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Perú
El libro de Historia peruana más importante del presente siglo fue publicado entre nosotros en el
2013 y su vigencia se acrecienta cada año, como ocurre con los clásicos. Pocos libros como este
nos han confrontado con una realidad sobre la que hablamos mucho, sabemos menos y hacemos
poco. Su autor, Alfonso Quiroz Norris.
Según la Contraloría General de la República, en el último año el Perú ha perdido cerca de 12,500
millones de soles a causa de la corrupción, poco más del 10% de su presupuesto público anual. De
acuerdo con algunos cálculos, con este monto hubiera podido construirse 72 hospitales o 360
colegios, contratarse a 72,000 médicos o generarse 200,000 puestos de trabajo. En vez de eso ese
dinero ha pasado a engrosar el patrimonio ilícito de unos cuantos funcionarios y personas
privilegiadas que rara vez son sancionadas no solo por robarle al Estado sino también por quitarles
a los más pobres derechos tan básicos como la salud y la educación. Cuando un niño muere en
una zona alejada por falta de médicos, instrumentos quirúrgicos o medicamentos, tenga la
seguridad de que gran parte de la culpa la tiene un corrupto.
El caso de la constructora Odebrecht, por el que ya se investiga a tres expresidentes vivos, ha
devuelto a la discusión pública una de nuestras principales taras. La creciente indignación de un
gran sector de peruanos es hasta ahora la respuesta más tangible a este escándalo y tal como van
las cosas es posible que sea la única. La historia, si sabemos mirarla, nos da cuenta de que casos
como el de Odebrecht le han ocurrido reiteradamente desde la Colonia a un Perú que parece
mantenerse impasible.
Peor, como país casi hemos aprendido a tolerar una serie de corruptelas que en conjunto tienen un
poder destructivo mucho mayor que Odebrecht. Por ejemplo, la “coima”, tiene todas las
características para ser una marca sobre la que los peruanos podemos reclamar un estilo propio y
aventajado. Eso no niega que haya personas íntegras dentro y fuera del Estado, pero ellas no han
sido suficientes para darle un giro a nuestra historia.
Los importantes avances en transparencia y modernización no han logrado detener la corriente que
arrastramos por siglos. Los partidos políticos, que nunca han cumplido a cabalidad su papel de
representación de los intereses ciudadanos, han sido probablemente los obreros más aplicados de
la corrupción, ya sea a nivel nacional o a nivel regional y local, sobre todo desde que el proceso de
descentralización fue inevitablemente contaminado por ella.
Paradójicamente, al menos desde los últimos cinco años la corrupción y la inseguridad ciudadana
son los dos temas que más preocupan a nuestros connacionales. Esta preocupación, sin embargo,
no es nueva. Aparece ya desde el temprano siglo XVII virreinal y con ella importantes intentos de
reforma, promovidos por preclaros hombres como Alberto de Ulloa en el siglo XVII o Manuel Pardo
en el XIX. Todos estos intentos se han estrellado contra una dura realidad: durante los 485 años
que nos separan del ingreso de Pizarro por Tumbes, parece que la corrupción se ha ido
incorporando en el ser nacional hasta llegar a ser parte, siendo pesimistas, de su identidad.
Somos así, un país de virtudes, pero también de graves defectos sobre los que rara vez solemos
hablar en serio. Si el Perú fuese un solo hombre diríamos que alberga un cáncer difícil de tratar en
cada una de sus células. Este cáncer, según las cifras económicas que plantea el libro que
comentamos, le ha costado a la República un promedio del 4% al año de nuestro Producto Bruto
Interno. Imagínese cuánto dinero es eso en casi 200 años y qué sitial nos correspondería en el
mundo si esos recursos hubiesen sido correctamente invertidos.
Este libro comienza con un formidable prólogo de Marcos Cueto. En él, Marcos hace una cuidadosa
revisión historiográfica combinada con la biografía intelectual de Alfonso Quiroz. Lo considera un
historiador incansable y luego demuestra por qué lo llama así. Presenta y reseña su cuantiosa
producción académica, de invalorable rigor y calidad; su búsqueda acuciosa de archivos y fuentes,
que combina magistralmente; su participación en cátedras, cursos, talleres, coloquios y seminarios
para compartir y debatir, y su capacidad y pasión para conversar, vivir la vida y divertirse. Hago una
mención especial a Javier Flores, por el cuidado, la sobriedad y precisión de la traducción.
El libro cuenta historias, es entretenido y está muy bien escrito. Además, es notable la
documentación que sustenta las historias y el manejo de fuentes de Quiroz. En sus más de
seiscientas páginas, el autor responde preguntas cruciales y hace una novedosa historia de la
corrupción en el Perú. Tiene siete capítulos que presentan cada uno una época, un grupo de
poderosos y notables que hacen y deshacen, un personaje reformador que intenta cambiar el curso
de la historia y se frustra (una especie de héroe relativo, porque en muchos casos se beneficia del
desorden y la escasa reglamentación; trata de hacer valer el principio de la ley, pero termina
vapuleado, agotado o fuera de juego), una trama de actores, normas y violaciones que van
sentando las bases del Estado y de la corrupción al mismo tiempo, y una síntesis que recoge la
manera en que la corrupción se va afianzando en ese periodo.
Los reformadores en el tiempo son Jorge Juan y Antonio de Ulloa a fines de la Colonia, Domingo
Elías en la temprana República, Francisco García Calderón para la época del guano y la guerra
con Chile, Manuel González Prada en la modernización de la posguerra, Jorge Basadre para los
treinta años posteriores al oncenio de Leguía, Héctor Vargas Haya para los treinta años siguientes
y en los noventa menciona a Mario Vargas Llosa, junto con otros personajes que se rebelan contra
la corrupción y recuperan la democracia.
A lo largo de la historia que cuenta Alfonso Quiroz se puede ver con claridad cómo, en lugar de irse
construyendo un Estado republicano con leyes y marcos normativos adecuados, con funcionarios
que hacen cumplir la ley y con ciudadanos que van aprendiendo a sentirse parte de una sociedad
incluyente que los considera, a diferencia de esto, se va perfilando y consolidando un Estado sin
derecho, en el que las leyes están dadas para no ser cumplidas, y donde las formas patrimoniales
del poder se van remodelando y recreando en cada periodo de la historia. La corrupción atenta
persistentemente contra el desarrollo nacional y se pierden importantes oportunidades para
lograrlo.
Los militares. Son un grupo de poder históricamente asociado a la corrupción que ha tenido
presencia central en distintos momentos de la historia. En los inicios de la República, los caudillos
militares sientan las bases de la política y del Estado patrimonial, que son a su vez los cimientos
del estado moderno. Ellos construyen sus bases de apoyo a través del Estado, el dinero y las
propiedades públicas.
A mediados del siglo, el militarismo baja en intensidad, pero con los vientos de la Guerra del Pacífico
recupera presencia, y, justamente, el financiamiento de la guerra le devuelve el derecho y la
oportunidad para recuperar poder y dinero. La posguerra abre una década de influencia y poder
militar que se aviva al siguiente siglo con Sánchez Cerro y Benavides, luego el doceno militar y el
fujimorato, durante el que gobiernan por la mano de Montesinos. Son en su mayoría los momentos
de mayor corrupción en la historia del Perú.
Los políticos. Por su parte, los políticos toman el Estado como su botín, esa frase tan común en
nuestros días. No hay fronteras claras entre el espacio público y el privado. El Estado es su
propiedad, han invertido, lo han ganado, y por derecho pueden hacer lo que quieren. Pagan favores
con fondos públicos y puestos en la burocracia, dan exoneraciones tributarias a sus amigos, hacen
obras para ofrecer puestos de trabajo y favorecen a los que los apoyan con jugosos negocios y
negociados. Este personaje nos es familiar. Cuántos congresistas de hoy calzan perfectamente
bien en este molde.
Los empresarios. Son protagonistas de jugosas historias de corrupción. Son esquilmados por los
militares caudillos durante las guerras de la independencia, pero luego se desquitan y entienden el
juego del poder. Un momento entre muchos son los vales de manumisión que Castilla les paga a
los poseedores de esclavos cuando la esclavitud es abolida. Castilla termina siendo un tímido
reformador y promotor de un proceso de indemnización cargado de favoritismo pagado
puntualmente entre 1860 y 1861. No salen las sumas cuando se trata de verificar cuántos esclavos
había y cuantos se indemnizaron.
No se construye un verdadero Estado de derecho sin un sistema normativo congruente con las
necesidades del Estado, sin instituciones que velen por el cumplimiento de la ley, sin un sistema
de control que opere de manera eficaz, sin una élite dirigente que mire por encima de sus propios
intereses y sin partidos políticos que representen los intereses de la población.
Las leyes y el marco normativo institucional. Existen, pero son particularmente complejas, confusas,
contradictorias, restrictivas y no sirven. Por el contrario, desde los inicios de la República, ponen la
primera piedra de la corrupción. Las normas formales e informales son inexistentes, están
distorsionadas o son inestables. En consecuencia, dice Quiroz (p. 45), la falta de disuasivos
adecuados impide contener comportamientos oportunistas y despóticos, las costumbres rentistas
o las ventajas monopólicas de aquellos que tienen acceso al poder político, la administración
pública y los privilegios económicos. En suma, la ley no se cumple o no se aplica igual para todos.
Los contratos de consignación del guano fueron instrumentos crediticios que sentaron las bases de
un sistema financiero contaminado desde sus inicios. Nace sin legitimidad, fraudulento, regido por
leyes absurdamente complicadas, que no se aplican o que son manipuladas en función de los
intereses de la élite. Los costos de la corrupción más altos del siglo XIX se dan precisamente en la
época del guano. Cuando se pretende reformar esta situación, grupos de presión obstaculizan
cualquier intento. Y las autoridades se fueron adaptando a una administración ineficiente. Se
desarrolla una tolerancia que hasta hoy nos hace convivir con una suerte de “normalización” de la
corrupción.
El sistema de control. No existe hasta muy avanzada la República, y cuando se crea, no opera o lo
hace deficientemente. Tampoco funciona el control social. No existe la vergüenza para el que no
paga impuestos o para el que no acata las normas. Al contrario, el que lo hace es el sonso, mientras
el vivo se beneficia. En la Colonia, por ejemplo, el juicio de residencia era para sancionar a los que
se robaban la plata del rey. En la República, el procurador pierde fuerza, y la procuraduría es una
institución que no tiene peso alguno. ¿Cuándo ha ganado el Estado a un empresario corrupto?
El sistema político partidario. Se muestra una radiografía aterradora del sistema político peruano.
Los partidos políticos son clubes, manejados por caudillos que nada tienen que ver con los intereses
que representan. Dos son los casos más destacados. El Partido Aprista es emblemático por su
presencia y recurrente comportamiento complotista y conspirador en la historia del siglo XX. Haya
de la Torre hace y deshace, pero no en función de un objetivo altruista o de la construcción de país:
se alía con enemigos y frustra procesos de reforma con el único objetivo de conseguir el poder, y
si no lo logra, boicotea, agrede y mata a sus adversarios sin piedad. Pero los otros políticos que lo
combaten no son muy diferentes, solo que no cuentan con un partido organizado y con una máquina
conspiradora como la aprista. La política se va haciendo sobre la base de muertes, traiciones y
chantajes. ¿Por qué ahora podríamos esperar algo diferente?
El otro caso más sobresaliente es el del fujimorismo, quizás la expresión más destacada del fallido
sistema político peruano, en el que cualquiera puede hacerse del poder. Los famososoutsiders. Es
“normal” que un improvisado político se encarame, nadie se sorprende, y se le da la autoridad para
gobernar sin programa.
Finalmente, quiero decir que al leer el libro he encontrado las raíces y explicaciones del país que vi
cuando estuve en un puesto de gobierno y di con la corrupción en mis narices. Cómo se hacen los
arreglos y las componendas, qué es eso del intercambio de favores, hasta qué punto y hasta cuánto
se negocia y qué no es negociable, la política del chantaje y la subordinación para mantener el
poder, cómo operan las mafias en el Congreso, la protección y el aislamiento de la autoridad para
que los de al lado puedan actuar. El azar, pero también el miedo a perder el poder como móviles
de políticas que nunca llegan a ser de Estado.
De hecho, el país que estudia, documenta y analiza Quiroz, por eso de la corrupción sistémica, es
el nuestro de hoy, lastimosamente. Hay rasgos presentes en la política que vienen desde la Colonia.
Las elecciones libres y universales se combinan con candidatos que, a la manera de caudillos de
la temprana República, sienten que llegaron al poder para disponer de los fondos públicos de
manera privada. Hoy mismo tenemos a los tres últimos presidentes ante la justicia. Pero
precisamente por eso hay también grandes cambios. Hoy la corrupción es un motivo de
preocupación central de la opinión pública. Hay mayor conciencia sobre la importancia de la
transparencia y la rendición de cuentas, está en funciones una Comisión de Alto Nivel
Anticorrupción que cuenta con un plan de trabajo, metas e indicadores; la Alianza para el Gobierno
Abierto (AGA) ya se instaló, y en breve esperamos que se cree un organismo autónomo para
garantizar el cumplimiento de la Ley de Transparencia y Acceso a la Información. Sin duda que hay
más control social e institucional, una prensa que denuncia y una sociedad civil cada vez mejor
articulada y atenta. Las redes sociales son un gran activo para la denuncia y, a pesar de todo, con
enorme esfuerzo, somos un país más moderno y democrático.
http://revistaargumentos.iep.org.pe/articulos/resena-del-libro-historia-de-la-corrupcion-en-el-peru-de-alfonso-
quiroz/