Vivimos en tiempos donde la soledad y sus consecuencias en salud mental se han vuelto un problema que afecta a personas en todo el mundo. Desde hace más de dos décadas los niveles de “experiencia de soledad” han ido aumentando progresivamente en el mundo, particularmente en occidente. Aun cuando la movilidad y las comunicaciones han tendido un crecimiento exponencial, la experiencia de soledad emocional es cada vez mayor. Las redes sociales no están logrando conectarnos efectivamente.

El contexto de pandemia que transitamos ha provocado en muchos casos en adultos y niño/as, el aumento de aislamiento emocional y la falta de conexión afectiva con otros. Se trata de un tema, por lo tanto, siempre importante pero particularmente relevante en la actualidad.

La investigación en psicología y neurociencia ha demostrado desde los estudios iniciales de Harlow la existencia de importantes consecuencias en el desarrollo a partir de la deprivación temprana de vínculos afectivos. Asimismo, extensa y nutrida literatura científica ha develado las consecuencias afectivas negativas de la falta de relaciones interpersonales contenedoras y protectoras en la infancia y niñez.

Un grupo de investigación (1), han identificado ahora subpoblaciones específicas de células cerebrales en la corteza prefrontal medial -una región clave del cerebro que regula el comportamiento social- que resultaron necesarias para la sociabilidad normal en la edad adulta y que, además. son profundamente vulnerables al aislamiento social juvenil. El estudio realizado en modelo animal (en ratas), indica que estas neuronas de la corteza prefrontal participan específicamente de comportamientos sociales y tiene una alta sensibilidad al contexto en donde se desarrolla el individuo.

Como se mencionó, las situaciones de aislamiento temprano parecen afectar significativamente a esta red de células y, asimismo, el grado de afección de esta red se correlacionó con las dificultades en la interacción social en la adultez. En específico, la falta de interacción social y soledad en la infancia, generó menos excitabilidad de las neuronas y mayor inhibición de éstas por parte de otras redes neulares adyacentes.

El lado positivo de los hallazgos, es que los investigadores a través de la estimulación de estas neuronas lograron revertir las dificultades y alteraciones de la sociabilidad. En palabras del autor del artículo

“Mediante la estimulación del circuito prefrontal específico en la edad adulta, pudimos rescatar los déficits de sociabilidad causados por el aislamiento social juvenil”.

Dado que los déficits de comportamiento social son una dimensión común de muchos trastornos del desarrollo neurológico y psiquiátricos, como el autismo y la esquizofrenia, la identificación de estas neuronas prefrontales específicas promoverá objetivos terapéuticos para la mejora de los déficits de comportamiento social compartidos a través de una gama de trastornos psiquiátricos. Los circuitos identificados en este estudio podrían ser potencialmente modulados usando técnicas como la estimulación magnética transcraneal.

En el intertanto, es importante fomentar en el desarrollo habilidades socio emocionales y las capacidades de conectarse emocionalmente con otros. Esta capacidad, como sabemos, es fundamental para sostener un desarrollo psicológico saludable y un bienestar general positivo. 

 

Referencias

(1) Kazuhiko Yamamuro, Lucy K. Bicks, Michael B. Leventhal, Daisuke Kato, Susanna Im, Meghan E. Flanigan, Yury Garkun, Kevin J. Norman, Keaven Caro, Masato Sadahiro, Klas Kullander, Schahram Akbarian, Scott J. Russo, Hirofumi Morishita. A prefrontal–paraventricular thalamus circuit requires juvenile social experience to regulate adult sociability in mice. Nature Neuroscience, Aug. 31, 2020; DOI: 10.1038/s41593-020-0695-6