Sobre Latinoamérica

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by Miguel de Unamuno
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Overview

Sobre Latinoamérica recoge las pasiones americanas de Miguel de Unamuno. Para hablar de las peculiaridades del Nuevo mundo, Unamuno inventó la palabra «americanidad», este libro recoge sus principales reflexiones sobre el tema.
Leyendo sus artículos publicados en diferentes periódicos y revistas latinoamericanos, sus cartas y reflexiones es evidente que Unamuno tenía un gran interés por los temas de la América hispánica.
Entre 1901 y 1906, Unamuno trabajó en el periódico La Lectura (Madrid) como redactor de la sección titulada «De literatura hispanoamericana». Esa actividad lo puso en contacto con las obras literarias e históricas de Hispanoamérica.
También, y gracias a la mediación de Rubén Darío, Unamuno había empezado a colaborar en La Nación (Buenos Aires). Entre 1899 y 1935 envió cientos de artículos y ensayos a este y a otros periódicos y revistas de Latinoamérica.
Sin embargo, el vínculo más importante de Unamuno con Hispanoamérica fue a raíz de su lectura de las obras literarias e históricas de este continente. Además de su correspondencia y sus contactos y amigos personales,
Es por esta razón que el escritor se halla en constante búsqueda de los antecedentes españoles de sus obras favoritas hispanoamericanas, tales como Martín Fierro.


Product Details

ISBN-13: 9788490075210
Publisher: Linkgua
Publication date: 04/01/2019
Series: Historia , #398
Sold by: Bookwire
Format: eBook
Pages: 166
File size: 827 KB
Language: Spanish

About the Author

Miguel de Unamuno (Bilbao, 1864 - Salamanca, 1936) Escritor, poeta y filósofo español, principal exponente de la Generación del 98. Entre 1880 y 1884 estudió filosofía y letras en la Universidad de Madrid, época durante la cual leyó a Thomas Carlyle, Herbert Spencer, Friedrich Hegel y Karl Marx. Se doctoró con la tesis Crítica del problema sobre el origen y prehistoria de la raza vasca, y poco después accedió a la cátedra de lengua y literatura griega en la Universidad de Salamanca, en la que desde 1901 fue rector y catedrático de historia de la lengua castellana.

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Sobre Latinoamérica


By Miguel De Unamuno

Red Ediciones

Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-9007-521-0



CHAPTER 1

    LA LENGUA DE AMÉRICA


    La sangre del espíritu
    La sangre de mi espíritu es mi lengua
    y mi patria es allí donde resuene
    soberano su verbo, que no amengua
    su voz por mucho que ambos mundos llene.

    Ya Séneca la preludió aún no nacida,
    y en su austero latín ella se encierra;
    Alfonso a Europa dio con ella vida,
    Colón con ella redobló la tierra.

    Y esta mi lengua flota como el arca
    de cien pueblos contrarios y distantes,
    que las flores en ellas hallaron brote de
    Juárez y Rizal, pues ella abarca
    legión de razas, lengua en que a Cervantes
    Dios le dio el Evangelio del Quijote.

Salamanca, 10 de octubre, 1910.

Rosario de sonetos líricos, 1911,
en: Obras completas, VI, pág. 375.

CHAPTER 2

LA HERMANDAD HISPÁNICA

Se ha comentado, y seguirá todavía comentándose por algún tiempo, el mensaje que, como la flecha que lanzaba el parto al retirarse del campo de batalla, puso el señor conde de Romanones en manos de Su Majestad el Rey en el Consejo de ministros en que se terminó la última crisis política ministerial.

No vamos aquí a comentarlo sino en una parte de permanente interés. El mensaje nos parece, en general, bien, muy bien. Lo único malo de él es que sea de quien es, porque hasta a los más identificados con el sentido del documento se nos hace muy cuesta arriba creer en la sinceridad de quien lo redactó, y nos tememos que no pase de ser una habilidad más.

Pero vamos al caso que ahora y aquí nos importa. Dice, entre otras cosas, el documento:

Pesa en mi ánimo otra consideración. España es depositaria del patrimonio espiritual de una gran raza. Aspira históricamente a presidir la Confederación moral de todas las naciones de nuestra sangre. Y esa aspiración se malogrará definitivamente si, en hora tan decisiva para lo futuro como la actual, España y sus hijas aparecieran espiritualmente divorciadas.

Podemos asegurar que estos párrafos no serán leí dos con simpatía allende los mares, en la América hispánica, en aquellas naciones de nuestra lengua — de ellos y de nosotros —, ya que lo de la supuesta comunidad de sangre implica muchas veces un problema peliagudo. Que démonos, pues, con lo de la lengua, que es claro y es histórico, y aseguremos que no serán recibidos con general simpatía esas palabras entre aquellas naciones a que nos obstinamos en tratar de hijas y no de hermanas. Y en civilidad, que es lo que importa, esa filiación es más que dudosa.

"¡Ingratos — nos decía una vez un compatriota refiriéndose a los portorriqueños —, después que descubrimos y conquistamos y poblamos aquello!" "¿Cómo — le replicó el que esto escribe — que descubrimos y conquistamos y poblamos aquello nosotros? Pues yo no me acuerdo de haber tomado parte en tales proezas". Y él entonces: "¡Bueno, nosotros no; pero nuestros abuelos". Y yo, a mi vez: "¡Los nuestros no, caballero, sino los de ellos!". Porque es indudable que los actuales hispanoamericanos, criollos y aun mestizos, descienden tanto o más que nosotros de los que descubrieron y poblaron sus tierras. Estos descubridores, conquistadores y pobladores fue ron padres de sus abuelos y tíos de los nuestros. Del mayorazgo, que se quedó aquí, descenderemos nosotros, o del que no pudo irse; pero del segundón, del aventurero que se fue, descienden ellos.

Y esto conviene no perderlo de vista.

España es depositaria del patrimonio espiritual de una gran raza. Pero ese patrimonio espiritual no es ningún inmueble, ninguna dehesa, ningún coto que esté ligado al solar en que nacieron los abuelos. El patrimonio espiritual puede muy bien atravesar los mares y nadie le tiene en depósito. Y hasta pudiera ocurrir que tengamos un día que ir a buscar civilidad hispánica, esto es, verdadera españolidad, espíritu de libertad y de independencia y de dignidad civiles encarnados en nuestra lengua, allá, a aquellas tierras de allende el Océano, donde las conciencias nacionales se fecundan mejor que aquí en conciencia internacional.

No; podemos asegurar que los más dignos y más conscientes espíritus de aquellos pueblos no reconocen eso del depósito del patrimonio espiritual de una gran raza en poder de la llamada madre España. Ese patrimonio, en cuanto queda, es comunal; lo disfrutamos en común con las naciones americanas hermanas — no hijas — de lengua de la nuestra. Y en lo que hace a la lengua misma, no admiten, y en ello hacen muy bien, monopolios de castidad. Hasta se da el caso de que entre los sabios, los verdaderos sabios de nuestra común lengua, figuren americanos, como Bello, Cuervo, Suárez, etc., en primera línea.

Nuevo Mundo, Madrid, 18 mayo, 1917, en: Obras completas, IV, págs. 1019-1020.

CHAPTER 3

EL PUEBLO QUE HABLA ESPAÑOL


Es un fenómeno interesante el de la lucha por el idioma, combate obstinado y persistente. Los pueblos que se creen oprimidos por otros cultivan, para preservar su individualidad, sus privativos idiomas. Todo regionalismo empieza por manifestarse en la esfera lingúística. La primera victoria de los checos sobre los alemanes fue la de que se reconociese su lengua como oficial en el imperio austro-húngaro. Y, por otra parte, el paneslavismo, el pan germanismo y el anglosajonismo no son más que movimientos basados en la lengua. Trátase de reunir en grandes razas históricas, bajo una lengua común, a castas y pueblos cuya consaguinidad es más que discutible de ordinario.

Y aquí estamos el pueblo que habla español. Recluidos de nuevo a nuestra Península, después del gloriosísimo ensueño de nuestra expansión colonial, volvemos a vernos como Segismundo, vuelto a su cueva, según de cía Ganivet. Y ahora es cuando nos acordamos de nuestra raza.

Mas esta nuestra raza no puede pretender consaguinidad; no la hay en España misma. Nuestra unidad es, o más bien será, la lengua, el viejo romance castellano convertido en la gran lengua española, sangre que puede más que el agua, verbo que domina el Océano.

¡Tierra!, así en robusta entonación castellana, ¡tierra! debió ser la primera palabra que oyó silenciosa América al abrir se a nuestro mundo, y en el seno del verbo de que brotó esa palabra ha de fraguarse la hermandad española.

Tan hondamente lo han entendido así en América, que es allí donde más cuidado, acaso, se ha puesto en purgar al idioma castellano de toda corruptela. De allí salió Bello, nuestro más sesudo gramático; de allí, Caro, y Cuervo y otros. Y allí, donde con tanto ahínco se ha estudiado al menudeo la tradición de nuestra lengua, allí apunta la labor de progreso sobre ella. Allí es donde la reforma ortográfica, medio de los más eficaces para pro mover el avance del idioma, halla más decididos cultiva dores, y allí es donde más se empeñan en movilizar nuestro tan petrificado romance. Ahí está Rubén Darío, a quien creen, y él también se cree, dudo que con razón, escritor poco o nada americano; es en gran parte un revolucionario del idioma por ver la realidad de manera poco castellana. El espíritu, procedente del verbo, al difundir lo e impulsarlo, lo transforma.

No hemos de ser nosotros quienes les demos todo sin tomar de ellos nada, ni pretendamos ser más descendientes que ellos de los intrépidos conquistadores. No hemos de pretender que el viejo romance castellano se difunda a tan dilatados países para ser sangre espiritual del pueblo que habla español sin que haya que tocar para ello a sus venerables tradiciones. Hay que ensancharlo para que llene tanta tierra. Su tradición de hoy fue progreso en un tiempo; tendamos a asentar en tradición viva nuestro progreso. Hay, en gran parte, que hacer el lenguaje de los pueblos de lengua española para que se pueda decir en Él cosas que nunca todavía ha dicho. Basta coger un diario argentino, de aquel maravilloso país en que empieza a abrirse la raza española a nueva vida, para ver al punto multitud de neologismos y observar un corte y tono especial en el idioma que emplean. Y eso que lo más de aquella incipiente grandeza es inefable todavía; no ha encarnado aún en verbo vivo. Que el progreso sea progreso de tradición es lo indispensable, y por serlo, para revolucionar la lengua hay que zahondarle los redaños. Hay que cavada hasta el subsuelo para labrarla mejor.

Y así la raza. En América desarrollará la española, la raza histórica, la que tiene por sangre la lengua, potencialidades que aquÍ se ajan y languidecen atrofiadas a falta de uso. Y allí, a la vez, se enriquecerá y se complejizará nuestra habla, flexibilizando sus rígidos contornos. En tan vastos y variados dominios se cumplirá una diferenciación mayor de nuestra raza histórica, y la lengua integrará las diferencias así logradas. Italianos, alemanes, franceses, cuantos concurren a formar las repúblicas hispanoamericanas, serán absorbidos por nuestra sangre espiritual, por nuestro idioma, y dirán mi tierra, asÍ, en robusta entonación castellana, al continente que oyó ¡tierra! como saludo del otro mundo. Y en ellos, en los españoles de américa, aprenderemos a conocernos y a vivir acaso los que quedemos en el viejo solar de los abuelos, en "la pequeña España", a cultivar el pago de Alonso Quijano el Bueno.

Aquí no hemos luchado más que con los hombres, casi siempre, desde la épica Reconquista; de allí nos en señarán a luchar con la tierra. "Lucharemos con la naturaleza y la venceremos", dijo el gran Bolívar, aquel retoño de la fuerte rama vasca transplantada a América. Y si el pueblo que luchó con los hombres, el de Don Quijote, hizo el viejo romance castellano, el verbo de la pequeña España en que cantara proezas del Cid y hazañas de conquistadores de hombres, el pueblo que lucha con la naturaleza, el de Bolívar, nos impulsará a hacer la lengua española, el verbo del pueblo que hable español, el que elevará algún día himno robusto a la fraternidad humana, asentada sobre la naturaleza, a nuestra ciencia y nuestro poderío domeñado.

Hay que fraguar la gran lengua española o hispanoamericana, amigo Maeztu,3 para poder cantar en ella cuando usted desea se cante; la flor de la cultura industrial y el goce de vivir libre de la gleba; hay que fraguarla para forjar con ella, luego, la letra a que acompañe como canto el fragor de las máquinas.

El Sol, Buenos Aires, 16 de noviembre, 1899, en: Obras completas: IV, págs. 571-573.

CHAPTER 4

LEXICOGRAFÍA HISPANOAMERICANA

Dos mil setecientas voces que hacen falta en el Diccionario Académico (Papeletas lexicográficas), por Ricardo Palma, académico correspondiente de la Española. Lima, 1903.

He aquí un libro técnico en que el conocidísimo escritor peruano don Ricardo Palma nos presenta 2.700 voces que dice hacen falta en el Diccionario de lengua española, en el de la Academia, es decir, ¡Dos mil setecientas! ¡Si no fueran más! ...

Hace ya tiempo que me preguntó un extranjero si no había un inventario de léxico castellano, esto es, una recopilación del mayor número posible de voces que se hallen en uso corriente, y hube de contestarle que no lo conozco. Porque el Diccionario de la Academia no es tal inventario, un registro en que se consigne el uso, sino que pretende ser algo así como un código del bien decir en que no se dé el pase a ciertos vocablos. Y es curiosa, segÚn lo sé por quien tiene motivos de saberlo, es curiosa, digo, la manera con que los venerables ancianos que constituyen su mayoría defienden su criterio y resisten, con todas sus fuerzas, a la admisión de vocablos y neologismos. Afortunadamente nadie hace caso para escribir al Diccionario ese, ni se cuida de si una palabra ha sido o no admitida en él.

Nos dice el señor Palma que en 1895 dio a luz, con el título Neologismos y americanismos, un opúsculo en el que consignó poco más de quinientas voces que no se encontraban en el Diccionario y que son de uso corriente en América y muchas aún en España, y que en las Juntas académicas a que concurrió en Madrid en 1892 y 1893 propuso la admisión hasta de una docena de palabras que en su mayor parte fueron desdeñadas, por lo cual se retrajo de continuar proponiendo. Mejor fortuna tuvo su opúsculo, pues de los vocablos en él apuntados adquirieron lugar en la edición décimatercia — la última del Diccionario hasta ciento cincuenta y uno —. Y lo sorprendente es que estas voces, que al entrar en la edición 13. es porque no se hallaban en la 12., son voces como acaparar, agigantar, amordazar, aplomo, autonomista, carnavales, concienzudo, diagnosticar, embrionario, fusilamiento y otras por el estilo.

El libro que hoy nos presenta el señor Palma es una obra meritoria; representa una cosecha de voces recogidas en dos años de labor paciente. Y las hay — las más de ellas — que son hoy corrientes en los países de lengua española y que las entienden todos los que la hablan. Sorprende, en efecto, que falten en el Diccionario voces como abolicionista, aborricarse, acaparamiento, agónico, ajedrecista, alarmante, alcoholizarse, alienado, altruismo, amadamado, analfabeto, anestesiar, anexionar, etc., etc. En realidad, esto nada tiene de extraño ni de censurable, pues como un idioma no es caudal estático de voces, un número de ellas mayor o menor, sino que es un fondo que aumenta y se multiplica segÚn leyes de derivación y analogía, propias de cada lengua, no es cosa de que se registren todas las voces posibles. No es la riqueza actual de un idioma, el número de voces que tenga en circulación; lo que debe tomarse en cuenta, si no su fecundidad, su poder de formar voces nuevas siempre que hagan falta. Vale más vivir de un capitalillo que nos dé un regular interés, que no tener que comerse una fortuna en porciones.

Por mi parte, cuando me hace falta un vocablo, lo compongo, procurando atenerme a los procederes espontáneos de la lengua, y si me lo entienden, me basta. Por eso, sin duda, en la voz neólogo después de decir el señor Palma que no lo es tan solo el que emplea neologismos, como dice la Academia, sino también el que los crea — la Academia quiso, sin duda, al decir el que los emplea, el que los crea —, añade: "Para mí el más fecundo neólogo del día, en esta segunda acepción, es Unamuno". Me atribuye, entre otras, las voces chirigotizar y metafisiquear, de la que dice haberse generalizado en América, y que uso mucho ramplonería, vocablo que puso a la moda en 1874 en el Perú el periodista político Becerra. ¡Claro que la uso mucho! Lo extraño es que no la registre la Academia cuando la cualidad por ella designada es la que más se topa en esta nuestra España de hoy, si no es que encontramos más otra cualidad, cuyo nombre tampoco registra, y es la pedigüeñería. Con repique de campanas dice en otro pasaje de su libro que debe admitirse el neologismo fulanismo, que también me atribuye. Yo agradezco al señor Palma el honor que me hace, pero debo decir, en descargo de mi conciencia, que en los más de los casos no sabría decir si invento los vocablos o si los oigo y los meto en mis escritos.

No es que yo invente más que otros, sino que tengo menos escrúpulos en usarlos por la idea que del idioma tengo, idea debida a los años que llevo estudiándolo. Muchos de los vocablos que el señor Palma señala como habiéndolos visto en mis escritos, son términos técnicos que traslado a nuestra lengua, y algunos, como especialización y diferenciación, son de uso corriente en nuestras obras científicas; otros — los que más me ha criticado un amigo — son voces que emplea el pueblo de esta región salmantina y aun de mucha parte del oeste y noroeste de España, tales como mejer, remejer, cogüelmo, solombrío, perinchir, retuso (una palabra ésta puramente latina y aquÍ en Salamanca muy en uso), enfusar, etc. Vocablo hay, como, v. gr., cibanto, escarpe o rápida des igualdad del terreno, corte del suelo a modo de escalón, que lo he oído aquí y me han asegurado manchegos y granadinos que se usa en sus respectivas regiones, y voz que se use aquí, en la Mancha y tierra de Granada, no puede decirse que sea regional. Me gusta más sacar voces del pueblo y enfusadas luego en mis escritos, que no ir a desentrijar arcaísmos de cualquier mamotreto del siglo XIV o XV, y es de esperar que la Academia, en vez de pagar voces que vayan entresacando de escritores, más o menos clásicos, pero ya difuntos, éste o el otro erudito, promueva el que se escarbe el habla popular de las diferentes regiones españolas y americanas y se aflore a la lengua escrita lo que vive y florece en la lengua hablada.


(Continues...)

Excerpted from Sobre Latinoamérica by Miguel De Unamuno. Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.. Excerpted by permission of Red Ediciones.
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Table of Contents

Contents

CRÉDITOS, 4,
LA LENGUA DE AMÉRICA, 11,
LA HERMANDAD HISPÁNICA, 12,
EL PUEBLO QUE HABLA ESPAÑOL, 14,
LEXICOGRAFÍA HISPANOAMERICANA, 17,
MÉJICO Y NO MÉXICO, 20,
LECCIONES DE HISTORIA AMERICANA, 22,
MI VISIÓN PRIMERA DE MÉJICO, 28,
HUITZILIPOTZLI Y CHIMALPOPOCA, 32,
EL CABALLO AMERICANO, 36,
DON BARTOLOMÉ MITRE, ESPAÑOL, 43,
SOBRE EL DOS DE MAYO, 47,
DON QUIJOTE Y BOLÍVAR, 53,
LA LECCIÓN DEL PARAGUAY, 61,
LETRAS AMERICANAS, 65,
SOR JUANA INÉS, HIJA DE EVA, 71,
CARTA AUTÓGRAFA A RICARDO ROJAS, 74,
DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO, 76,
LA LITERATURA GAUCHESCA, 80,
EL GAUCHO MARTÍN FIERRO POEMA POPULAR GAUCHESCO DE DON JOSÉ HERNÁNDEZ, 85,
SOBRE EL ESTILO DE JOSÉ MARTÍ, 98,
PRÓLOGO AL LIBRO POESÍAS DE JOSÉ ASUNCIÓN SILVA, 103,
AMADO NERVO, EN VOZ BAJA, 113,
UNA NOVELA VENEZOLANA, 122,
OTRA NOVELA VENEZOLANA, 131,
EL LIBRO DE UN CRÍTICO VENEZOLANO, 137,
UNA ACLARACIÓN RUBÉN DARÍO, JUZGADO POR UNAMUNO, 141,
DE LA CORRESPONDENCIA DE RUBÉN DARÍO, 145,
CARTA AUTÓGRAFA A RUBÉN DARÍO, X-1907, 156,
¡HAY QUE SER JUSTO Y BUENO, RUBÉN!, 158,
LIBROS A LA CARTA, 163,

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