaron heridas.

El marido de Rosa, Manuel Ríos Pérez, y su hijo de 8 años, Javier Ríos Rojas, murieron por las balas disparadas por los agentes del estado.

El crimen fue una de las violaciones de los derechos humanos que años después llevaron a la cárcel al entonces presidente Alberto Fujimori, y a su mano derecha, Vladimiro Montesinos, a los que la justicia peruana condenó como máximos responsables de las acciones del Grupo Colina.

"Todavía hoy andan diciendo que éramos terroristas, cuando nosotros no teníamos nada que ver con eso", corrobora Rosa en conversación con BBC Mundo.

Según el periodista Gustavo Gorriti, "en Perú no ha habido un esfuerzo serio por procesar lo ocurrido y a cualquiera que tenga una posición favorable a los derechos humanos, los grupos de ultraderecha que se han fortalecido en los últimos años lo atacan como terrorista".

Qué pasó en Barrios Altos

En 1991, Perú vivía convulsionado por la escalada de atentados que la guerrilla maoísta de Sendero Luminoso llevaba a cabo en la capital del país.

Hasta entonces, el grupo había centrado en el campo sus acciones violentas, que causaron decenas de miles de muertos, y la ofensiva urbana se convirtió en un problema para Fujimori, que había llegado al poder con la promesa de acabar con el terrorismo y estabilizar la economía.

Interior de la casa donde se produjo la masacre de Barrios Altos.

Fuente de la imagen, LUKA GONZALES / Getty

Pie de foto, En el interior de esta casa se produjo la masacre.

Los ataques de Sendero se habían vuelto tan habituales que cuando Rosa vio irrumpir a los encapuchados con armas automáticas lo primero que pensó antes de echar a correr fue: "Diosito, son los terroristas".

"Habíamos organizado una pollada para conseguir la plata para reparar el desagüe, porque por ahí salía mucha suciedad y era donde jugaban mis hijos. Entraron esos hombres y gritaron ' los perros al suelo'. Yo eché a correr, pensando que todos los demás harían lo mismo, pero de repente me vi corriendo sola".

Cuando pedía desesperada ayuda a otras vecinas de la zona, "de repente, comenzó a sonar ta,ta,ta".

A partir de ese momento, su única preocupación fue encontrar a su marido y al pequeño Javier.

Primero dio con su esposo. "Tirado boca abajo, con los ojos abiertos, como mirándome".

Después encontró a su hijo, pero se resistió a aceptar su muerte. "Solo acerté a cargarlo".

Lo llevó en brazos hasta que llegó a un edificio policial cercano a pedir ayuda.

"Ellos me conocían y me dijeron 'déjalo, tu hijo está muerto'", cuenta entre lágrimas 30 años después.

Años en busca de justicia

Entonces comenzó para Rosa una lucha compartida con otras víctimas por conseguir que se hiciera justicia y por sacar adelante lo que quedó de su familia: dos niñas, una de 5 años y la otra de solo 9 meses.

"Dejaba a las niñas con mi hermana y salía a vender con mi triciclo a la Plaza Italia de Lima". En verano, helados; en invierno, yuca y golosinas.

Todo, mientras participaba en marchas reivindicativas y otras iniciativas para lograr que los asesinos pagaran, un empeño que chocó con los años de apogeo del poder de Fujimori.

Gorriti afirma que "a partir de 1992, Fujimori disfrutó de una época de fortalecimiento considerable en la que muchos prefirieron mirar para otro lado" ante las denuncias de violaciones de los derechos humanos.

Alberto Fujimori, en una de sus últimas apariciones en público.

Fuente de la imagen, LUKA GONZALES / Getty

Pie de foto, El expresidente Alberto Fujimori fue condenado por la masacre de Barrios Altos.

Antes de Barrios Altos, ya se habían producido abusos por parte de agentes del estado en el Perú rural, y en julio de 1992 otra acción del Grupo Colina dejó 10 muertos en la llamada masacre de La Cantuta.

Las demandas de justicia de Rosa y el resto de víctimas se vieron frustradas por dos amnistías sucesivas y otros intentos de proteger a los culpables.

Según el informe final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, "se impidió deliberadamente la investigación del crimen [de Barrios Altos] mediante una imposición de mecanismos legislativos y judiciales encubriendo y obstaculizando la acción de los responsables".

Según Rosa, tanto o más doloroso que eso fue la criminalización de las víctimas que permaneció en algunos sectores de la sociedad peruana.

Familiares de las víctimas de Barrios Altos encienden velas en su memoria.

Fuente de la imagen, Geraldo Caso / Getty

Pie de foto, Los familiares recuerdan cada año a las víctimas.

Una de sus hijas se topó con ella cuando uno de sus compañeros del colegio le espetó: "A tu padre lo mataron por terruco", usando el término despectivo que se utiliza en Perú para referirse a los integrantes o colaboradores de Sendero Luminoso.

"Yo había evitado hablarles a mis hijas de cómo había muerto su padre y las había protegido de las noticias", cuenta Rosa. Tras descubrir así lo ocurrido, la menor comenzó a sentirse mal y requirió tratamiento psicológico.

Fue con Alejandro Toledo en la presidencia cuando Rosa percibió la indemnización por la muerte de su marido y su hijo.

Según cuenta, se la gastó en comprar su casa, un nicho para su esposo e hijo en el cementerio limeño de Campo Fe de Huachipa y en la educación de sus hijas.

También ayudó a algunas familias afectadas a las que hubiese querido dar más, pero "la plata se acabó".

Una disculpa pendiente

Después de años tratando de eludir la acción de los tribunales, Fujimori fue finalmente extraditado desde Chile a Perú en 2007 y condenado por su papel en la masacre de Barrios Altos y otras violaciones de los derechos humanos, así como por delitos de corrupción.

Continúa preso, pese a que su familia y abogados han pedido repetidamente su liberación por motivos de salud y su avanzada edad.

Todavía hoy, sigue siendo una figura que divide a los peruanos. Sus partidarios lo ven como el presidente que derrotó a Sendero Luminoso y enderezó la economía. Sus detractores recuerdan sus crímenes y denuncian un supuesto trato de favor en prisión.

Seguidores de Fujimori muestran pancartas a su favor.

Fuente de la imagen, CRIS BOURONCLE / Getty

Pie de foto, Pese a sus condenas, Fujimori sigue siendo una figura popular para muchos peruanos.

Rosa Rojas lo tiene claro. Para ella, se trata de "un asesino" que "agarró al Perú como si fuera su chacra y no le importó dejar muertos, viudas y huérfanos".

Y, sin embargo, lleva tiempo evitando las marchas de los colectivos pro derechos humanos y hoy recordará a los seres queridos que perdió en una misa íntima en su parroquia.

"El odio no me va a devolver a mi marido y a mi hijo, así que hace años que perdoné", dice.

Aunque a ella, ni Fujimori ni nadie le haya pedido perdón.

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