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Alan Garc a naci o en Lima el 23 de mayo de 1949. Sus primeros estudios universitarios los realiz o en la Ponticia Universidad Cat olica del Per u y recibi o m as tarde su t tulo de abogado en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en 1971. Posteriormente, se traslad o a Europa, donde asisti o a la Universidad Complutense de Madrid, en la cual complet o su tesis sobre Derecho Constitucional, y luego estudi o en el doctorado en Ciencias Pol ticas. En 1973, pas oa la Universidad de la Sorbona de Par s, donde obtuvo una licenciatura en Sociolog a. De regreso al Per u, entre 1977 y 1980 se desem como secretario de Organizaci pe no on del Partido Aprista, y fue elegido como miembro de la Asamblea Constituyente de 1979. Entre 1980 y 1985 fue diputado nacional, y a partir de 1982 le correspondi o ejercer el cargo de Secretario General del Partido Aprista. En 1985, a la edad de treinta y cinco a nos, fue elegido Presidente de la Rep ublica. Durante su periodo tuvo que enfrentar la crisis econ omica de la deuda y el fen omeno terrorista de Sendero Luminoso, que caus o miles de muertes a pobladores y miembros de las Fuerzas Armadas y Policiales. En abril de 1992, tras el golpe de Estado perpetrado por Alberto Fujimori, fuerzas militares asaltaron su domicilio. Estando su vida en peligro, Colombia le concedi o asilo pol tico, por lo que tuvo que vivir en Colombia y Francia hasta enero de 2001, cuando pudo regresar al pa s. El Presidente Garc a fue candidato a la Presidencia de la Rep ublica en las elecciones de junio de 2001,* en las que obtuvo el 47 % de los votos. En 2004 fue elegido presidente del Partido Aprista Peruano. En junio de 2006, Alan Garc a fue nueva
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A LA GLORIA DE CHALCUCHIMAC, EL MAS LEAL, EL MEJOR GUERRERO, QUE FUE ENTREGADO POR ATAHUALPA, TORTURADO POR LOS PIZARRO Y CONDENADO POR LOS OREJONES. QUE NO UN NUEVO DIOS Y MURIO ALTIVO ACEPTO EN LA HOGUERA INVOCANDO A PACHACAMAC.
c Todos los derechos reservados. Librer as Crisol S.A.C. Pizarro, el Rey de la Baraja Pol tica, Confusi on y Dolor en la Conquista c 2012, Alan Garc a P erez c 2012, Titanium Editores Av. Larco 880, piso 11, Miraores, Lima, Per u Edici on: Percy U narte Otoya Dise no y diagramaci on: Carlos Bemal D az Correcci on: Jos e Carlos Yrigoyen Miro Quesada Car atula: Hugo Rivas Quintana Primera edici on: julio de 2012 Tiraje: 5,000 ejemplares ISBN: 978-612-46189-1-8 Hecho el Dep osito Legal en la Biblioteca Nacional del Per u: 2012-08427 Registro de Proyecto Editorial: 11501081200523 Impreso en Quad Graphics Per u S.A. Av. Los Frutales 344, Lima 3, Per u
INDICE
Cronolog a Una reexi on te orica inicial Sistema de acci on pol tica y sistema social Sistema de acci on pol tica y sistema de reglas de la baraja espa nola Introducci on Conceptos generales Autonom a y primac a de la pol tica El big bang ideol ogico del siglo XVI en la conquista La pol tica, el arma fundamental La invasi on bacteriana Car acter y personalidad de Pizarro Su ciencia militar Cap tulo I: Primera regla Sin constancia no hay pol tica Constancia en el tiempo Constancia en el mando Constancia en la t actica pol tica: cambiar las cartas Cap tulo II: Segunda regla Tuvo objetivos claros para s y confusos para los dem as Objetivos denidos Crear un reino Dominar la escena y centralizar la direcci on Eliminar al jefe adversario Salir de Almagro y de Hernando Restituir la legitimidad ind gena. Funci on de adaptaci on Superar a Cort es. Funci on de motivaci on Im agenes confusas Cartas marcadas en el viaje a Toledo Atahualpa condenado desde el inicio Igual ocurri o con Hu ascar Almagro usado y desechado Ocult o su intenci on ante los l deres ind genas Nadie supo a qui en apoyar a 15 15 19 23 25 30 34 37 39 41 45 47 49 51 55 57 57 58 58 59 60 60 61 61 62 63 64 64 65
Pizarro, el Rey de la Baraja Cap tulo III: Tercera regla Con la legitimidad garantiz o su poder a largo plazo Los oros: legitimidad real Las copas: legitimidad religiosa Legitimidad arbitral Las espadas: legitimidad carism` atica El discurso Un s mbolo sint etico Cap tulo IV: Cuarta regla Personaliz o la legitimidad La cruz. Un n ucleo duro identicado Cap tulo V: Quinta regla Cre o una legitimidad diferente Crear una aristocracia dependiente Una nueva ciudadan a. La liberaci on de los yanaconas La liberaci on de las Ajllas La fusi on de las dos legitimidades Las Ordenanzas olvidadas Cap tulo VI: Sexta regla Decidi o y ejecut o los hechos fundamentales La captura de Atahualpa La ejecuci on de Atahualpa La entrada al Cusco La fundaci on de Lima La relaci on con Almagro Cap tulo VII: S eptima regla Estudi o sistem aticamente la realidad f sica y social La extensi on exagerada debilita el poder Las m ultiples divisiones del Per u Cap tulo VIII: Octava regla Promovi o y multiplic o la confusi on del adversario El norte contra el sur Los yanaconas Los Viracochas. Confusi on religiosa La llegada espa nola intensic o el conicto
Alan Garc a Perez Cap tulo IX: Novena regla Estudi o profundamente la psicolog a del adversario Almagro. La envidia subordinada Atahualpa. La soberbia Hu ascar. Desesperaci on y providencialismo Manco Inca. Credulidad y ambici on Hernando de Soto. Ambici on y vanidad Hernando Pizarro. Crueldad y soberbia Pedro de Alvarado. Un adversario temible Juan y Gonzalo. Los menores a proteger Los grupos humanos Cap tulo X: D ecima regla Acumul o la confusi on y las debilidades del adversario Consolidar la retaguardia Cap tulo XI: Und ecima regla Impidi o la uni on de los dem as y evit o el conicto irreversible entre los propios Cap tulo XII: Duod ecima regla Guard o elementos de negociaci on La vida de Atahualpa La vida de Hu ascar La vida de Chalcuch mac El poder para Manco Inca Cap tulo XIII: Decimotercera regla Mostr o paciencia y serenidad Cap tulo XIV: Decimocuarta regla Captur o los centros de acopio Cap tulo XV: Decimoquinta regla Evadi o las responsabilidades y las atribuyo a otros Bibliograf a
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Pizarro, el Rey de la Baraja Cronolog a 1492 Llegada de Crist obal Col on. 1502 Pizarro desembarca en la isla de La Espa nola. ez de Balboa y Francisco Pizarro descubren el 1513 Vasco N un Oc eano Pac co. 1519-1521 Hern an Cort es conquista M exico. 1524-1526 Primer viaje al sur hasta las costas de Colombia. 1526 Pizarro, Almagro y Luque se asocian en la Compa n a del Levante. 1526-1527 Segundo viaje hasta Tumbes y el r o Santa. 1528 Huayna C apac muere de viruela. 1528-1529 Pizarro viaja a Espa na. Capitulaciones de Toledo. 1530 Se inicia la guerra entre Hu ascar y Atahualpa. 1531-1532 Tercer viaje. Llegada a Tumbes. Captura de Atahualpa. 1533 Ejecuci on de Atahualpa. Llega en noviembre al Cusco. Muerte de Chalcuch mac. 1534 Llegada de Pedro de Alvarado al Per u. 1535 Fundaci on de Lima. 1536 Insurrecci on de Manco Inca. 1537 Al retomo de Chile, Almagro toma el Cusco. ltima entrevista en Mala. La u 1538 Batalla de Las Salinas. Ejecuci on de Almagro. 1540 Prisi on de Hernando Pizarro en Espa na. 1541 Asesinato de Francisco Pizarro en Lima. 1544 Rebeli on de Gonzalo Pizarro contra las Nuevas Leyes de Indias. 1548 Ejecuci on de Hernando Pizarro.
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Pizarro, el Rey de la Baraja otros, etc etera. Un conjunto que el actor totaliza permanentemente como una estrategia para alcanzar y ejercer el poder. Por consiguiente, tiene las caracter sticas de un Sistema de Acci on; es decir, una pluralidad de elementos interdependientes, en interacci on, vinculados por reglas l ogicas, que reacciona como un todo ante el exterior y que no se reduce a la suma de esos elementos. Sus partes, las conductas y las reglas que las orientan mantienen una coherencia esencial tanto hacia el exterior, para cumplir sus nalidades, como hacia el interior, buscando estabilidad y equilibrio entre s . Es una estrategia, un plan estructurado, durable y din amico para actuar. Esto no signica que todo funcione adecuadamente en ese sistema o que todos los elementos contribuyan ecazmente a la acci on del conjunto. Hay efectos no deseados, imprevistos, disfunciones, etc., pero el actor busca permanentemente totalizar; es decir, integrar y consolidar las partes de su acci on como un conjunto ecaz. Esa es la funci on de homeostasis o equilibrio din amico de la conciencia individual o la propiedad de autorregulaci on de los sistemas. En este trabajo seleccionaremos algunas de las reglas pol ticas o normas con las que Pizarro actu o permanentemente y que son las partes de su Sistema de Acci on Pol tica. Fue plenamente consciente de la totalidad y la integraci on de este? Seguramente fue consciente de cada elemento o regla de acci on, mas no sabemos si lo fue del conjunto. Pero lo cierto es que aplic andolo tuvo xito rotundo, aunque tambi un e en lo obtuvo por la incapacidad de los otros actores en juego. Anotemos desde ahora que, en la medida en que un actor pol tico sea consciente del sistema de conexi on de todas sus reglas de acci on, nico gran estratega su desempe no se har a m as ecaz. De hecho, Pizarro fue el u en el grupo espa nol, en el cual solo existieron algunos t acticos. En el campo ind gena sobresalen Chalcuch mac como pol tico y Rumi nahui como estratega, aunque su propuesta de guerra no fuera aceptada por Atahualpa. Este, una vez prisionero, intent o desplegar una estrategia inteligente pero tard a y en inferioridad de condiciones. Sus otros capitanes fueron esencialmente t acticos. Y la diferencia es sustantiva, pues como se nal o Cari Von Clausewitz (((De la guerra)). T. 1 -3), la t actica usa el movimiento militar en las batallas, pero la estrategia usa las batallas para la guerra integral, y el n de esta no es la mera eliminaci on del
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Alan Garc a Perez adversario sino el forzar al enemigo a cumplir la voluntad del estratega. Porque Pizarro buscaba construir un reino material, un sistema territorial y social organizado, un sistema material con un espacio geogr aco (Estado) en el que le correspondiera el rol de denir los nes colectivos (Pol tica) y donde tuviera el poder de obligar a los otros a cumplir tareas para esos nes (Autoridad). Y para lograrlo utiliz o un Sistema de Acci on Pol tica coherente. En este libro pretendemos estudiar la dimensi on psicol ogica y estrat egica de la pol tica y ordenar las reglas, conductas, c alculos y motivaciones que Pizarro utiliz o, conscientemente o no, para crear su reino o sistema material. Y veremos c omo el sistema de reglas que gui o las acciones de Pizarro cumpli o hacia los dem as actores y hacia s mismo las funciones que todo Sistema de Acci on Social debe tener, seg un Talcott Parsons. Esas funciones son: la Adaptaci on respecto al exterior, la precisi on de los Fines, la Integraci on de sus partes y la Motivaci on a trav es de valores y justicaciones. Adem as el Sistema de Acci on Pol tica de Pizarro tambi en ejerci o las funciones que han estudiado Gabriel Almond y Bingham Powell en su texto ((Comparative Politics)): la regulaci on, la extracci on de recursos para su funcionamiento, la distribuci on de bienes y honores, la expresi on y suma de intereses, la elaboraci on de reglas, la aplicaci on de estas y adem as, el reclutamiento pol tico. Todos estos conceptos que provienen de autores como Berthalanffy, Parsons, Almond, Easton, etc etera, permiten ordenar y pensar de manera adecuada los datos y reglas que, de manera aislada, ser an incomprensibles o in utiles para analizar de manera integral la conducta pol tica del actor. Esos conceptos son parte fundamental de la ciencia pol tica y son, adem as, su conexi on con la psicolog a social y con la historia. Por ejemplo, para superar el empirismo de los hechos aislados y demostrar la interacci on de las reglas y conductas de Pizarro, podemos ordenarlas de acuerdo al modelo propuesto por Talcott Parsons en su c elebre texto ((La estructura de la acci on social)). Para Parsons, la acci on humana presenta las caracter sticas de un sistema porque organiza las relaciones de interacci on entre el actor y su situaci on. Pero a nade que un sistema para existir y mantenerse debe cumplir,
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Pizarro, el Rey de la Baraja por lo menos, cuatro funciones elementales. Primero, adaptarse al medio l para la acci exterior y buscar recursos en e on; segundo, buscar y denir los objetivos de la acci on; tercero, mantener la integraci on y la coherencia de sus elementos y, nalmente, motivar la conciencia de cada actor con los valores y nes que impulsan el sistema. Parsons presenta esas funciones orden andolas en una tabla, seg un si se trata de medios o nes o si son relaciones hacia el exterior o hacia los elementos internos, y lo hace de la siguiente manera: Medios Relaci on con el exterior Relaci on con elementos internos ADAPTACION MOTIVACION Fines BUSQUEDA DE FINES INTEGRACION
Utilizando este esquema podemos ordenar las reglas de acci on pol tica que sigui o Pizarro y que estudiamos en los quince cap tulos del texto, pero agrup andolas dentro de cada una de las cuatro funciones. Por ejemplo, forman parte de la funci on de Adaptaci on: la constancia (Cap tulo I), la legitimidad (Cap tulo III), promover la confusi on del adversario (Cap tulo VIII), guardar elementos de negociaci on (Cap tulo XII), la evasi on de responsabilidades (Cap tulo XV). Forman parte de la funci on de B usqueda de nes: tener objetivos claros para s (Cap tulo II), el estudio sistem atico de la realidad f sica y psicol ogica (Cap tulo VII-IX) y la construcci on de una legitimidad aut onoma (Cap tulo V). Pertenecen a la funci on de Integraci on el personalizar la legitimidad (Cap tulo IV), impedir la uni on de los otros (Cap tulo XI). Y nalmente en el campo de la Motivaci on se sit uan: la regla de decidir y ejecutar los hechos fundamentales (Cap tulo VI), y el mostrar paciencia (Cap tulo XIII), etc etera. Hacer esto nos permite ordenar y sistematizar las reglas de acci on y, a trav es de estas, comprender los hechos y las intenciones de
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Alan Garc a Perez Pizarro. De esta manera puede tenerse una imagen clara y objetiva del sistema de interacci on entre los hechos y las reglas. De lo contrario el an alisis se mantendr a en un nivel emp rico de recolecci on de hechos aislados, recogidos por su secuencia temporal pero sin entenderlos por la funci on que cumplieron, ni por su interacci on ni por el prop osito que Pizarro les atribuy o. Pero el estudio de los sistemas permite incorporar otras ideas. Ludwig Von Bertalanffy, en su ((Teor a general de los sistemas)) in- trodujo un concepto muy importante, el isomorsmo, es decir, la propiedad de varios sistemas de presentar formas id enticas o com- parables. Ese an alisis abstracto permite comprender que una c elula biol ogica, entendida como un sistema de partes organizadas, cumple, por ejemplo, las mismas funciones sist emicas que una sociedad pol tica. Por eso hemos distinguido antes que de un lado est a el Sistema material geogr aco y humano que Pizarro quer a crear en su gobernaci on y de otro lado est a el Sistema psicol ogico de acci on, como conjunto de reglas, decisiones o mensajes que explican su conducta. Son dos sistemas paralelos. Logr o Pizarro una exacta correspondencia entre ambos sistemas, entre sus proyectos y su realizaci on? En gran parte s , y creemos que ello fue producto de su extraordinaria capacidad pol tica. Pero donde aprendi o a organizar adecuadamente su forma de acci on?
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Pizarro, el Rey de la Baraja de los que fue gran practicante, unos instrumentos de aprendizaje del c alculo estrat egico que despu es aplic o, consciente o inconscientemente, en su pr actica pol tica. Pizarro no fue un ajedrecista tal cual lo fue Napole on. Los cronistas mencionan a otros conquistadores, como De Soto, que s lo fueron y que, inclusive, habr an ense nado las reglas del ajedrez a Atahualpa durante la prisi on. Pero Pizarro dedicaba, seg un los testigos, muchas horas al juego de naipes. Este, que es una suma de azar y c alculo, ense na m as sobre la decisi on y la audacia que sobre las posiciones en las que adiestra el ajedrez. Las cartas se nalan una jerarqu a de oros, copas, espadas y bastos; es decir, legitimidad real, religi on, fuerza y pueblo. Y adem as, el azar en la distribuci on inicial de las cartas coincide con el providencialismo; es decir, con el designio incomprensible de Dios como explicaci on de la historia, que era lo aceptado por los actores en el momento de la conquista. Adicionalmente, sus reglas y posibilidades son protorreglas pol ticas, por ejemplo el ((penetro)) del cuarto jugador que no juega en el origen pero puede intervenir posteriormente, la ((voltereta)) del que ((entra)) y decide tomar la primera carta del mazo y de esta manera determina cu al es el nuevo palo al que se jugar a. Tambi en la estrategia del que se reserva, deja jugar al ((contrahombre)) y adopta el rol del ((mingo)) o tercero para saltarse el orden; o el ((dar codillo)) al jugador inicial mostrando las ((cinco bazas)), el ((jugar m as)) forzando la apuesta, el canje de los naipes, etc etera. Todas estas reglas ejercidas cotidianamente sobre la mesa de juego, acaso condicionaron isom orf camente el sistema de acci on pol tica del conquistador? Es muy probable. Pero en la acci on pol tica de Pizarro distinguiremos su sistem atico trueque de personas y objetivos, acumulando siempre mayor valor, su aci on a ocultar el juego de sus nes present andolos confusamente, como en una ((voltereta)). Adem as su l mismo en los hechos fundamentales para sustentar su leregla de participar e gitimidad ((partiendo siempre la baraja)) o en el actuar como el cuarto, que de ser un mero distribuidor de cartas pasa a ser el nuevo jugador en el ((penetro)). Algo similar a esto hizo cuando, negociando con Almagro, Luque y la Corona termin o alz andose con la mesa de las Capitulaciones de Toledo y la ganancia. Estudiando las reglas del tresillo el lector ver a c omo, cuando Pedro
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Alan Garc a Perez de Alvarado lleg o sorpresivamente al Per u dispuesto a dejar sin reino a Pizarro, este, que debi o hacer el rol de ((contrahombre)) respondiendo al juego, envi o a Almagro y se reserv o la respuesta, cumpliendo el papel del ((mingo)) o tercero en jugar, con lo que nalmente gan o las naves y los soldados de Alvarado. Y como esos hay muchos y sugestivos ejemplos adicionales. En todo caso, Pizarro, que no fue un estudiante de Salamanca como Cort es, ni un latinista como Sarmiento de Gamboa ni un docto en contabilidad como el tesorero Riquelme, tal vez obtuvo de su larga experiencia y de su aci on a la baraja espa nola mucho de su paciencia, constancia, astucia, c alculo pol tico y decisi on, caracter sticas todas que, articuladas en un sistema de acci on pol tica, le permitieron alcanzar, contra todo pron ostico, los objetivos que logr o. En este trabajo buscamos formalizar esas reglas del juego pol tico. Ciertamente este es un an alisis complicado porque para Pizarro cada uno de los otros actores pod a ser un naipe, una mano o un contrincante, o todo ello a la vez. As pues, intentamos identicar las reglas de acci on pol tica con las que Pizarro acometi o sus objetivos y presentarlas sistem aticamente. Por eso este libro no es una novela ni una biograf a. En estas, normalmente, los hechos se l mismo. presentan en orden hist orico para que el lector saque las conclusiones e Aqu , por el contrario, agrupamos los hechos en tomo a cada una de las reglas de acci on y de esa manera mostramos expl citamente su nalidad dentro de la estrategia integral. Por tal raz on el lector encontrar a una cierta repetici on de episodios y conceptos en los diferentes cap tulos y pedimos por ello anticipada disculpa. Eso obedece a que cada uno de los hechos cumple un prop osito o una funci on en una o en varias de las reglas de la estrategia pizarrista. Cada acci on o hecho es polivalente, sirve para la adaptaci on al medio y al mismo tiempo puede servir para cualquiera otra funci on, sea esta la integraci on o la motivaci on. Por eso, un mismo hecho se explicar a en varios cap tulos, pero para un n distinto; por ejemplo, la liberaci on de los yanaconas, que sirvi o para crear una nueva ciudadan a en el Capitulo V y como medida que aument o las contradicciones andinas en el Cap tulo VIII. Tambi en la gura de Almagro al que se presentan proposiciones 21
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Pizarro, el Rey de la Baraja l contradictorias (Cap tulo II) y luego, en el estudio psicol ogico que de e hizo Pizarro (Cap tulo IX); adem as a Hu ascar, cuya vida fue un elemento de negociaci on (Cap tulo XII) y en las im agenes confusas que recibi o (Cap tulo II); a Maisa Huilca, cuyos hechos se estudian al tratar la soberbia de Atahualpa (Cap tulo IX) pero tambi en al estudiar la paciencia de Pizarro (Cap tulo XIII). Una advertencia nal. No soy pizarrista. Dir e que estoy lejos de serlo, pues no olvido que la conquista fue un proceso brutal ni creo que el n justique los medios. Aqu me limito a estudiar si el actor tuvo o no la capacidad para organizar sus acciones y alcanzar sus objetivos. Y la tuvo porque no fue vido de riqueza, que describe su leyenda el analfabeto y b arbaro elemental, a negra, como s lo fueron muchos de sus acompa nantes. Tampoco soy antipizarrista, porque ubico al personaje en su tiempo y en su mundo psicol ogico. Como advert a el losofo Baruch Spinoza, el prop osito es: ((No re r, no llorar, sino comprender)). Evidentemente, cinco siglos despu es la pol tica exige mayor transparencia moral y democracia, pero no podemos medir a Pizarro con esos criterios actuales y menos aun en medio de su acci on militar, juzgando desde ellos ahora sus t ecnicas para alcanzar y mantener el poder. Y no perdamos de vista que, aun hoy, cinco siglos despu es, los gobernantes, inclusive con prop ositos loables como el desarrollo y la justicia, agitan pasiones, ocultan las malas noticias, emiten im agenes calculadas, dosican la oportunidad, unen sus fuerzas y dividen a los adversarios. Peor todav a, otros gobernantes pasan la l nea del exceso o del crimen y usan las im agenes para destruir a los adversarios, maniobran psicosocialmente o, m as burdamente, abusan del poder para exterminar f sica o jur dicamente a los rivales. A veces lo logran, pero s olo por un tiempo, pues como demuestra la experiencia de Pizarro, casi todo puede hacerse con la pol tica y sus buenas o malas artes, pero no el durar para siempre.
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INTRODUCCION
CONCEPTOS GENERALES
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Pizarro, el Rey de la Baraja hechos y adem as, por su astucia; valores pol ticos de tanto poder en la historia como la acumulaci on de recursos econ omicos y medios productivos o como el avance tecnol ogico. El lector responder a que sin los caballos, la p olvora y el hierro, Pizarro no habr a logrado su objetivo. Es posible, pero tal cual demuestran otros fracasados esfuerzos de conquista, como los de Pascual de Andagoya o Alonso de Ojeda, todos esos factores no fueron sucientes sin un verdadero hombre pol tico actuando en la escena. En todo caso, eso tambi en comprueba que la econom a, la tecnolog a y la capacidad pol tica son valores equivalentes e independientes y que ninguno es un simple reejo de los otros. lite y dentro Fue la extraordinaria capacidad de Pizarro para constituir una e de ella un ((n ucleo duro)); su habilidad para mantener confundido al adversario y para desplazar simb olica y psicol ogicamente sus responsabilidades sobre el oponente lo que le dio inmensa ventaja. Un lector economicista o marxista dir a que la elite de la propiedad y de la riqueza es siempre la due na de las decisiones, pero eso solo ser a cierto si no existe en la escena un pol tico profesional como Pizarro, Lenin o muchos otros en la historia y si otros factores como la cultura y la religi on no tienen m as fuerza que la econom a en la situaci on concreta. Ahora bien, es cierto que en las decisiones pol ticas existe siempre una gran tensi on entre dos elementos: de un lado la toma de las decisiones o el dirigir los objetivos de la sociedad, que es la labor de un grupo o excepcionalmente de una persona y, del otro lado, la capacidad de presi on y movilizaci on que pertenece a todos, pues como Talcott Parsons se nal o, el poder, como el dinero, es un medio circulante del que participan todos en mucha, mediana o peque na cantidad. As , la tensi on entre quien dirige y la voluntad generalizada de quienes tienen una cuota mayor o menor del poder es un tema fundamental de la ciencia de la pol tica. Pizarro administr o mejor que Atahualpa y que otros jefes ind genas o espa noles esa tensi on gracias a las alianzas que logr o o a la desuni on que multiplic o, y de all su r apido triunfo. Pero continuemos por ahora reivindicando el rol creador de la pol tica por s misma. Doscientos a nos antes de Cristo un reh en aqueo, prisionero en Roma, estudi o y describi o la autonom a de la pol tica y de las instituciones pol ticas para generar movimientos
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Alan Garc a Perez sociales independientemente de las condiciones econ omicas. Fue Polibio quien, en los textos de su ((Historia general)), explic o c omo cada una de las instituciones pol ticas tiene, por su propia organizaci on o estructura, un proceso de vida y de autodestrucci on que obliga a su desaparici on y a su sustituci on por una instituci on distinta en una sucesi on circular indetenible. Polibio explic o que, a la gura de un ((rey lantr opico)) que toma decisiones generosas y acertadas en nombre de toda la sociedad, sucede inevitablemente la imagen o presencia del ((tirano)), como poder individual rodeado de intereses familiares y grupales que pervierte la gura del reinado. Ante esta situaci on, un grupo esclarecido, selecto, a veces religioso, tal vez militar, pol tico o intelectual, asume la responsabilidad de derrocar al tirano constituy endose como una ((aristocracia iluminada)) que gobierna en benecio a todos. Pero el destino de esta instituci on es convertirse en, o aparecer ante la sociedad como una oligarqu a de intereses particulares, sectoriales, lo que lleva, en consecuencia, a una insurrecci on general de protesta, tras la cual nace la ((rep ublica democr atica)), que pretende ser expresi on y decisi on de todos en benecio del conjunto social. Sin embargo, esta instituci on por su pluralidad culmina en la anarqu a, en la llamada ((oclocracia)) o gobierno de la plebe y del desorden. En esta circunstancia una nueva personalidad decidida e iluminada asume nuevamente el rol del monarca generoso y ordenador. Despu es de esto, el ciclo recomienza. Seg un Polibio, esta sucesi on de instituciones explica muchos de los hechos y problemas pol ticos, independientemente de la propiedad de las tierras o de la acumulaci on de la riqueza bancaria de las ciudades griegas y sociedades an l estudi tiguas que e o. Y sus estudios hist oricos comprueban que la pol tica en s misma, como inteligencia y capacidad de creaci on de espacios de poder o como la perversi on de las instituciones por su propia estructura, es independiente de la econom a y de los designios divinos. Continuando esa perspectiva, Wilfredo Pareto, en su c elebre ensayo ((Rise and fall of the elites)) de 1901, formul o en el siglo XX su novedosa teor a de lites. Seg las e un Pareto, como las decisiones y la direcci on no pueden tomarlas ni ejercerlas todos al mismo tiempo, deben ser algunos, unos pocos, los lite que dirige la sociedad hasta ser que asuman ese papel, constituyendo una e desplazada por
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Pizarro, el Rey de la Baraja otra que va constituyendo su homogeneidad, con lo que se cumple su teor a lites. La historia pol de la circulaci on de las e tica resulta as un cementerio de lites no son necesariamente econ elites de acuerdo con Pareto, las e omicas o de acumulaci on de medios productivos, como el marxismo arm o en el siglo XIX, lites religiosas, de e lites intelectuales, de sino que puede tratarse tambi en de e lites militares o de fuerza, que asumen la direcci e on de la sociedad para verse a su turno desplazadas por otras nuevas. Seg un el autor, la pol tica tiene como lites. motor esencial el conicto de las e El lector economicista puede responder que la carest a, el des- empleo, la necesidad de acumular o redistribuir es el tema fundamental. En algunos casos lo es. Pero aqu el tema es comprender por qu e un grupo o una persona determinados toman la decisi on y por qu e son ellos y no otros los que por el momento act uan en nombre de todos. Ese es el an alisis pol tico. Y no tiene como una respuesta f acil la que el marxismo vulgar ofrece. Antonio Gramsci, el mayor intelectual marxista en la Italia de entreguerras, se preguntaba en la c arcel por qu e el cambio pol tico al socialismo no se produc a all si las con l, ya estaban dadas. Y debi diciones econ omicas, seg un e o concluir admitiendo lite hab que ello era producto de que la e a capturado la cultura, el mundo de la formaci on y trasmisi on de las ideas ((org anicas)) dentro del Bloque Hist orico; en otras palabras, acept o que el dominio del pensamiento, de las iniciativas, de la persuasi on, es decir, la pol tica, era tan o m as importante que la acumulaci on de la riqueza y de la producci on. Eso ya lo hab a demostrado Lenin decenios antes, sin aceptarlo conceptualmente, al adue narse del poder en Rusia con un peque no equipo pol tico profesional, proporcionalmente mucho m as peque no que el de Pizarro en el Tawantinsuyo. As , quienes creen, en el caso del conquistador, que la fuerza militar fue lo fundamental, reducen la historia a un an alisis muy simple y previo a las inteligencias de Polibio, Pareto o Gramsci. Ni la realidad ni la historia tienen respuestas tan simples. Finalmente y entre otros autores, mencionemos a Robert Dahl, quien desarrollando las ideas de Parsons formul o su tesis de la ((poliarqu a)), seg un la cual es verdad que el poder est a distribuido desigualmente, pero de tal forma que l. En su c todos participan de e elebre texto ((Qui en gobierna?)), que estudia las decisiones admi
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Alan Garc a Perez nistrativas y pol ticas en Durham, New Hampshire, Dahl lleg o a la conclusi on de que las decisiones nacen por la coincidencia de la opini on y por la presi on de muchos y en algunas ocasiones de casi todos. No hay una so lite; el poder es un continuo del que todos tienen algo, unos much la e simo, otros menos, tal como ocurre con la posesi on del dinero. Pero sumados los muchos pueden equilibrar o superar a quienes aparecen como todopoderosos. Pizarro lo com- prendi o, como veremos, estudiando los cientos de curacazgos lite recientemente conquistados por la etnia inca frente a los que el poder de la e cusque na manten a un enorme espacio; comprendi o que sin ayuda de la rueda y de la conducci on animal, este poder era precario y mucho m as si tal etnia estaba dividida por conictos. Parte de su juego pol tico fue impedir la uni on de algunos o de casi todos esos componentes. Los cuatro autores mencionados han rescatado la autonom a de la pol tica respecto a la econom a y la riqueza, pero tambi en respecto a la tecnolog a y al providencialismo divino con los que se explic o, por mucho tiempo, el movimiento de las instituciones y de las decisiones pol ticas. Y a ellos podr amos agregar a los propios autores economicistas o marxistas como el mismo Engels, que al explicar, por ejemplo, el fen omeno del bonapartismo o tipo de Estado que se pone por encima de las clases sociales, caen en el c rculo vicioso y la confusi on. Es, pues, en esta l nea de an alisis, que estudiaremos la estructura pol tica del pensamiento de Pizarro, la cual le permiti o, con habilidad y facilidad sin precedentes, la conquista de un inmenso territorio, el mayor de todos los conocidos. Y para ello utilizaremos tambi en algunos de los an alisis formulados por Maquiavelo. Nicol as Maquiavelo (1460-1527) escribi o, a inicios del siglo XVI, ((El Pr ncipe)), que en s ntesis es un estudio de los m etodos, los objetivos y las leyes de la Ciencia del Poder, que el orentino deni o como la t ecnica de adquirir, conservar y ejercer el poder. Estudi o las leyes de esa ciencia, separ andolas de la voluntad divina o de la perspectiva moral y limit andose, seg un arm o, a estudiar la verit a effettuale de la cosa, es decir, el an alisis objetivo de las acciones que permiten acrecentar y ejercer el poder sobre las sociedades. Pero Maquiavelo, al formular estas ideas, lo hizo tras estudiar la
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Pizarro, el Rey de la Baraja geograf a y el tiempo pol tico italianos, que parec an reproducir la dispersi on de las ciudades estado griegas y sus conictos en los siglos previos a la era cristiana. Fue esa circunstancia la que le permiti o, mejor que otras experiencias, analizar los movimientos, las competencias y las acciones que conducen al poder, sin convertirse en juez moral de esas acciones y limit andose a considerar su efectividad. Al comenzar el siglo XVI, Italia ten a cinco estados; adem as tres potencias europeas participaban de sus decisiones y exist an tambi en numerosas ciudades independientes las unas de las otras. En pocos a nos se hab an sucedido cuatro papas: Alejandro, Sexto, P o, Julio, Segundo y Le on, todo lo cual signic o un mundo de confusi on, intriga y desorden. Era el reino de la iniciativa pol tica. Para disciplinar tal confusi on, Maquiavelo propuso la construcci on de un Esta nico, una monarqu do u a que subordinara a las oligarqu as, a los caudillos y a las ciudades con el prop osito de lograr mayor orden social y disminuir as las guerras y la destrucci on. Esa fue su motivaci on ((altruista)). Entonces, lo que parece un conjunto de consejos despiadados y fr os, llamados despu es ((maquiav elicos)), tuvo como objetivo central construir un Estado Italiano, como ya hab a ocurrido en esos a nos en Francia, con Francisco I, o como tambi en ocurri o con la unidad de Castilla y de Arag on y la del Imperio Espa nol-Alem an, dirigido por Carlos I de Alemania o Carlos V de Espa na. Pero ese proceso demorar a todav a cuatro siglos en Italia. Maquiavelo propuso la uni on pol tica, como lo hizo en Grecia Filipo II, padre de Alejandro el Magno, permitiendo con esa unicaci on la expansi on posterior del helenismo hacia el Asia Menor, Persia y la India. En 1513, el posible a no de redacci on de ((El Pr ncipe)), Francisco Pizarro cumpl a ya nueve a nos en el Nuevo Mundo, primero en La Espa nola (Rep ublica Dominicana) y luego en Panam a, donde particip o en el descubrimiento del ez de Balboa. Oc eano Pac co como lugarteniente de Vasco N un
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Alan Garc a Perez razonamiento pol tico, tal como lo comprobaremos al estudiar las quince reglas orientadoras de su acci on. Pero hay algo m as que no debemos olvidar. Cada uno de los espa noles descubridores y conquistadores, codiciosos y racistas o, en otros casos, fan aticamente religiosos e impregnados de ambici on hist orica, representaban, sin saberlo, uno de los momentos m as importantes y estelares de la historia humana. Cada uno de ellos expresaba el big bang social y psicol ogico del Renacimiento. No solo fue el af an por el oro y la ambici on de dominio social. Fue mucho m as. Que Pizarro era analfabeto es verdad, pero m as del ochenta por ciento de la poblaci on europea tambi en lo era, por la simple raz on de que la imprenta de Gutemberg solo hab a comenzado su trabajo diez a nos antes del nacimiento de Pizarro. Sin embargo, el mundo consciente e intuitivo de una sociedad o el de un personaje no puede reducirse a la graf a. Eso es tan absurdo como armar que antes de la escritura no exist an ni la losof a ni la creaci on po eti poca era grupal, aldeana y con uno que en la ca. Adem as, la cultura de la e hueste supiera leer ser a suciente y a ese escuchar an los dem as en tomo al fuego, en un campamento militar. As , el libro y las informaciones le dos por el alfabetizado eran intermediados oralmente para los dem as. Un actor social cumple un papel y expresa un signicado mucho mayor que el de sus prop ositos conscientes. De la misma manera, reducir la acci on colectiva de la conquista a la codicia o a la ambici on de cada actor es condenar el an alisis hist orico y social al individualismo ((evennementiel)) m as emp rico. He llamado big bang a la explosi on inicial del Renacimiento que dio voluntad y sentido a cada actor y prest o un signicado a sus acciones gracias a m ultiples contenidos: 1. Cop emico y Galileo hab an revolucionado la ciencia y la posici on del hombre y la del propio Dios demostrando el giro de la tierra alrededor del sol; 2. Desde 1470 la aparici on de la imprenta hab a democratizado la cultura y las ideas, incluida la Biblia, abriendo paso a la libre interpretaci on y lanzando la idea b asica de la libertad y de la individualidad; 3. El Estado Nacional integraba la dispersi on de los feudos, surgiendo como nuevo actor hist orico, y en Espa na la unicaci on pol tica se dio tras rabes con la ca la reconquista de los territorios a da del
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Pizarro, el Rey de la Baraja Reino de Granada en 1492; 4. Con ello, el viejo esp ritu de las Cruzadas y el af an de recuperaci on de los Santos Lugares como e1 prop osito de lucha contra los ineles se fortalecieron otra vez; 5. La Reforma de Lutero inici o desde 1517 el debate religioso en Europa, aunque fuera despu es violentamente reprimida en Espa na; 6. El avance de las artes, la medicina, la mec anica, del estudio del cuerpo humano y del conocimiento de la historia y la geograf a constituyeron un arma psicol ogica fundamental para los aventureros ante pueblos ajenos a todo ese avance; 7. El triunfo de Carlos V sobre Francisco I de Francia, en Pav a en 1524, hab a devuelto el aura de invencibilidad a los espa noles, y 8. Aunque ingresando al Renacimiento, los libros de caballer as que enloquecieron al Quijote eran los m as difundidos, entre ellos y como principal, el Amad s de Gaula (Irving Albert Leonard. ((Los libros del Conquistador)). 1953). Pero la introducci on de este y otros en Am erica fue nimo prohibida por la Corona desde 1500 para evitar el conicto y el a de aventura. Todo esto formaba la ((personalidad b asica)) del conquistador promedio, usando el concepto de Abraham Kardiner. Por tanto, el conocimiento no estaba ya determinado y cerrado como en los siglos anteriores, tampoco lo estaban la riqueza y el poder. Siempre estar an ((m as all a)). Era la mentalidad de la causa y el efecto, la actitud de la explicaci on natural y la investigaci on, y ante los problemas, de la pregunta ((qu e hacer)), que encontr o en el mundo ind gena otra distinta, que Zvetan Todorov ha sintetizado en ((c omo saber)), interrogante que busca descifrar los signos sobrenaturales y aquello que est a predeterminado. Con ese impulso, el big bang, la conquista fue en gran parte un escenario mitol ogico y quijotesco para los propios actores. Tal vez por eso Cervantes, que public o ((El Quijote)) ochenta a nos despu es, pidi o por dos veces a la Corona alg un humilde empleo en el Per u. Como el Renacimiento, la conquista fue una irrupci on de individualidades con inmensa vitalidad. No se comprende de otra manera la presencia de personajes como Pedro de Alvarado, que prepar o tras su presencia en el Per u una expedici on para conquistar China, ni la de Sarmiento de Gamboa, que propuso construir ciudades y cadenas para bloquear a los ingleses y franceses el Estrecho 32
Alan Garc a Perez de Magallanes y termin o conferenciando en persona y en lat n con Isabel de Inglaterra, o a De Soto, que march o a La Florida y m as all a, hasta descubrir el r o Mississippi; o al casi desconocido portugu es Aleixo Garc a, que en 1524, con dos mil indios guaran es, lleg o por el sur y antes que nadie al Tawantinsuyo, a trav es de la actual Bolivia. Esta recapitulaci on es importante, pues en el estudio sobre Pizarro existen dos tendencias: la de los pizarristas te oricos, como Porras Barrenechea o Del Busto, y la de los furiosos antipizarristas, que atacan moralmente la crueldad y los fundamentos de la conquista. Pero esa discusi on solo reproduce las ya entabladas en muchos casos y sobre otros personajes. Ocurri o as en el ejemplo extremo de Hitler, cuyo m as importante bi ografo, Alan Bullock (((Hitler, A study in tiranny))), lo deni o en su primera versi on como un aventurero sin principios, impulsado solo por su af an totalitario de poder, abusando de la exageraci on para movilizar los instintos y l respondi pasiones. Pero a e o otro ingl es, por tanto insospechable de simpat a por Hitler, Hugh Trevor-Roper (((Hitlers table talks)) y ((Hitlers place in history))) explicando que Hitler s tuvo objetivos ideol ogicos y convicciones y que sus acciones expresaban esas creencias y lo expuesto en ((Mein Kampf)). ltima es la perspectiva m Esta u as acertada, porque no existe en la sociedad un deseo de poder o dominio desnudo de inspiraci on ideol ogica o creencia, sea esta equivocada o no. El actor pol tico tiene siempre una convicci on y normalmente esta va m as all a de su propia personalidad. Se pretende altruista, portador de un mensaje general y puede serlo en el sentido racional, sinti endose promotor de las condiciones econ omicas y la reivindicaci on del pueblo por la redistribuci on econ omica o tal vez el mensajero de la superioridad espiritual y racial. Pero el actor pol tico armar a siempre ante s mismo su rol y su convicci on, promoviendo con su propia f e la aceptaci on posterior o el respaldo social que solo son posibles cuando el emisor o l der est a, a su turno, convencido. En el caso de los conquistadores la labor ((expansiva)), ((misionera)) o ((civilizadora)) fue parte de su fuerza. Y Pizarro lo expres o y sintetiz o con capacidad pol tica. 33
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Pizarro, el Rey de la Baraja Por todas estas razones, a comienzos del siglo XVI, los descubridores y conquistadores comprend an que la acci on sobre la realidad no es solo la mera aplicaci on de normas tradicionales o de la aparente voluntad divina. Se sent an creadores. Por tanto, para ellos, la decisi on pol tica, como ciencia o como t ecnica del poder pas o a cobrar un important simo papel.
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Alan Garc a Perez cinco d as desde Cajamarca hasta el Cusco y que si fuera el mismo grupo o la misma persona los que hicieran ese camino, les bastar an quince jomadas. n quince d T ecnicamente esto signica que e as apenas los pobladores del valle del Cusco y del sur hubieran podido marchar sobre Cajamarca. La pregunta sigue entonces vigente: Qu e permiti o a Pizarro el dominio total del territorio y en tan poco tiempo? El caballo como instrumento de guerra, y como animal desconocido y asombroso fue muy importante, Chocano dixit, pero aqu pudo ser contrarrestado en las zonas de la cordillera, en las que, por no existir llanu poca. El ras, no era posible desplegar su enorme fuerza de tanque militar de la e cronista Alonso Enr quez de Guzm an dice en su ((Libro de la vida y costumbres de don Alonso Enr quez de Guzm an)): ((Tienen gran temor a los caballos pero tienen una gran defensa en la sierra)), en la que ((las galgas o ((derrumbes provocados)) impiden su acci on. Y eso fue comprobado por las tropas de Titu Yupanqui, que, cuatro a nos m as tarde, exterminaron mediante las galgas, en los pasos de la cordillera, cuatro expediciones enviadas desde Lima con m as de doscientos cincuenta espa noles, en ocasi on del sitio del Cusco. En las n tambi monta nas, cabe agregar, la ecacia de la p olvora y del ca no en se ve disminuida. Y como menciona el mismo Enr quez, la honda ((es poco menos que un arcabuz)), siendo ((capaz de partir una espada a treinta pasos de distancia)). Francisco L opez de Gomara explica adem as que ((Rumi nahui hacia huecos en la tierra contra los caballos)) y Pedro Pizarro describe c omo los canales del r o Patacancha, auente del Yucay en el Cusco, fueron abiertos para inundar el campo y hacer imposible el movimiento de los caballos durante el asedio de Ollantaytambo en 1536. Entonces, si la sierra, la sorpresa y las piedras ten an tal ecacia, C omo ascendi o la cordillera sin contratiempos el grupo de Pizarro? Lo hizo, como veremos, gracias a las informaciones o ((publicidad)) que emit a Pizarro hacia Atahualpa y tambi en a la ayuda de los grupos ind genas aliados, que le impidieron caer en tales emboscadas. Despu es de la acci on decisiva de Cajamarca fue m as simple el avance de Pizarro sobre todo el territorio del actual Per u, pues hab a tomado lo que Karl Deutch denomina ((los nervios del Poder)) o lo que en su ((T ecnica del golpe de estado)) Curzio Malaparte destaca
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Pizarro, el Rey de la Baraja como el aporte de Trotsky: hab a capturado los medios de comu- nicaci on (trenes, tel egrafos, radios) y el comando central, que en este caso eran la persona f sica de Atahualpa, como el origen y meta de toda las decisiones e informaci on. En toda organizaci on milenarista y vertical, la captura del jefe paraliza y descompone lo que parec a muy organizado. Pizarro fue consciente de ello, entre otras cosas, y esa es la respuesta a la pregunta. Y el arma principal fue su enorme habilidad pol tica, muy superior en nuestro concepto a la que Hern an Cort es despleg o en la conquista de M exico, para la que, adem as, cont o con la directa colaboraci on del emperador Moctezuma quien, a diferencia del caso peruano, ejerc a a la vez el papel de emperador y el de Sumo Sacerdote. Pero esa capacidad pol tica se construy o sobre la constancia, que es el elemento central de la personalidad de Pizarro, quien durante diecisiete a nos persever o en el objetivo de construir para s mismo un reino o gobernaci on. En segundo lugar, se apoy o en su gran destreza para el estudio de la realidad y de las caracter sticas psicol ogicas de cada uno de los actores pol ticos ind genas aliados o enemigos, y espa noles, presentes en el Per u o en Centroam erica y en Espa na. Una capacidad que, en el caso de Hitler, tal como sus bi ografos testimonian, fue la gran intuici on del ((poder posible)), que cada uno de los actores de una situaci on tiene material o potencialmente. En tercer lugar, su estrategia pol tica se sustent o en la capacidad de acumular las contradicciones existentes para fortalecerse, debilitando a los otros y en su sistem atica destreza para sustituir personas e intercambiar objetivos acumulando siempre m as fuerza y superando rivales gracias a ese trueque de metas, de igual manera que en el tresillo actuaba con el trueque de naipes. Otros lo xito. Y si el lector se asombra al conocer la capacidad t intentaron sin e actica y manipulatoria de Pizarro, debe saber que esa conducta fue compartida por los pretendientes al trono y por cientos de caciques prestos a aliarse con uno u otro de aquellos, o con los espa noles contra los dos. Tomemos el ejemplo de Paullu Inca, hijo de Huayna C apac, quien combati o la rebeli on de su hermano Manco Inca en el bando pizarrista, y pretendi o despu es ser coronado por Almagro a la vuelta de Chile y en la batalla de Las Salinas lo traicion o atacando desde la retaguardia a sus tropas. Vuelto al campo de los Pizarro, los abandon o tambi en en la batalla de Jaquijaguana ante La Gasea. Y 36
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Alan Garc a Perez fue, seg un los espa noles, un indio sin el cual no se hubiera logrado la conquista. La estrategia de Pizarro expres o en ese momento una suma de las normas de ((Los trece mandamientos del arte de la guerra)), de Sun Tzu, con las del arte de la pol tica de ((El Pr ncipe)), de Maquiavelo. Su sistema de acci on pol tica parte, como en el modelo chino, del an alisis situacional, contin ua por la formulaci on y ejecuci on de estrategias y se cierra con un permanente control estrat egico. Due no de esa capacidad integral, dej o actuar a los ((t acticos)), como De Soto, Alvarado o Hernando Pizarro en las batallas y reserv o para s la estrategia de la guerra como un conicto entre dos sociedades. Por eso, en los t erminos modernos de J.C. Wylie (((Military strategy: A general theory of power control)), 1967), supo escoger el lugar y el timing de la guerra para orientar en su favor el centro de gravedad de esta. La pol tica y los pol ticos de menor nivel aplican casi siempre el concepto mec anico de la ((suma cero)); es decir, que en un escenario denido lo que pierde uno lo gana el otro. Sin embargo, la estrategia de la guerra pizarrista rompi o esa l ogica y logr o que casi todos sintieran que ganaban algo en los primeros dos a nos: los huascaristas, los orejones cuzque nos, los caciques autonomistas, los ca naris del Ecuador, los siervos liberados, los espa noles enriquecidos, los sacerdotes, los nobles del Consejo de Indias... Su estrategia a nadi o un quantum, un plus acorde al big bang renacen l desarroll tista que hemos descrito. Tal fue la magia de ((la pol tica)) que e o.
La invasi on bacteriana
Sin embargo, no debemos olvidar que Pizarro tuvo como ayuda previa y concurrente una primera vanguardia, aun antes de su llegada. Fue la conquista bacteriana del Per u y del Nuevo Mundo por la viruela, la peste bub onica, la ebre amarilla, el c olera, el sarampi on y la tisis, enfermedades desconocidas para la defensa biol ogica de los naturales de Am erica. Antes de la presencia de Pizarro en Tumbes, hacia 1526, cobraron como primeras v ctimas al propio Huayna C apac y al sucesor designado, Ninan Cuyuchi, antes de asumir el trono, quienes murieron como consecuencia de la viruela, seg un
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Pizarro, el Rey de la Baraja los cronistas. Esta vanguardia bacteriana, como lo hicieron la peste negra y la bub onica en la Europa de la Edad Media, diezm o a los habitantes y origin o trastornos econ omicos y pol ticos porque, al disminuir la poblaci on, decreci o la producci on de alimentos y el n umero de per- sonas reclutables para las fuerzas militares del Inca y de los cacicazgos. Adem as, tan importante como la enfermedad misma debi o ser su interpretaci on cosmol ogica por los naturales, pues se present o como el n de un ciclo c osmico o como un castigo por el conicto y por las guerras din asticas de los cuzque nos, disminuyendo as tambi en la inuencia de la etnia inca. Y a esa interpretaci on debi o sumarse la consideraci on de los espa noles como seres religiosos e invencibles, a los que no afectaban esas terribles enfermedades, enviados para sancionar y restituir el equilibrio. Este es uno de los temas no pol ticos que sirvieron para debilitar las defensas psicol ogicas y pol ticas de la poblaci on cuya subordinaci on buscaban. Aqu cobra importancia la enorme diferencia semi otica que Todorov ha estudiado entre la pregunta ((Qu e hacer?)) de los europeos frente a la interrogante ((C omo saber?)) de los ind genas, buscando los signos de lo inevitable en las profec as y en la historia c clica (Tzvetan Todorov, ((La conquista de Am erica. El problema del otro)), Siglo XXI, 1987). Adem as, Pizarro cont o con ind genas aliados a los que, con ha- bilidad pol tica, supo ganar, articular y subordinar. Fueron cientos de miles y pudo as unir a todo el Per u contra Atahualpa, a quien present o como un invasor y lo hizo responsable de la muerte de Hu ascar. Lo cierto es que estos cientos de curacas y cientos de miles de ind genas le sirvieron de fuerza de combate, personal de carga y, lo que es m as importante, gu a en los caminos y advertencia ante las acciones que desde las quebradas y alturas podr an acometer los ind genas atahualpistas. Como en el caso de Cort es y sus alianzas, con el reino de Tlaxcala primero y luego con los totonacas, fueron los caciques y se nores aliados a Pizarro los que contribuyeron decisivamente a la victoria, aunque las cr onicas espa nolas sean mezquinas en reconocer esa importancia por la simple raz on de que la mayor a de esos relatos
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Alan Garc a Perez se hicieron para obtener favores o por encargo y deb an destacar sobremanera las acciones de los conquistadores. Por el momento, limit emonos a decir que la superioridad tecnol ogica, la conquista bacteriana y los conictos ind genas fueron para Pizarro tres instrumentos fundamentales, pero los tres con menor trascendencia que su gran habilidad pol tica, la cual buscaremos explicar a trav es de las reglas y la estructura l toda la direcci de su acci on. Al aplicarlas, Pizarro pudo concentrar en e on y la lite militar espa decisi on ante la Corona y la e nola, sobre los cacicazgos aliados e inclusive sobre sus adversarios ind genas.
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Pizarro, el Rey de la Baraja pero de corta conversaci on y valiente con su persona)) era tambi en, a diferencia ez y otros, muy austero en el de Cort es, su hermano Hernando, Rodrigo Org on vestir y en el comer, como el propio L opez de Gomara, cronista adversario, reconoce: ((Solo holgaba traer los zapatos blancos y el sombrero blanco porque as lo tra a el Gran Capit an)). Nada de eso lo distra a. Pedro Pizarro (89 v.) reere que ((ten a por costumbre cuando algo le ped an decir siempre de no. Esto dec a el que hac a para no faltar a su palabra y no obstante que dec a no, correspond a con hacer lo que le ped an no habiendo inconveniente para ello)) y a nade malvadamente: ((Diego de Almagro era todo lo con- trario, que a todos dec a que s y con pocos cumpl a)) (90 v.). A diferencia de otros conquistadores, Pizarro busc o el prestigio de la direc l y para s ci on y de la decisi on en un nuevo escenario construido por e mismo. Sus acompa nantes, carentes de esa voluntad pol tica de dominio y gloria, persegu an esencialmente la acumulaci on de oro y muchos volvieron a Espa na enriquecidos. Enr quez de Guzm an lo dir a descaradamente al volver a la pen nsula: ((Mi ida a las Yndias fue con fm y prop osito de haber de los b arbaros, frutos indios, lo que de los naturales faltos de todo saber no he alcanzado)). Pero ese no fue el objetivo de Pizarro, que entreg o la mayor parte de lo habido y ganado en oro al prop osito de conservar y acrecentar su poder pol tico, cien mil pesos en la compra de las naves y tropa de Pedro de Alvarado, trescientos mil pesos con los que pag o la ayuda de Nicaragua, Guatemala, M exico y Panam a durante el sitio de Lima e inclusive, envi o a Juan de Pa-f es a Panam a a traer los recursos que all ten a, como lo expuso Hernando Pizarro en Toledo (Stirling, p 141). Como su propio enemigo L opez de Gomara anota: ((Procuraba mucho por la hacienda del Rey)), sabiendo que era la fuente de su legitimidad. No busc o su ennoblecimiento en la sociedad espa nola a la que hab a decidido no volver, como s lo busc o Cort es que, abandonando a su mujer mexicana, la c elebre Malinche, Do na Marina, cas o con la hija del Conde de Aguilar y sobrina de unos de los m as importantes nobles de Espa na, el Duque Almagro, vincularse a la nobleza casando a su bastardo de B ejar, o como so no con la hija de un noble. Tampoco fue la posesi on de las mujeres algo que sedujera a Pizarro. Entre 1504 y 1532 no se le conoce en Nombre de Dios, en Panam a, en La Espa nola o en el Dari en ninguna relaci on sexual o
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Alan Garc a Perez rom antica con mujer espa nola o ind gena, ni se ha hecho el hallazgo de un hijo. Pizarro se limit o a recibir de manos del propio Atahualpa una hermana del Inca, sin arrebat arsela. Fue Cusi Quispe, llamada cristianamente Do na In es. Con ella tuvo como hija a Do na Francisca Pizarro, bautizada y reconocida, que result o a la vez que hija suya, nieta de Huayna C apac y por tanto heredera de las dos legitimidades. Do na In es fue sustituida m as adelante por Do na Angelina. As no cay o en una de las razones por las cuales se llega al odio de los adversarios y que es, seg un Maquiavelo, arrebatarles a sus mujeres. Estos rasgos de austeridad comprueban la voluntad de Pizarro por el poder en s mismo y no como instrumento de riqueza o mero recurso sexual. Tal car acter debi o provenir de su nacimiento en Trujillo, la vieja Turgalium de los romanos, distribuida en tres zonas excluyentes en 1475, cuando fue concebido en una criada del Monasterio de Coria por el viejo y tercer on don Gonzalo Pizarro, ((el Largo)). Aunque los estudiosos pizarristas, como Jos e de la Riva Ag uero, pretenden que fue criado en el solar de su abuelo paterno, los testimonios de su probanza de m eritos de 1529 y los historiadores modernos descartan tal versi on. Francisco, como bastardo, busc o reivindicarse de ese estigma construyendo un nuevo escenario en el cual reinar. Y como veremos m as adelante, esa condici on de bastardo dedicado a labores menores de pastoreo, junto a la situaci on de su madre, lo determinaron a tomar importantes decisiones pol ticas y sociales.
Su ciencia militar
Seg un su bi ografo Jos e Antonio del Busto y su propia declaraci on probatoria de m eritos para lograr ser caballero de la Orden de Santiago, Pizarro particip o en las guerras de Italia entre Espa na y Francia bajo la direcci on del Gran Capit an Gonzalo Fern andez de C ordoba, un paradigma para todos los hombres de guerra espa noles. All habr a aprendido las t ecnicas militares. Es preciso, por ello, rese nar brevemente la personalidad de Fern andez de C ordoba ez, y la reforma militar que ejecut o cuando Pizarro, Carbajal, Alvarado, Org on rdenes, antes de 1505, porEnr quez y otros m as actuaron en Italia bajo sus o xito del Gran Capit que el ejemplo y el e an, que lleg o a ser virrey de N apoles, sirvieron de ejemplo a todos ellos, incluso, como hemos se nalado, de modelo en el vestir.
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Pizarro, el Rey de la Baraja La primera experiencia de Fern andez de C ordoba, en la que estuvo Pizarro, lo llev o a Italia en 1495, en defensa del rey de N apoles, Don Fadrique, ante las pretensiones de Carlos VIII de Francia. La segunda guerra, en ocasi on del reparto de N apoles entre Femando II de Arag on y Luis XII de Francia, concluy o en un enfrentamiento entre los dos pa ses, pero en ambas obtuvo resonantes victorias, como la de Ceri nola Y lo m as trascendente fue que, al propio tiempo, constituy o un ej ercito moderno mediante sus dos sucesivas reformas militares. Cre o el concepto de la Divisi on con dos coronel as, cuya estructura permiti o en adelante el mando directo e inmediato del general y dio, en ella, un rol esencial a la infanter a por su capacidad de maniobra, desdobl andola en piqueros y soldados de armas cor tiles para herir en el vientre. De ello se aprovechar tas, muy u a Pizarro cuando, al frente de veinticuatro soldados de a pie, ((haci endole calle, avanz o entre cuatro o cinco mil nativos)) hasta las andas de Atahualpa, atac o a los cientos de cargadores en los brazos y en el vientre. Por la disposici on de sus tropas, a una escala muy limitada por el n umero, se reconstituy o en Cajamarca la reforma del Gran Capit an en la proporci on de arcabuceros, piqueros, armas cortas y caballer a. Pizarro, que fue siempre un hombre de infanter a, en parte por su humilde origen, en tanto que Hernando, el hijo leg timo, era capit an de caballer a, aplic o el ((escalonamiento en profundidad)) de Fern andez de C ordoba, con su disposici on de tropas en la plaza cerrada de Cajamarca. En ella actu o primero la infanter a, luego los dos ca nones o((falconetes))de Cand a, despu es la carga de tres secciones de caballer a y nalmente la infanter a otra vez, cerrando las salidas. Esta fue la ciencia militar de su tiempo que condujo, en 1534, a la constituci on del ((tercio espa nol)), el gran aporte de organizaci on b elica del Imperio de Carlos V, como lo fueron la falange griega o la legi on romana. Pero recordemos otra vez que, en la conquista, toda esa ciencia poco podr a haber signicado sin el escenario general construido y preparado por las decisiones pol ticas de Pizarro. Antes de sus expediciones al Per u, Pizarro fue minero, due no de la encomienda de la isla de Taboga, cazador de esclavos ind genas en las tierras de Veragua y de la actual Nicaragua, trabando desde all alianzas pol ticas que le permitieron llegar al Per u con una abundante dotaci on de indios guatemalas y nicaraguas. Fueron cientos de estos y luego miles los que le servir an como una base rme para su legitimidad
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Alan Garc a Perez personal. Una especie de guardia pretoriana de Roma o guardia imperial francesa. Pizarro, por su decisi on y constancia, desarroll o una gran capacidad de l cumpersuasi on y con esta pudo convencer a Almagro de trabajar junto a e pliendo el papel de subordinado y gan o la lealtad y la admiraci on de su tropa. Pizarro, siendo un profundo conocedor de la codicia y de la concupiscencia de sus acompa nantes, pudo pensar como Maquiavelo que ((los hombres son falsos y cambiantes y que son como ni nos que viven de sus fantas as)). Este pesimismo social en la denici on y en su conocimiento y manejo de los dem as debi o dar mayor fuerza a su constancia, a su frialdad para tomar decisiones y a su convicci on para motivar a sus soldados. Todos estos son elementos de la personalidad de Pizarro que explican muchas de las reglas pol ticas que estudiaremos: la constancia, la claridad en los objetivos para s mismo y la presentaci on de los objetivos de manera confusa ante los dem as; la b usqueda de la legitimidad legal, real y carism` atica y la construcci on de un discurso motivador y cohesionante para sus tropas y aliados, el monopolio de la legitimidad para s mismo y la construcci on de un n ucleo du lite y como fortaleza para ro de personas de su conanza como centro de la e s mismo, lo cual derivar a progresivamente en la construcci on de una nueva legitimidad para el escenario creado. Adem as, reservar para s la decisi on y la ejecuci on dram atica y teatralizada de los hechos que considerara trascendentales. Tambi en, su capacidad de estudio sistem atico de la realidad identicando los puntos de equilibrio y promoviendo y multiplicando la confusi on de los otros; adicionalmente el profundo estudio psicol ogico de los otros actores u oponentes y la acumulaci on de sus debilidades, impidiendo en todo momento la uni on de los dem as. La t ecnica pol tica de Pizarro tambi en le exigi o g uardar en todo momento elementos de negociaci on y adem as, ante los adversarios, practicar una paciencia y una serenidad imperturbables como imagen de fortaleza, tener como objetivo estrat egico la captura de los centros de acopio y, nalmente, la habilidad de evadir la responsabilidad por los sucesos negativos, atribuy endola a otros. Todas estas son, como veremos, las reglas o elementos estructurales del comportamiento de Pizarro que analizaremos en los cap tulos del texto.
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Pizarro, el Rey de la Baraja Es importante a nadir en esta introducci on, como ya lo advertimos, que existen m ultiples versiones sobre Pizarro, desde aquellas que lo ensalzan e identican heroicamente -las de Porras y Del Busto, por ejemplo-, hasta las que lo condenan por las crueldades cometidas y por la propia conquista, en la l nea de Prescott, y para las que resulta el destructor de un id lico imperio. De hecho ambas tienen algo de raz on. Pero tal como Nicol as Maquiavelo lo aconsej o, nos corresponde aqu analizar la efectividad de las medidas que us o para conservar y acrecentar su poder, dejando de lado los factores emocionales y la tica, que pueden ser o no ser compartidos. calicaci on e La conquista fue cruel, en ocasiones un acto de barbarie, pero no debemos nunca olvidar que los hombres que la hicieron fueron herederos de una sucesi on de hechos ((providenciales)) como las cruzadas contra los ineles, ((cuya alma arder a en los inernos)), la reunicaci on de los reinos espa noles contra los moros y tambi en de sucesos de atroz crueldad como los ocurridos en la cruzada contra los albigenses o c ataros europeos, hecha en el siglo XIII, y en la cual decenas de miles de cristianos c ataros residentes en Beziers, Carcasonne y Toulouse fueron ajusticiados en la hoguera por religiosos como ((Santo)) Domingo de Guzm an y por los l deres pol ticos y militares de Europa. Tampoco debemos dejar de lado que aunque el oro, las mujeres y el poder fueran la ambici on de los conquistadores, el mundo en que vivieron fue un escenario que conrmaba en la guerra y en los descubrimientos el triunfo de la cristiandad. Fueron a nos en los que el emperador Carlos I, despu es de la reconquista rabes, part de Espa na contra los reinos a a a luchar contra Argel y los pueblos mahometanos del Africa. Por consiguiente, para los conquistadores el concepto de vida, muerte y sufrimiento estaba indesligablemente asociado a la condici on inel de los ind genas, cuyo esp ritu y cuerpo, por no compartir la religi on cat olica resultaban vinculados con el demonio. Y esto que hoy, como en los siglos XIX o XX, siglos laicos y de la raz on, nos parece una muestra de cruel primitividad, tuvo otro sentido en los a nos de la conquista o, antes aun, en las cruzadas y en la reconquista de los reinos moros. Comencemos, ahora s , el an alisis de las reglas pol ticas con las que actu o Pizarro.
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I PRIMERA REGLA
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Alan Garc a Perez Pizarro demostr o a lo largo de toda su vida una admirable y esforzada per rdeseverancia en sus objetivos. Llegado a La Espa nola en 1504, trabaj o a las o nes de diferentes jefes y m as adelante, en Panam a, bajo el comando del c elebre Pedrarias. En esa etapa, por encargo de este y como lugarteniente de Vasco ez de Balboa, particip N un o en el descubrimiento del Oc eano Pac co. En los a nos posteriores atisbo, por la versi on de Panquiaco, hijo del cacique de Comagre en el Dari en, la posible existencia de una importante cultura o imperio al sur de Panam a, el Vir u o Peruquete. Y comenz o desde entonces su b usqueda con Alonso de Ojeda, Balboa, y Pascual de Andagoya al que, tras su deserci on, reemplaz o como jefe por elecci on de los soldados. Con el objetivo ya denido mantuvo la constancia, valor que Maquiavelo hab a enunciado advirtiendo que ((el Pr ncipe debe guardarse de ser despreciado por cambiante o afeminado)), ltimo en el sentido de demostrar temor o cobard esto u a.
Constancia en el tiempo
Entre 1520 y 1524 logr o convencer de sus prop ositos a otro cazador de esclavos ind genas, Diego de Almagro, y a un prelado de Panam a, Hernando de Luque. Con ambos suscribi o el acuerdo de la Compa n a del Levante, para descubrir y conquistar las tierras al sur del Pac co. As , en 1524 y 1525 se produjo el primer viaje con resultados casi catastr ocos por lo inh ospito de las zonas descubiertas y por el temor y la deserci on de los soldados enrolados por Almagro. Fue una aventura de casi dos a nos de duraci on, que ocasion o ciento treinta muertos, en la que Pizarro sufri o siete heridas y en la cual se lleg o hasta el r o San Juan. Pero en esa aventura se produjo el c elebre episodio de la Isla del Gallo, siete meses de ansiedad y hambre, que marcar a en adelante la imagen de Pizarro ante la sociedad espa nola en Am erica. En 1526 y 1527 se cumpli o el segundo viaje, que dur o casi tres a nos, con l se lleg tres navios y ciento sesenta hombres. En e o hasta la bah a de San Mateo, desde la cual, con el piloto Bartolom e Ruiz, navegaron hasta la desembocadura del r o Santa. Adem as, visitando la ciudad de Tumbes, comprobaron la existencia de una importante cultura en la zona y tuvieron las primeras informaciones sobre el Tawantinsuyo, cuando todav a lo gobernaba Huayna C apac, al cual, por cierto dejaron como mensaje mortal la viruela. Tras haber conrmado all su objetivo, Pizarro busc o dar legitimidad a sus acciones, lo cual ser a una de sus reglas principales: tener un funda-
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Pizarro, el Rey de la Baraja ment o legal y s olido para su autoridad. Para ello viaj o a nes de 1528 a Toledo. All , aunque no se sabe si logr o entrevistarse con el emperador Carlos V, s tuvo reuniones con la Reina, y a consecuencia de estas suscribi o en 1529 las c elebres Capitulaciones de Toledo, que lo autorizaban legalmente para la conquista y lo nombraban capit an general y gobernador de todo aquello que descubriera. En este caso, para allanar su futuro camino, dej o de lado las pretensiones de Almagro y de Luque y logr o ser reconocido por la Corona con los l. m as altos cargos, solo para e Adem as, en ese mismo a no, 1528, debi o sufrir, avergonzado, la competencia de Hern an Cort es, que lleg o de M exico ante los emperadores con una enorme procesi on de riquezas, ind genas y animales ex oticos, hecho que caus o gran impresi on en Toledo, en toda la corte y en la poblaci on. Pizarro, que apenas hab a llevado algunos art culos de oro, productos textiles y dos ind genas, quienes despu es ser an sus traductores, Felipillo y Martinillo, debi o sentir entonces su gran inferioridad ante el alarde publicitario que Cort es, m as joven, con mayor apostura y estudiante de Salamanca, hab a desplegado ante la corte. Para colmo de males, Hern an Cort es Pizarro era su primo extreme no. Pero premunido de la legitimidad real y despu es de superar, como veremos, grav simos conictos con Almagro y Luque, que consideraron haber sido traicionados, inici o en 1530 el tercer viaje: dos a nos de marchas e inh ospitos campamentos hasta llegar a Cajamarca en noviembre de 1532 y dar el paso decisivo para la conquista del Per u. De all parti o en agosto de 1533 para llegar al Cusco en noviembre de ese a no y alcanzar despu es la cima de sus prop ositos con la fundaci on de Lima en 1535. Hay en todo ello una l nea de constancia que no existe en el caso de otros capitanes. Si comparamos la conducta de Pizarro en estos doce a nos continuos de acci on con las actividades que Pascual de Andagoya, descubridor del Dari en y de la costa colombiana y lo que otros capitanes hicieron hacia el norte y el sur de Panam a en diferentes intentos de descubrimiento, veremos hasta qu e punto Pizarro s se mantuvo rme en sus prop ositos. Era m as constante. Desde 1523 hasta 1541 transcurrieron dieciocho a nos en los que no se dobleg o ni un momento en su decisi on de ir al sur a construir un reino. Igual es el caso de Sim on Bol var que, entre 1812, a no de la ca da de la primera junta en Caracas, hasta 1824 en Ayacucho y su muerte en 1830, incluido el largo periodo de preparaci on y lucha en las riberas del Orinoco, se mantuvo dieciocho a nos en la acci on conductora. Y el mismo empe no mostr o Alejandro desde su salida de Grecia hasta su muerte ocho a nos despu es, en una sola campa na. Pero Alejandro ten a dieciocho a nos al comienzo de su reinado y Bol var ape48
Alan Garc a Perez as veintinueve al iniciar y cuarentisiete al concluir su epopeya, dos a n nos menos que los que contaba Pizarro cuando comenz o su primer viaje. Y en el siglo XVI un hombre cercano a los cincuenta era pr acticamente un anciano. Fue m as constante que Almagro, el cual en la entrevista de los tres socios en el pueblo de Nombre de Dios, en la actual Panam a, tom o la decisi on de alejarse del proyecto de la conquista por no haber obtenido el cargo de gobernador de alguna de las tierras por descubrir. Pizarro opt o entonces por dirigirse a Juan Ponce de Le on, proponi endole integrarse como socio a la expedici on y obtu l la promesa de armar algunos barcos. Con esta estratagema logr vo de e o que Almagro se reintegrase a la empresa, pero en un papel subordinado como organizador, reclutador y administrador, renunciando as a la ambici on de compartir con Pizarro el papel de jefe y vanguardia.
Constancia en el mando
Una segunda prueba de constancia en la conducta de Pizarro es su estabilidad en la jefatura. Entre 1529, cuando tras las Capitulaciones de Toledo asumi o la conducci on expedicionaria, y junio de 1541, cuando fue asesinado, transcurrieron doce a nos en los cuales jam as se puso en duda por ning un espa nol, ni por los ind genas aliados o adversarios en el Per u, que Pizarro era, como gobernador y capit an general, el jefe absoluto de todo el proyecto de creaci on de un nuevo reino o estado sobre el antiguo territorio. Por el contrario, si recapitulamos lo ocurrido tras su muerte, veremos c omo, en los siete a nos siguientes, entre 1541 y 1548, se sucedieron seis jefes o gobernantes: primero, Alma-gro el Mozo tras la muerte de Pizarro, luego Crist obal Vaca de Castro, gobernador y supervisor real que derrot o a Almagro ((el Mozo)) ez de en Chupas; a continuaci on y por breve plazo el primer virrey Blasco N un Vela, al cual Gonzalo Pizarro derrot o y ajustici o en A naquito, en nombre de los encomenderos y contra la Leyes Nuevas. Despu es de tres a nos y medio de poder de Gonzalo y retirado a la ciudad del Cusco, sucedi o la presencia de Pedro de la Gasea como Presidente de la Audiencia designado por el rey que, tras derrotar a Gonzalo Pizarro en la batalla de Jaquijahuana, cerca al Cusco, fue nalmente sustituido por el segundo virrey del Per u, con el cual se estabiliz o la conducci on espa nola desde la ciudad de Lima. Fue la rmeza de car acter de Francisco Pizarro lo que mantuvo por doce nica de la experiencia conquistadora y colo- nial. Vale a nos la conducci on u recordar otra vez a Maquiavelo cuando se nala: ((los hombres aman seg un su fantas a pero temen seg un el car acter del pr ncipe)), pues 49
Pizarro, el Rey de la Baraja para todos los conquistadores era claro que el car acter de Pizarro, sin caer en el exceso sanguinario de sus hermanos o de otros capitanes como Pedro de Alvarado, Alonso de Alvarado o Francisco Ch avez, que fueron responsables de los mayores cr menes, era, sin embargo, de una rmeza temible para quienes se atrevieran a contestar su rol fundamental. En este sentido, Pizarro construy o su estabilidad sobre la constancia de la que dio prueba; en segundo lugar, sobre su determinaci on de ir siempre hacia adelante en la conquista y en la construcci on de una nueva sociedad; en tercer lugar, sobre la rmeza de su car acter respetado por los miembros de su hueste y en cuarto lugar, sobre las demostraciones excepcionales pero ejemplares de crueldad cuando lo juzg o necesario para escarmentar o aterrorizar a algunos que impugnaron su autoridad. La sufrieron con la muerte los doce caciques de Amotape y la Chira en los primeros momentos de su presencia en el Per u, pero la sufri o tambi en el propio Bartolom e Ruiz, Primer Piloto del Mar del Sur seg un designaci on real y uno de los trece de la Isla del Gallo, al que se acus o de escribir un libelo contra Pizarro. Por ello, Ruiz fue despojado de las yemas o ((pulpejos)) de los dedos, aunque despu es se demostrara que la acusaci on hab a sido falsa, raz on por la cual Pizarro le pidi o perd on haciendo gala de humildad. Mas si se acusa por ello de crueldad a Pizarro, recu erdese tambi en el caso del ((magn animo)) Julio C esar, que actu o con mayor dureza en muchas ocasiones, por ejemplo, contra sus propios soldados de la Novena Legi on, a los que hizo diezmar a golpes de garrote por haberse negado a marchar sobre Roma. Y es que Maquiavelo hab a se nalado como norma para el pr ncipe que, entre la crueldad y la clemencia: ((Mejor es ser cruel en vez de dejar que, por ser misericordioso, ocurran los des ordenes)). En ese sentido los cr menes de Pizarro no fueron decisiones pol ticas guiadas por la ambici on pecuniaria o por el deseo de venganza y el odio, sino por la necesidad de armar su proyecto. As lo explicaremos en el caso de la muerte de Atahualpa o en el haberse ngido ignorante de la muerte de Hu ascar. Resulta excepcional la crueldad con que actu o en la ejecuci on de Cura Ocllo, esposa de Manco Inca, a la que hizo echar por los indios ca naris y cuyo cad aver abandon o en el r o Vilcanota para que sirviera de sanci on y escarmiento a Manco Inca, hecho abominable que critican sus propios secretarios y cronistas. A pesar de ese caso, Pizarro, al igual que Maquiavelo, supo distinguir entre ser temido a trav es de estas acciones y el cumplir roles de exagerada crueldad que generaran odio, como la rapi na de los bienes de otros espa noles o de las mujeres de los l deres ind genas. Estos actos, como Maquiavelo se nala, originan odio contra quienes deben ser obedecidos. Y el odio conduce inevitablemente a la sangre, 50
Alan Garc a Perez como lo sufri o Pizarro el 26 de junio de 1541. Pizarro no fue amado por do na In es, la hermana de Atahualpa con la que procre o a Francisca, como s lo fue, y apasionadamente, Hern an Cort es por Do na Marina, la Malinche, que le sirvi o rmemente en la conquista. Pizarro no fue amado por sus hombres, pero s fue respetado y obedecido por los soldados, por los funcionarios, por los aliados ind genas e inclusive por sus propios adversarios. Gracias a su constancia, gan o m as respeto que temor u odio entre aquellos que deb an obedecerle.
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II SEGUNDA REGLA
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Alan Garc a Perez Parece l ogico y hasta redundante se nalar que el conductor pol tico o el impulsor de un proyecto deben tener prop ositos ordenados y claros para s pero no revelar su estrategia a los adversarios. Sin embargo, la realidad no es tan simple o exacta, pues en muchos casos ocurre que el jefe no tiene denidos sus prop ositos ante s mismo. Entonces sobrecarga el sistema que carece de nes, motivaciones y regulaci on. Peor aun, puede ocurrir que sea el adversario quien identique esos nes en tanto que el actor no es consciente de ellos. Este caso generar a la crisis del sistema, su par alisis.
OBJETIVOS DEFINIDOS
Crear un reino. Un nuevo sistema pol tico
Francisco Pizarro tuvo un objetivo esencial. Hijo bastardo de una criada de convento, analfabeto y pobre en la Espa na medioeval, quiso crear un reino para s mismo, con tributos y riqueza, sostenible en el largo plazo. A diferencia de otros capitanes, utiliz o la riqueza obtenida del rescate de Cajamarca y lo que le toc o del tesoro del Cusco y de otras zonas para mantener su fuerza militar, comprando por 100 mil pesos las tropas de Alvarado, o comparti endola con algunos de los soldados que llegaron tarde a Cajamarca, cuando ya el tesoro se hab a repartido en los primeros meses de ese a no, a cambio de su delidad. Utiliz o su riqueza ngiendo perder apuestas o, como recuerda Pedro Pizarro, perdiendo en el juego de los bolos y los naipes ante soldados empobrecidos. Repitamos que su objetivo no fue enriquecerse ni ennoblecerse, sino crear un reino, leal a la Corona Espa nola pero en los hechos independiente por la distancia, que ejerciera la hegemon a desde Panam a hasta Chile, contando con l, Pizarro ser el Golfo de Guayaquil, el Cusco y una nueva capital. En e a gobernador vitalicio sobre una aristocracia encomendera, con incas t teres, ceremoniales, pero con una alianza directa con los caciques que garantizar a su dominio sobre la fuerza de trabajo capaz de continuar entregando un cuarto de su tiempo de labor como impuesto para el reino. La poblaci on campesina habitar a en pueblos de indios y los europeos en ciudades espa nolas con alcaldes l. Un vitalicios nombrados por e
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Pizarro, el Rey de la Baraja reino con mayor rentabilidad, gracias al caballo y a la nueva tecnolog a, sin amenazas militares ni adversarios. Tal era su proyecto. Esa forma de actuar es muy diferente a la de su hermano Gonzalo, el cual, en 1544, y con la inspiraci on de Francisco de Carbajal, estuvo a punto de ser declarado/ ((rey)) o ((pr ncipe victorioso, independizando estas tierras con el argumento de que la monarqu a no hab a invertido ((ni un peso)) para su conquista. Adem as Pizarro tuvo conciencia del despoblamiento por las enfermedades y las guerras, y para resguardar las fuerzas productivas promulg o sus Ordenanzas del Cusco y estableci o, antes que el virrey Toledo, el sistema de pueblos de indios. Y todo ello lo hizo en un clima inestable y b elico.
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Alan Garc a Perez la escena y volver a Quito para construir su poder personal en conicto con Atahualpa. En el caso de Quisqu s, este general quite no del ej ercito del sur, el m as leal de todos, por exigencia de sus tropas y despu es de ver frustrados sus intentos de impedir la llegada espa nola al Cusco, debi o replegarse hacia el norte y uno de sus lugartenientes, Huayna Palc on, lo ultim o de un lanzazo. Se comprueba as la estrategia clara de usar la muerte despu es de aprovechar al m aximo la vida o la prisi on de sus adversarios, comprendiendo la importancia de un jefe m aximo ind gena cuya muerte desorganiza e infarta todo tipo de acci on. En 1536, cuando las tropas de Titu Yupanqui, jefe militar de Manco Inca, ocuparon el cerro San Crist obal y rodearon Lima con tres columnas, el objetivo principal fue la eliminaci on del jefe sitiador. Y cuando este, despu es de cuatro infructuosos intentos por tomar la ciudad, opt o de manera suicida por encabezar el ataque por la zona del molino (barrio de Santa Ana) con otros veinte se nores ((vestidos galanamente)) y a bordo de una litera, fue el propio Pizarro quien se nal o con su espada a Pedro Martin de Sicilia para que este, a caballo, acabara de un lanzazo con su vida. Eso origin o el inmediato repliegue de todas las fuerzas ind genas, que ser an despu es masacradas por Alonso de Alvarado en la batalla de la Cuesta de la Sed (Lomo de Corvina), en direcci on a Pachacamac.
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Pizarro, el Rey de la Baraja nico hijo leg so de Hernando, el u timo de su padre, quien particip o a desgano en su visita a Trujillo de 1529 y ocasion o, por ser altanero y cruel, graves problemas que culminar an con su prisi on en Espa na. Pizarro tuvo la frialdad necesaria para enviarlo a Toledo, en su condici on de hidalgo menor, con el quinto real de Cajamarca, evitando asi un encuentro violento con Almagro, al cual Hernando despreciaba por su condici on de plebeyo y de ((moro relajado)) (homosexual). Tal vez buscaba que permaneciera en Espa na con su nueva riqueza, pero volvi o. Entonces, por segunda vez y tras la rrita ejecuci on de Almagro, lo envi o otra vez a Espa na con el quinto real del Cusco. Y en esta ocasi on no regres o.
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Alan Garc a Perez importancia y la gloria de Cort es, su primo, al cual vio llegar a Toledo como triunfador. Y lo logr o, habida cuenta de que no tuvo una ((Noche Triste)), como Cort es, que en esta perdi o la mitad de su ej ercito y fue expulsado de Tenochtitl an. Adem as, Pizarro se mantuvo mucho mayor tiempo como fact otum o rey de hecho en el Per u. Este objetivo se deduce de la gran alarma que suscit o en Pizarro el arribo de Pedro de Alvarado a Piura con 600 soldados y once navios. Era la sombra del conquistador joven, cronista y salmantino y ante ella us o todo su dinero y la gura de Almagro.
Im agenes confusas
Pizarro tuvo estos y otros objetivos claros para s mismo, pero se em como parte de su h pe no abil pol tica en presentar metas confusas frente a los dem as. Es una reiterada estrategia hist orica en el juego de cartas de los triunviratos de la historia -Pompeyo, C esar y Craso o Antonio, Octavio y L epido-. Tambi en se us o en los desembarcos ngidos, como el de Napole on partiendo de Boulogne, que culmina en un s ubito giro hacia Alemania, o el de los Aliados en 1940, que se ((prepar o)) para Calais y se produjo en Normand a. Es una estrategia repetida en todas las reelecciones de la historia, sean del actor, de su c onyuge o de su hijo, que primero se niegan pero luego se ejecutan, etc etera. Veamos algunas de las se nales y mensajes de confusi on emitidos por Pizarro, en lo que David Easton llamar a el feedback o la retroalimentaci on del sistema, con la que mediante un mensaje ambiguo se desorganizan y reorientan las demandas, o inputs, que recibe el sistema.
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Pizarro, el Rey de la Baraja tida de Panam a llevaba in pectore la decisi on de consagrar en Espa na la legi l. Adem timidad solo para e as ni Cort es, ni Magallanes, ni el Gran Capit an ni el Cid fueron triunviros y cuando esta f ormula se dio en otras ocasiones, todo jug o a favor de uno, C esar en el primero y Octavio en el segundo. Gran jugador de baraja espa nola, Pizarro reparti o cartas para tres pero nalmente hizo su entrada como cuarto y se qued o con la mesa. Y lo hizo conociendo la debilidad psicol ogica de Almagro, viejo capataz de su encomienda en Panam a. Narra Pedro Pizarro: ((El Don Diego se amotin oy se alz o con el dinero y hacienda que ten a recogida y no quiso ayudar a Don Francisco. Y por esta causa se padeci o mucha necesidad y muri o alguna gente de la que Don Francisco hab a pasado (de Espa na a Panam a) y por no tener posible no se hac a la jomada)). Pero tras ello Almagro se dobleg o.
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Alan Garc a Perez nar tiempo y al d a siguiente entr o al juego proponiendo comprar su liber l mismo, y el malo, Almagro, tad. Pizarro despleg o la vieja t actica del bueno, e para alternar la esperanza y la depresi on en Atahualpa. Ello es tan cierto que este, a pesar de haber ejecutado fr amente decenas de miles de ind genas en su guerra con Hu ascar, en varias ocasiones cay o en profunda tristeza y llanto al concluir que podr a ser ejecutado por Pizarro. As ocurri o a la llegada del tesorero Riquelme y de Diego de Alma-gro, cuando Atahualpa comprendi o que con m as soldados y con dos nuevos conquistadores buscando espacios de poder, se hac a m as cercana su muerte y por ello, al producirse el simulacro de juicio en el que fue condenado en pocas horas, el 26 de julio de 1533, el jefe ind gena se hundi o en la desesperaci on y abandon o la serenidad con la que actuaba.
Pizarro, el Rey de la Baraja recoge Hoffman Bimey en su texto ((Los hermanos del destino)), en los documentos de Pedro Pizarro, y en la versi on de Cieza de Le on (((Las guerras civiles))), se relata que Hernando, carcelero de Almagro, envi o una carta a Jauja donde estaba estacionado Pizarro esperando el desarrollo de los acontecimientos, en la cual le consultaba la decisi on a tomar y Pizarro se limit o a responder: ((Arregle eso, as ese Almagro no provocar a m as revueltas)). Ello concretamente signicaba autorizar la ejecuci on inmediata del prisionero. Por ello, cuando enterado de su sentencia, Almagro pidi o elevar su proceso a Espa na o esperar la llegada de Pizarro desde Jauja al Cusco, no se atendi o ese pedido y fue ejecutado en las horas siguientes.
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Alan Garc a Perez l mismo, todos los dem voc o porque en realidad los jugadores resultaron ser e as espa noles ansiosos de oro y Hu ascar como Inca leg timo que no podr a ofrecer tanta riqueza. Pizarro se mantuvo fuera de esa apuesta. Solo reparti o las cartas, pero luego ingres o como el cuarto nuevo jugador, seg un la norma del ((penetro)), y cambi o el ((palo)) del juego porque el suyo era permanecer y construir un reino diferente, con el tesoro o sin el tesoro. Tal vez otro capit an espa nol, como De Soto o Hernando, hubieran entrado en el juego e inclusive habr an aceptado que Atahualpa mismo partiera a buscar el tesoro dejando en garant a sus hijos y sus mujeres y nobles, como Hernando lo hizo cuatro a nos despu es con Manco Inca. Mas para Pizarro el oro no era lo esencial. Pero esa fue la misma y err onea interpretaci on que Manco Inca tuvo hasta el nal, pues desde su refugio en Vilcabamba aun abrigaba la esperanza de que con el mayor de los tesoros los espa noles abandonar an el Per u y, como ya hemos se nalado, tal fue su pregunta en la entrevista con Ruy D az.
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Pizarro, el Rey de la Baraja de aquel, Aticoe, ser a coronado Inca, lo cual caus o expectativa en Chalcuch mac, y con ello gan o algunos d as hasta nombrar al huascarista T upac Huallpa. Luego integr o a su comitiva a Chalcuch mac preso, para garantizarse el paso a los Andes, y por ello le quit o las cadenas pero, tras la muerte del primer ((Inca t tere)), al llegar a Jaquijahuana lo entreg o a la hoguera para trabar alianza con Manco Inca. Cambio de cartas.
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Alan Garc a Perez Un objetivo central en la conducta pol tica de Pizarro fue alcanzar y mantener la legitimidad; es decir, la creencia de sus soldados, aliados y posibles s ubditos en lo justicado y en las razones aceptables de su autoridad. Porque ning un poder puede apoyarse exclusiva y sosteniblemente sobre la fuerza; requiere siempre un argumento ((internalizado)) y aceptado por el grupo social. Es esto lo que las autocracias logran mediante la instituci on del refer endum o la convocatoria a asambleas populares o constituyentes. Pizarro logr o justicar su autoridad haci endose delegado de los poderes xito militar o pol centrales religiosos e imperiales de su tiempo. Un e tico es solo un hecho aislado y pasajero si no se asienta en la legitimidad o en la continuidad. Sin estas, no es perdurable. Para ello busc o monopolizar el mando a trav es de las Capitulaciones y fue consciente de las fuerzas esenciales de la cultura pol tica de su tiempo. En primer lugar la religi on, en segundo lugar la monarqu a, y en tercer lugar la autoridad carism` atica. Como jugador de la baraja y el tresillo conoc a el orden de los ((palos)): oro (monarqu a), copas (iglesia), espadas (ej ercito) y, solo nalmente, bastos (pueblo). Adem as, para la racionalidad y la estrategia de un jugador como Pizarro, la legitimidad es como el mazo de naipes al origen y durante el juego como la suma de cartas restantes. Tener la legitimidad concede el privilegio de repartir las cartas del mazo y, llegado el momento, cuando los otros tres juegan, ingresar se nalando el palo al que se jugar a en adelante. Por eso Pizarro fue cuidadoso en guardar la legitimidad y la jerarqu a. Supo que el af an depredador e inmediatista de los otros espa noles tendr a que subordinarse a esas fuerzas permanentes y universales. En su c elebre ((Econom a y Sociedad)), Max Weber deni o la legitimidad y distingui o en ella tres ((tipos ideales)): la legitimidad tradicional, la legitimidad racional y la legitimidad carism` atica. Los denomin o tipos ideales pues no se encuentran puros en ninguna relaci on de poder sino articulados, aunque con la predominancia de uno de ellos.
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Pizarro, el Rey de la Baraja nuevos pueblos con los t tulos de gobernador, adelantado y capit an general. Se convirti o as en representante incontestable del emperador, una suerte de virrey sin ese nombre y en la pr actica un rey por la gran distancia y por la capacidad conferida de entregar tierras y designar autoridades. Con ello logr o un estatus y una defensa en el conicto social o ((lucha de clases)), poco estudiado, que opon a a la nobleza propietaria y cortesana de Espa na, organizada en el Consejo de Indias, frente a los aventureros y plebeyos que alcanzaban riquezas y poder en mundos ignotos. Un conicto real, pero funcional y necesario, pues la Corona requer a de la esforzada labor de esos aventureros pero dentro de l mites denidos que anticiparan cualquier tendencia autonomista. Y Pizarro correspondi o con creces a su designaci on. Como L opez de Gomara anot o: ((Procuraba mucho por la hacienda real)). En el primer viaje de Hernando Pizarro con el quinto real de Cajamarca, solo en oro llev o mil cien kilos equivalentes a cien mil pesos. Cort es, en cambio, apenas envi o treinta y cuatro mil pesos desde Tenochtitl an como quinto real. Pero adem as puede calcularse en cien mil pesos adicionales el valor de la plata que tambi en llev o Hernando en ese viaje. En el segundo viaje, en 1538, y seg un todos los c alculos, el quinto del tesoro del Cusco alcanz o una cifra mayor, pues el valor de fundici on del tesoro lleg o a un mill on trescientos veintis eis mil pesos. Era el pago de Pizarro por la legitimidad que le conced a, adem as, la supremac a en la sociedad estamental o de castas que estaba creando.
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Alan Garc a Perez tor, Felipillo, sali o a la plaza con un soldado como testigo a ((requerir)) a Atahualpa su reconocimiento al Dios cristiano y al emperador, representante del papado en el mundo pol tico. Eso demuestra el cuidado con el que Pizarro constru a su legitimidad. No olvidemos que pertenec a a la generaci on que sucedi o a la de los combatientes que reunicaron Espa na en lucha contra los moros y que l, tanto Atahualpa como el pueblo ind para e gena, eran un conjunto de ineles, cuya alma arder a en el inerno de no aceptar el requerimiento ni el bautizo. Y conoc a tambi en de la gran inuencia del clero en la Corte de Toledo, especialmente la que ejerc a la orden dominica. En Pizarro existe mayor ambici on por el poder pol tico de largo plazo que en otros, pero nunca dej o de otorgar un lugar preeminente a los prop ositos de ((cruzada)) religiosa en la conquista. Las cruzadas, iniciadas a nes del siglo XI, se extendieron hasta el siglo XIII y hab an dejado en la cristiandad una idea de expansi on y lucha en nombre de Cristo que estuvo presente en todos los conquistadores, a pesar de la violencia y la crueldad con la cual actuaron. Pizarro nunca tuvo conicto con la iglesia ni con representante alguno de ella. No lo tuvo con Luque, con Valverde, con Berlanga ni con otro miembro de las rdenes religiosas que se establecieron despu o es, tanto en Cuzco como en Lima. Se arm o as como representante de la legitimidad del Imperio Universal de Carlos V y de la conversi on religiosa de los ineles. Adicionalmente tradujo esa legitimidad en el simbolismo de la cruz contra el sol y contra los dem as dolos, as como la dramatiz o p ublicamente en la comuni on compartida.
Legitimidad arbitral
En el curso de su acci on, Pizarro gan o una tercera forma de legitimidad y fue el poder arbitral. Lleg o a un territorio dividido y enfrentado, en el cual cientos de curacazgos luchaban entre s : los yungas de la costa contra los ind genas de la sierra, el norte contra el sur, los grupos del Hanan Cusco contra los del Hurin Cusco de Hu ascar y Atahualpa respectivamente. Aprovechando tal si rbitro por encima de esos enfrentamientos. tuaci on pudo constituirse como un a As lo hizo desde el desembarco en la isla de Pun a en la bah a de Guayaquil, donde intercambi o mensajes con Cotoir, el mayor de los caciques y se ofreci oa luchar contra Atahualpa, que hab a destruido la sociedad punae na, reconociendo a esta su derecho a la independencia, inclusive respecto de la legitimidad cusque na de Hu ascar. Despu es ejerci o su capacidad
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Pizarro, el Rey de la Baraja rbitro entre los habitantes de Pun de a a y los tumbesinos, que estaban en guerra. La ejerci o, m as adelante, ofreci endose indistintamente a Hu ascar y Atahualpa con el prop osito cr ptico de ((llevar la justicia para quien tuviera la raz on)). Esa legitimidad arbitral fue reconocida en el caso de Huam an Malqui Topa, emisario de Hu ascar en Tangarar a y fue correspondida por los caciques en el acuerdo de Tangarar a, por el cual cada se nor se oblig o a entregar mil doscientos hombres para apoyar a las fuerzas de los conquistadores. El punto culminante en este tema fue su encuentro, inmediatamente despu es, con el Gran Chimo C apac, gracias a lo cual pudo federar todo el norte. All asisti o al pugilato del cacique tall an Huachapuru con Maisa Huillca, el emisario de Atahualpa, pero con enorme sagacidad dio instrucci on concreta a los espa noles para no intervenir y limitarse a separarlos, pues era consciente de que la capacidad de servir de equilibrio en una situaci on solo debe ejercerse ante quienes titularizan el conicto. De lo contrario, un favor anticipado puede bloquear a futuro la legitimidad arbitral y limitar la oferta de los contrincantes. Por ejemplo Hu ascar, quien al conocer que Atahualpa hab a ordenado que ((todo el tesoro de la tierra se lo enviasen)), exclam o: ((Ese perro de d onde tiene el oro ni plata que dar? No sabe que todo es m o? Yo se lo dar e a los cristianos y ellos lo matar an)) (P. Pizarro, 25 v.). El episodio lo relata tambi en Crist obal de Mena diciendo: ((El se nor Cusco nos ofrec a m as oro diciendo yo s e que Atahualpa les prometi o un boh o de oro, que yo ten a para darles m as, yo les dar a cuatro boh os y ellos no me matar an como este pienso que me ha de matar)) (Mena. ((La conquista del Per u llamado la Nueva Castilla))).
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Alan Garc a Perez t es, que lo demuestra en sus poes as, cartas y descripciones a Carlos V. Pero el carisma de Pizarra es diferente, no tiene el brillo o la belleza de Apolo que otros tuvieron, pero su excepcionalidad personal es distinta. Es la constancia, la decisi on de continuar una y otra vez, es la serenidad mostrada ante el p anico de sus soldados, es la humildad verbal sustituida por el ((discurso gestual)) del jefe que lleva a nado al soldado que no sabe nadar o que salva de las aguas a su servidor y responde a los testigos: ((ustedes no saben lo que es amar a un criado)). El carisma apela a la irracionalidad, a los contenidos m agicos, a la superstici on, a la eterna expectativa humana existente aun en las sociedades secularizadas y modernas, de que detr as del mando siempre est a la voluntad providencial. Para el individuo y para el grupo social, el atavismo m agico permite aceptar cualquier o casi cualquier mito respecto del gobernante, su suerte, su codicia, su vida sexual, sus manipulaciones. Privado de tales ((poderes)), el ((espectador)) mira con reprobaci on al jefe, pero tambi en lo contempla con envidia porque, en muchos casos, al reconocer poderes excepcionales en el ((designado por el destino)), el espectador est a proyectando sus apetitos imposibles de cumplir. Cest la vie. Pero si antes de Cajamarca Pizarro representaba la constancia de un hombre de cincuenticinco a nos, despu es de la tarde de Cajamarca represent o la voluntad divina y ese ((algo)) carism` atico que conduce seguramente al xito. e Esa legitimidad carism` atica le permiti o, antes aun de la conquista del Per u, ser elegido como jefe de una expedici on fallida en las selvas del Dari en, donde por la deserci on de Andagoya y por decisi on ((soberana)) de los soldados supervivientes, fue reconocido como capit an y jefe. Antes del Per u, en el pueblo de Nombre de Dios, reunido con Almagro y Luque, mostr o una enorme f e en el resultado de la conquista y supo transmitirla demostr andoles que, aunque no hubieran sido favorecidos por las Capitulaciones con el emperador Carlos V, l ser an enormemente beneciados con lo que habr an de descubrir, aunque e mismo no sab a de qu e se trataba o si en verdad exist a. Ya Unamuno advierte sobre la esencia de la fe: ((Creer lo que no vimos, crear lo que no vemos)). En Tumbes, al desembarcar, se produjo un movimiento de desconcierto y desenga no entre los conquistadores al encontrar una ciudad que hab a sido arrasada por la tropas de Atahualpa y donde no exist an ni la riqueza ni el oro que cuatro a nos antes dijeron haber visto Pedro de Cand a y otros miembros de hasta la misma ciudad de la expedici on. La duda de los soldados lo acompa no Cajamarca, tanto en el ascenso de los Andes 73
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Pizarro, el Rey de la Baraja como en la espera de Atahualpa, escondidos todos dentro de los galpones. Solo despu es de la captura del Inca y la promesa del rescate eliminaron toda duda sobre la legitimidad carism` atica de Pizarro. En suma, fortalecer su legitimidad real, religiosa, arbitral y carism` atica fue uno de los objetivos, una regla pol tica para tener autoridad suciente por cualquiera de esas razones. La autoridad, bien se sabe, se acumula como el dinero en cantidades que se gastan o que pueden trocarse por m as autoridad e inuencia. Pero es oportuno ano l, a su turno, tar que Pizarro busc o la legitimidad para ser obedecido porque e l s supo obedecer la legitimidad de otros. Dice un autor que ((e olo obedec a al que leg timamente mandaba)) (Del Busto). A nadimos que es cierto porque solo puede exigirse cabalmente aquello que uno ha cumplido antes en el rol de subordinado. De lo contrario, la orden es susceptible de duda, no es sostenible a largo plazo, o quien debe cumplirla lo hace parcialmente y sin satisfacci on. Ello ez se ve en el caso de Pizarro cuando, siendo amigo y compadre de Vasco N un de Balboa, no tuvo duda alguna en apresarlo al recibir la orden del gobernador ez de Balboa fue decapitado Pedrarias, la autoridad leg tima de Panam a, y N un despu es. Era un soldado que obedec a y por consiguiente exig a ser obedecido al apoyar su autoridad sobre reglas de legitimidad que todos respetaban.
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Alan Garc a Perez mente un agitador revolucionario. En segundo lugar, el discurso tiene caracter sticas y signicaci on muy espec cas. Al lado de la palabra, en el monos labo o en la interl nea se expresan los descubrimientos de Cop emico y Col on, la reconquista, la escritura y sobre todo la revelaci on religiosa y la salvaci on. Por cierto, Pizarro no ten a la formaci on ni el carisma oral de Cort es, quien en muchas ocasiones produjo emotivos e improvisados discursos ante su tropa. Pero el discurso noes solo oral, es tambi en gestual, corporal. Gandhi, ante miles de seguidores permanec a sentado, en silencio, hilaba la rueca y al hacerlo expresaba su desaf o al consumo forzoso de tejidos ingleses. March o tambi en hacia el mar y recogiendo la sal derrib o el monopolio colonial sin un disparo. El discurso gestual supera muchas veces al de las palabras. Edipo respondi o con argumentos y palabras la pregunta de la Esnge, pero Alejandro, ante el nudo gordiano que le abrir a las puertas del Asia, tom o su espada y lo cort o. Pizarro sab a sintetizar las actitudes y expectativas en brev simos discursos gestuales, uno de ellos es el c elebre episodio del trazo en la arena hecho en la Isla del Gallo, se nalando muy claramente lo adversativo de la pobreza del norte respecto de la riqueza posible del sur. La escena es inmensa en signicado, no l. Tosolo para los cien soldados presentes o los doce que permanecieron con e dos ellos, y quienes los escucharon relatarlo, que fueron miles en Panam a y en Santo Domingo, supieron de la elocuencia del analfabeto. La raya en la arena separaba a Cop ernico de Tolomeo, al Dios jud o de la idolatr a, a la historia de todo lo conocido de lo desconocido, a la escritura de la oralidad, en n, al oro de la pobreza y c omo no, a la gloria de un reino propio respecto de la servidumbre en la gleba extreme na. Y el discurso gestual se expresa tambi en en la c elebre escena de la hostia compartida. Ella no ocurri o en Panam a, como la leyenda trasmite, sino mucho m as adelante, cuando Almagro pretendi o que el Cusco estaba dentro de su nueva gobernaci on. Pizarro viaj o en solo siete d as desde Lima y tras conferenciar con Almagro, comulgaron ambos con una sola hostia ante todos sus soldados en una espectacular ceremonia publicitaria. La forma discursiva de denici on y desaf o la repiti o en muchas ocasiones, una de ellas en el Valle de La Leche, actual departamento de Lambayeque en el Per u, antes de tomar la decisi on de subir la cor-
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Pizarro, el Rey de la Baraja dillera hacia Cajamarca, mientras otros capitanes le recomendaban continuar hacia el sur, hacia Pachacamac o hacia el Cusco para tomar el oro. Entonces, al igual que en la Isla del Gallo, supo plantear que la ascensi on hacia Cajamarca era la ascensi on a la riqueza en tanto que, continuar hacia los valles de la costa, era una evasi on y una demostraci on de cobard a. Y tuvo raz on. De haber continuado hacia Pachacamac o el Cusco la pasividad de espera de Atahualpa se habr a convertido en acci on con la conuencia de sus tres ej ercitos (Cajamarca, Jauja y Cusco) contra Pizarro, y este, como veremos, requer a atacar cuanto antes la cabeza de la estructura, evitando la uni on de los tres ej ercitos. Adem as, su invocaci on frecuente y motivadora a los soldados es de tipo religiosa llamando al ap ostol Santiago, y su oferta a los naturales es servir a la justicia repitiendo en varias ocasiones que est a ((en camino con la verdad y la justicia para ayudar a quien la tuviese)), oferta ciertamente imprecisa pero que tuvo los efectos buscados tanto en algunos atahualpistas como en el propio Hu ascar.
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IV CUARTA REGLA
LA LEGITIMIDAD PERSONALIZO
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Alan Garc a Perez Pizarro buscaba una legitimidad no compartida, personalizada, pues una legitimidad plural es conictual y confusa. Individualizar la legitimidad limita la tensi on, siempre existente, entre la direcci on y la decisi on que son tomadas por un grupo reducido o por una persona frente al af an de participaci on presente en todos los dem as que demandan tambi en conducir, opinar y decidir. Con ello se cumple la vieja regla de Polibio sobre la persona a la que vuelve siempre el movimiento pol tico, y adem as se cumplen los conceptos de Pareto o de Mosca lites. sobre el conicto y la circulaci on de las e En Toledo se desembaraz o de dos posibles rivales, ganando para s la legitimidad legal y al volver a Nombre de Dios, amenaz o con sustituir a Almagro, pero debi o transigir con la oferta de llevar consigo a De Soto, a quien ofreci o una importante gobernaci on ((en alg un lugar)), as como el cargo de lugarteniente de la expedici on. Sin embargo, al desembarcar en Tumbes, design o sorpresivamente a su hermano Hernando, lo cual motiv o el des animo y la protesta de De Soto, quien nalmente debi o continuar como Sancho con la ilusi on de gobernar m as adelante una nsula baratar a. Sin embargo, no fue intransigente en la b usqueda del monopolio de la legitimidad. Como veremos despu es, comprendi o muy bien que en un reino muy extenso o sin l mites no tendr a una legitimidad s olida y denida. Aunque lo ofendiera la creaci on en el sur de la Gobernaci on de la Nueva Toledo, m as l, fue a su vez una denici all a de los mil kil ometros de longitud asignados a e on necesaria que le dio la ocasi on de desplazar a Almagro con el prop osito previsible de diezmar su ej ercito y de empobrecerlo. Ninguna noticia se conoc a sobre riqueza alguna en el territorio de Chile, como la que lo hab a impulsado tras los relatos de Panquiaco sobre el oro del Vir us. Como buen pol tico supo reconocer lo positivo dentro de lo que se presentaba como negativo. En esta b usqueda del monopolio de la legitimidad se incluye tambi en la compra de las naves y de los soldados de Pedro de Alvarado, as como el haber convencido a Almagro para que, en su partida a Chile, a la b usqueda de un nuevo reino, no considerase a I lomando de Soto, pues seguramente le advirti o que el audaz, joven y ambicioso jinete terminar a, en una larga aventura, reemplazando al viejo y tuerto Almagro, quien empobrecido, no tendr a ya
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Pizarro, el Rey de la Baraja los recursos para garantizar la lealtad de la tropa mercenaria que hab a comprado con dinero del propio Pizarro a Pedro de Alvarado. Es muy importante reexionar sobre las consecuencias de esta regla de Pizarro. Acept o la creaci on de la nueva gobernaci on, pero defendi o al Cusco l quien lo tom dentro de la suya por haber sido e o primero. El Consejo de Indias, burocr atico, aristocratizante y lejano, evitaba el fortalecimiento de la autoridad de los descubridores y conquistadores, enviando scales, jueces, supervisores, pero adem as creando l mites territoriales y recortando las gobernaciones originales. As buscaba impedir que los siervos de Extremadura se convirtieran en grandes se nores dispuestos a competir con la nobleza espa nola. Actu o de esa manera frente a Col on, al que llevaron encadenado a Espa na. A Cort es, que tom o Tenochtitl an en 1519, le recortaron el mando en 1523 envi andole al juez Estrada, que despu es lo desterr o de la capital y fue enjuiciado o ((residenciado)) por dos a nos, tras los cuales fue nombrado Marqu es del Valle de Oaxaca, triste consuelo, pues no volvi o a tener el mando real de M exico por los diez a nos siguientes hasta volver a Espa na para siempre. A Pizarro le crearon hasta dos gobernaciones: Nueva Toledo, que correspond a a Chile, y m as al sur del actual Santiago, la Nueva Andaluc a, para el noble Sim on de Alcazaba, que no lleg oa su territorio. Un importante detalle hist orico que los peruanos olvidamos es que, de no haber sido por la defensa que Pizarro hizo de su territorio, el Cusco habr a pertenecido a Nueva Toledo y porconsiguiente al Chile actual. Y eso que pareciera absurdo, pues mucho antes de la conquista el ((Se nor Cusco)) hab a incorporado todo el norte de Chile al Tawantinsuyo, se hubiera cumplido por las mezquindades del Consejo de Indias en el que el noble doctor Carbajal actuaba contra Pizarro y a favor de Almagro, cuyo hijo, Almagro ((el Mozo)), habr a de casarse con su hija. Pero como no hay mal que por bien no venga, De Soto, al cual tampoco repuso Pizarro en su anterior cargo de teniente gobernador del Cusco, opt o por un abierto destierro, que despu es habr a de conducirlo a la conquista de La Florida descrita por Garcilaso de la Vega en ((La Florida del Inca)). Dentro de esta eliminaci on de rivales para lograr el monopolio de la legitimidad, contamos tambi en con la ejecuci on de Almagro y
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Alan Garc a Perez de hecho, aunque esto es menos perceptible para los analistas, el env o reiterado de Hernando Pizarro a Espa na, el cual con sus actitudes pon a en peligro su legitimidad. Francisco, estamos seguros, no dudaba de la lealtad personal de Hernando, pese a ser el hijo leg timo de su padre y a ((estar sometido a la voluntad de Hernando)) seg un algunos cronistas, pero tem a la soberbia y los crueles excesos de su hermano, ante lo cual opt o por enviarlo a Espa na a dar cuenta adem as del proceso y de la ejecuci on de Almagro.
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Pizarro, el Rey de la Baraja Arzobispo de Lima y fan atico pizarrista, Garci Manuel de Carbajal, fundador no de Ch de Arequipa, Nu avez, que explor o Charcas, Per Alvarez Olgu n y muchos otros. Resulta claro que varias decenas de los embarcados en el tercer viaje ten an una relaci on personal y directa con Francisco Pizarro. Y a la postre Pizarro tuvo raz on al constituir ese n ucleo, pues nueve a nos despu es, muerto Juan Pizarro en el Cusco, partido Hernando a Espa na, ausente Gonzalo por su expedici on a Quito y dispersos los trujillanos y extreme nos en sus encomiendas de todo el Per u, Francisco fue abandonado por los veinte comensales que lo acompa naban en el almuerzo el 26 de junio de 1541, momentos antes de su asesinato, y despu es nadie se atrevi o a indagar por su suerte. Bast o con que, aun antes de su muerte, un almagrista mostrara en la puerta de la casa una espada enrojecida con la sangre de un camero y advirtiera ((Muerto es el tirano)). Sic transit gloria mundi. A ese n ucleo b asico de hermanos, parientes y extreme nos se sumaban dos contingentes de ind genas, aliados de anta no, los nicaraguas y los guatemalas, que por cientos viajaron en las naves de Pizarro para participar en la conquista del Per u, sirviendo activamente en las batallas y en los desplazamientos. Este conjunto es el que permiti o a Pizarro mantener s olidamente el monopolio de su legitimidad sobre su propio ej ercito y sobre sus asociados espa noles o ind genas. Si a ello se agrega a los ca naris, los chachapoyas, vinculados al bando pizarrista, y a los huaylas, a quienes gan o por su uni on con In es Huaylas, hermana de Atahualpa, tenemos la expresi on f sica y armada de su poder personal.
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V QUINTA REGLA
UNA NUEVA CONSTRUYO LEGITIMIDAD AUTONOMA DE LA ANTERIOR
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Alan Garc a Perez La preocupaci on que demuestra Pizarro por la legitimidad religiosa, mon arquil ca, arbitral y carism` atica, sustentada en un n ucleo duro y monopolizado por e mismo, le permiti o edicar una nueva legitimidad; es decir, sustituir la vieja legitimidad sin enfrentarse a ella por una nueva forma de autoridad sustentada en sus propios hechos y en su propia ((visi on)) del reino que comenz o a crear y que, en nuestro concepto, alcanza su cima con la fundaci on de Lima, que es la ((Ciudad Pizarro)) en el Nuevo Mundo. Fue en realidad un monarca por la supremac a de su voluntad y por la lejan a de la metr opoli. Desde el primer momento comprendi o que en el Per u no hab a una clara legitimidad, pues los pueblos no apoyaban realmente a Hu ascar o a Atahualpa, dado que la conquista quechua sobre el resto del Per u era muy reciente. Vio desde Pun a, y m as adelante en Pabur, que la mayor a de los pueblos estaban contra Atahualpa pero buscaban al mismo tiempo recuperar su independencia del Cusco. Tal fue la tecla que toc o. Eso le abri o la posibilidad de crear una autoridad todopoderosa en el Per u sin romper con la Corona Espa nola, utilizando la vieja legitimidad ind gena tradicional a trav es de reyes t teres y de su propia y directa alianza con los caciques. As parecer a seguir a Maquiavelo cuando aconseja o advierte: ((Es dif cil tomar por la fuerza un pa s regido por un principado hereditario, pero resulta muy f acil de mantener)), por la obediencia en que est an educados los s ubditos. Por esto mantuvo con vida a Atahualpa en til para generar hambre y desconcierto en las tropas quite tanto le fue u nas. En segundo lugar, procedi o a la coronaci on de T upac Huallpa, que despu es habr a sido envenenado por Chalcuch mac, y coron o victoriosamente a Manco Inca l y levantara en el Cusco, a condici on de que se arrodillara p ublicamente ante e por dos veces el estandarte de Espa na frente al pueblo y los caciques.
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Pizarro, el Rey de la Baraja tierra extra na- sino distribuyendo las tierras y, aunque no estuviera debidamente autorizado para ello, creando las encomiendas. Ello conrma su proyecto de establecer un sistema social y pol tico con una poblaci on capaz de producir, pagar impuestos y sostener durablemente el reino. El encomendero cumple el rol del noble y tiene adem as un derecho perdurable e inmueble que defender. Adem as, tras conducir el cuantioso quinto real de Cajamarca, Hernando Pizarro solicit o y obtuvo del emperador Carlos V en persona la autorizaci on para que Francisco nombrara tres alcaldes vitalicios en cada ciudad del Per u, hecho que asegur o por largo tiempo el poder tambi en vitalicio de Pizarro. A nos m as tarde, y tras la muerte de Pizarro, Francisco de Carbajal aconsejar a a Gonzalo Pizarro la creaci on de t tulos nobiliarios, duques, condes y l- aquellos que los aceptaran y poseyeran defender marqueses pues -seg un e an ante Pedro de la Gasca sus derechos adquiridos. Esto es lo que Almond considera una de las funciones b asicas de la pol tica; es decir, el reclutamiento del personal y la distribuci on de honores. Gonzalo, que entr o a Lima con m as de mil hombres de infanter a, seiscientos a caballo, cincuenta artilleros y con banderas y escudos propios al lado de los tres arzobispos del Cusco, Quito y Lima, armaba por escrito que su destino ((era reinar)), sin embargo no lo hizo, tal vez por un postrer rasgo de respeto a la legitimidad real o por esperar un mejor momento y muri o decapitado. La historia muestra que quien encarna la audacia debe cumplir su rol y no esperar el ((momento m as favorable)).Audacis Fortuna Juvat. Hay tres temas adicionales e importantes con relaci on a la nueva legitimidad que Pizarro construye: la liberaci on de los yanaconas, la liberaci on de las ltimo, a estos se ajllas y la fusi on de las dos legitimidades en una nueva. Por u suman las ordenanzas hechas a los cabildos sobre el tratamiento a los ind genas.
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Alan Garc a Perez se nores y de los orejones. Cieza los llama ((servidores perpetuos)) y su estatus, seg un Nathan Wachtel (((La visi on des vaincus)), p aginas 120- 122) era el de gente desprendida de los ayllus, no eran campesinos autosucientes sino gente servil, heredable y cuya condici on, seg un John Murra era asimilable a la de los esclavos. Despu es de la toma de Atahualpa en Cajamarca, Pizarro, con inmensa habilidad pol tica, orden o la liberaci on de todos los yanas o sirvientes que acompa naban al jefe ind gena, as como a sus generales, y dispuso que ((volvieran a sus casas)). Y esos yanas ((forasteros)) pudieron al n viajar por los caminos. No podemos dejar de anotar un sesgo personal en esa medida. Pizarro, que en su Trujillo original pudo tener la categor a inferior de sirviente por ser bastardo, al tomar esta decisi on de alguna manera se liber o simb olicamente a s mismo. Ahora bien, con la liberaci on de los yanaconas, procedentes de diversas tribus y volviendo estos a todas las regiones del Per u, gan o para s unos extraordinarios publicistas y envi o un gran mensaje pol tico de generosidad y justicia a todas las provincias y comarcas del territorio. Muchos continuaron sirviendo a los espa noles e inclusive participaron en la defensa del Cusco y de Lima ante Manco Inca. Y as a nadi o, como despu es veremos, una nueva contradicci on a la enorme suma de conictos que el Per u ten a. Por ello Manco Inca sentenci o a muerte a los yanaconas, considerando que no solo hab an traicionado a sus amos naturales, sino que adicionalmente signicaban un desequilibrio social y un peligroso reclamo igualitario respecto de quienes hab an sido sus superiores. En ese aspecto, el concepto pizarrista de un reino productivo es m as moderno y eciente que el de Atahualpa. Este le aconsej o, seg un narra Pedro Pizarro (36 v.): ((Yo morir e, qui erote decir Apo, lo que han de hacer los cristianos con estos indios para poder servirse de ellos. Si a alg un espa nol dieses mil indios, ha de matar la mitad para poder servirse de ellos)). As replic o Atahualpa a la tesis de Pizarro que le hab a explicado que, aun asignando l hab un curacazgo a cada espa nol, ((e a de crear pueblos donde los espa noles estuvieran juntos)) y no entre los ind genas o en ((sus)) pueblos, limit andose a recibir los tributos de la encomienda.
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Alan Garc a Perez Atahualpa, pero adem as a Paulo Inca, que, siendo hermano de In es, entreg o su lealtad a los espa noles, particip o en la expedici on a Chile y combati o ferozmente la sublevaci on de Manco Inca, tambi en su medio hermano. Por el nacimiento de Francisca y su bautizo, naturales y caciques celebraron grandes estas en Jauja. En la ni na comprobaban la suma de ambas legitimidades. En este aspecto Pizarro, a diferencia de otros conquistadores, fue muy cuidadoso y pareciera haber seguido, sin leerla, la regla de Maquiavelo: ((para no ser odiado, no deben tomarse los bienes y las mujeres de otros)).
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Pizarro, el Rey de la Baraja que para ello sean se nalados los mismos naturales que de antes ten an el cargo)) (9na); ((Que el espa nol que no fuese encomendero o no tuviese ocio no permanezca m as de veinticinco d as en esta gobernaci on)) (11ma); ((Que a los negros que maltratasen a los yndios les sean dados cien azotes)) (13ma), etc etera. (Porras B., ((Pizarro)), p. 285). Pizarro fue consciente de que la fuerza productiva, la poblaci on campesina de su reino estaba siendo diezmada por las enfermedades, por las guerras de legitimidad y las luchas curacales, por la desorganizaci on agraria y por la codicia de sus propios soldados. Deb a preservar el factor humano para el largo plazo. Ese es el sentido de sus Ordenanzas, dictadas en persona, raticadas por la Corona, las cuales dieron origen a las Nuevas Leyes de 1542, cuyo m erito, sin embargo, ha sido exclusivamente atribuido a De Las Casas, que por cierto lleg o en el mismo barco que Pizarro a La Espa nola en 1504 y result o a la postre siendo el gran impulsor del comercio negrero y de la esclavitud en Am erica. Pi l gan zarro dict o las primeras normas, pero la leyenda negra creada contra e o la lucha por la memoria hist orica. Ocurre muchas veces en la pol tica. Fue el caso tambi en de la segunda ((abolici on)) de la esclavitud hecha por Castilla en 1857, que no fue liberaci on sino una compra ama nada para enriquecer a los propietarios ya enriquecidos antes por la consolidaci on de la ((deuda)) de la Independencia, una ((liberaci on)) a la que sigui o la introducci on de m as de setenta mil trabajadores chinos en condici on cercana a la esclavitud, hecha por personajes cercanos a ese gobierno.
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VI SEXTA REGLA
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Alan Garc a Perez Viejo recurso de la pol tica, quien manda o quien encarna la le gitimidad busca estar presente en las grandes circunstancias; en la victoria, en la rma de la rendici on, en la teatralizaci on de las capturas. Puede, inclusive, vestirse l mismo la corona como Robespierre en la Fiesta del Ser Supremo, colocarse e como Napole on o ser el primero en cruzar a caballo el Rubic on como C esar. Pizarro tambi en reserv o para s los que consideraba los temas m as importantes y en los que se hac a evidente la faceta teatral de la pol tica.
La captura de Atahualpa
Recordemos, como primero de ellos, el haber llevado ante el emperador la propuesta de la conquista y suscribir, a su manera, las Capitulaciones de Toledo. Luego, resaltemos el m as caracter stico y teatral: el desaf o planteado a sus hombres en la Isla del Gallo para mantenerse en el descubrimiento y la conquista. El tercero es de enorme importancia: en la plaza de Cajamarca, l mismo quien se abri despu es de haber enviado a Valverde, fue e o paso, a la cabeza de veinticuatro espa noles y causando gran mortandad entre los indios, para tener el privilegio de apresar directamente a Atahualpa, el cual, ante la resistencia pasiva de los rocanas cargadores de las andas, solo pudo ser tomado despu es de que Pizarro fue herido en la mano por otro espa nol. Es trascendental y simb olico que el jefe de la expedici on fuera el primero en poner la mano sobre el Inca y lo condujera personalmente al galp on que le hab a asignado como prisi on.
La ejecuci on de Atahualpa
En cuarto lugar, podemos citar el hecho de que decidiera la eje cuci on de Atahualpa, evadiendo sin embargo la responsabilidad por ella, lo que logr o al transferir simb olicamente la responsabilidad a todos. Es cierto que la totalidad de los caciques del norte exig a la muerte de Atahualpa, y los emisarios de Hu ascar y del sur cusque no tambi en, pero asumir la responsabilidad de matar a quien aparentaba tener la legitimidad religiosa y legal en el territorio ind gena fue algo que Pizarro no acept o jam as como una decisi on propia, aunque de hecho tuvo todo el poder legal y f sico para evitarlo. El sab a
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Pizarro, el Rey de la Baraja que, para los bur ocratas del Consejo de Indias, un argumento que les permit a limitar o incriminar a los conquistadores era la ejecuci on de un rey, como ocurri o a Cort es con la muerte de Moctezuma. Un argumento que a nos despu es, en 1572, tambi en emplearon contra el virrey Francisco de Toledo. por el ltimo inca de Vilcabamba, en 1572. Ya asesinato de Felipe T upac Amaru, el u Maquiavelo advierte: ((Que otros tomen los roles que causan rencor, y los que dan gratitud debe tenerlos el Pr ncipe)). Uno de los ejemplos que ofrece Maquiavelo respecto a la trans ferencia del castigo ata ne a C esar Borgia, el cual habiendo ocupado la Roma na encontr o que all exist an abusos y bandidaje y decidi o establecer la paz. Para ello envi o al noble Remy dOrque, ((hombre cruel y expeditivo)). Siguiendo sus instrucciones, este recuper o la calma y la uni on. Mas al llegar Borgia a la ciudad, percibi o los odios generados por dOrque y para que se supiera que la crueldad l sino de la mala naturaleza del ministro, ((una bella ma no proced a de e nana)) hizo que este fuera ejecutado parti endosele por la mitad con un ((cuchillo sangrante)). ((La ferocidad del espect aculo logr o que el pueblo quedara al mismo tiempo contento y est upido)) (El Pr ncipe, VII). En Cajamarca, Pizarro pudo cumplir con esta transferencia sim b olica de responsabilidad y de castigo aun despu es de haber matado entre tres y cuatro mil ind genas durante la toma de Atahualpa en la plaza y en la persecuci on de los restos del ej ercito por la caballer a. Y ello fue posible porque Atahualpa era odiado por el exterminio de muchos pueblos. Pizarro hab a encontrado Tumbes destruido, el cacique de Caxas describi o a Hernando de Soto que las cuatro quintas partes de ((sus indios)) hab an sido muertos e igualmente hab a ocurrido antes en la isla de Pun a y en otros lugares donde el exterminio alcanz o las mismas proporciones, seg un el testimonio de muchos caciques. Puede calcularse que en la guerra atahualpista, solamente en la regi on del norte, fueron directamente eliminados unos doscientos mil varones en las batallas contra las tropas huascaristas, desde la primera en Tumibamba, en el actual Ecuador, hasta las de exterminio de diferentes pueblos, como el de los ca naris m as adelante. Por ello se plegaron a Pizarro. Esa enorme mortandad desatada por la
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Alan Garc a Perez violencia atahualpista fue motivo para que pudiera producirse la transferencia simb olica del castigo y que pr acticamente todo el norte del Per u aprobara la ejecuci on de Atahualpa, as como tambi en lo hiciera el sur por el asesinato de Hu ascar. Coincidiendo con el ya mencionado consejo maquiav elico sobre los roles que causan rencor y los que dan gratitud, que son los que debe guardar para s el Pr ncipe, Pizarro decret o t acticamente, al mismo tiempo que la ejecuci on de Atahualpa, la libertad de las yanaconas y de las ajllas. Consigui o as un mayor fundamento en el campo ind gena, en tanto que, con la distribuci on del rescate de Cajamarca, hab a consolidado su posici on de jefe espa nol incontestable, anunciando adem as el tesoro del Cusco. En Gargamela, en 370 a.C. Alejandro enfrent o a Dar o con un ej ercito griego cinco veces menor al persa, y contra la opini on de sus jefes militares inici o un avance aparentemente suicida que le permiti o alcanzar el lugar de mando de Dar o. Aunque no logr o capturarlo, oblig o a su retirada y ocasion o el desorden y la derrota de los persas. Es cierto que entre los ocho mil ind genas m as los cientosesentiocho espa noles y los trescientos mil combatientes de Gargamela hay una gran distancia num erica, pero el aspecto fundamental es la estructura de la acci on y la decisi on del conductor. Pizarro adem as debi o recordar, por la narraci on de muchos espa noles, que en la batalla de Pavia Francisco I fue tomado por las tropas de Carlos V, entre otros por Rodrigo Orgo nez, el mariscal jud o del Per u, que morir a en 1538 en la batalla de Las Salinas y que contaba haber escuchado decir al Gran Rey: ((Tate, que soy el Rey de Francia!)). Adem as de contribuir a su fama y autoridad personal, la captura del jefe ind gena puso en sus manos un inmenso territorio que, como Maquiavelo hab a ya advertido, ser a f acil de mantener, en tanto principado hereditario, por la obediencia de sus s ubditos.
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Pizarro, el Rey de la Baraja pu es, envi o, como lo hizo varias veces antes, a Hernando de Soto al frente nimo aventurero y su desesperaci de la vanguardia. Llevado por su a on por lograr la gobernaci on que le hab a sido ofrecida en Panam a por Pizarro a cambio de los barcos y hombres de Ponce de Le on, De Soto intent o avanzar a gran velocidad para ser el primero en entrar al Cusco y posiblemente solicitar despu es, a Pizarro o al Rey, la gobernaci on de esa ciudad y su regi on para ver cumplida la oferta de que ((se le hiciese capit an y teniente de gobernaci on en el pueblo m as importante que se poblase)) (Pedro Pizarro, 170 v.). Pizarro, comprendi endolo y sabiendo la enorme importancia de encabezar personalmente el ingreso al Cusco, envi o de inmediato a Diegode Almagro a perseguir a De Soto y detenerlo. La circunstancia determin o que fueran las tropas de Quisqu s las que impidieron su avance en la zona de Vilcaconga, a poca distancia de Cusco. Al llegar all Diego de Almagro, termin o salvando a De Soto del virtual exterminio de sus tropas. Un detalle importante es que al llegar Almagro de noche a las inmediaciones del lugar en que De Soto estaba rodeado, anunci o su presencia con la trompeta de Pedro de Alconchel, la misma que hab a desencadenado el ataque en Cajamarca y que en 1541 se mantuvo silente el d a del asesinato de Pizarro, pues Alconchel y otros, como el valido Ampuero, fugaron del almuerzo que aquel ofrec a. Veremos despu es, como una paradoja de la historia, que Almagro al detener a Hernando de Soto consolid o el derecho de Pizarro sobre el Cusco, y m as adelante este lo ejecut o para poner n a su pretensi on por apropiarse de esa ciudad.
La fundaci on de Lima
Un quinto hecho que evidencia la vocaci on de Pizarro por decidir los hechos fundamentales es que, despu es de llegar al Cusco, comprendi o que era el centro de la vieja legitimidad que deb a sustituir y volvi o de inmediato a Jauja para fundarla como ciudad espa nola, la primera en importancia de su nuevo reino o capital de la Nueva Castilla. Se comprueba as que Pizarro deseaba crear un nuevo centro de poder, propio y al mismo tiempo equidistante de sus fronteras. Sobre el mapa, Cusco aparec a descentrado, demasiado al sur
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Alan Garc a Perez en la l nea del poder andino, desde Quito hasta el lago Titicaca, donde los coyas eran el n ucleo social m as importante sobre el que ejerc a su dominaci on el Imperio. Sin embargo, Pizarro, cuya legitimidad depend a de la Corona, requer a una capital vinculada a la metr opoli por la navegaci on. Por lo tanto, abandon o Jauja y cuando su ej ercito estaba estacionado en Pachacamac, envi o tres espa noles a buscar el lugar adecuado, pues reconoci o que Pachacamac, a pesar de contar con un r o y con un f ertil valle, era parte vital y religiosa de la legitimidad anterior. Por eso nalmente tom o la decisi on personal de no fundar la ciudad en los centros urbanos m as importantes (Limatambo o Maranga), donde se concentraba la mayor parte de la poblaci on y se levantaban los templos m as importantes, sino en la ribera del r o R mac, para obtener el control estrat egico del partidor de aguas de la ciudad, lo cual le daba adem as una defensa trasera en el r o y le permit a ver la llegada de los barcos desde la casa edicada sobre la huaca de Taulichusco. As la nueva capital se construy o a los pies, r o mediante, de un importante Api o cerro de valor religioso, al que llam o San Crist obal, en el que posiblemente se alzara un adoratorio ind gena de la cultura Ismo y sobre el cual Pizarro coloc o una cruz, su s mbolo. Los tres enviados y los cronistas Cieza, Jerez y Esteta describen a Lima como un valle riqu simo. Esteta dice: ((Esta mezquita (Pachacamac) estaba situada en tierras muy pobladas y muy ricas)). Estaba cerca al mar, factor muy importante para Pizarro, que fue fundador de Panam a y era natural de la Extremadura pobre y fronteriza con el mundo musulm an, carente de un puerto como el que ten a Sevilla. Adem as la l ogica del desplazamiento hacia el mar fue tambi en uno de los objetivos del avance inca desde T upac Yupanqui, que, como hijo de Pachac utec y padre de Huayna C apac, aun antes de ser Inca fue encargado de la conquista de todo el norte en una expansi on que buscaba la riqueza mar tima como centro de alimentaci on, centro de navegaci on y nalmente como punto de contacto del mundo incaico con el dios Viracocha, que hab a partido por el mar.
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Pizarro, el Rey de la Baraja interesante recordar que la invasi on de T upac Yupanqui en la zona colla termin o en una hermosa repetici on del episodio de la entrega de los burgueses de Calais al Pr ncipe Negro en la guerra de los 100 a nos, representada en la c elebre escultura ((Los burgueses de Calais)), de Rodin. Aqu , seg un la versi on de Garcilaso, los jefes collas, rodeados ya por las tropas de T upac Yupanqui, se entregaron igualmente desnudos y con ropas ra das, dispuestos a ser ejecutados por haber resistido el avance del Inca. Era un territorio que, a diferencia de los imperios hitita, egipcio, asirio, mogol, romano y otros, carec a del caballo, la rueda y la escritura. Adem as, se extend a desde el tr opico ecuatorial hasta las tierras desiertas y g elidas de Chile, de norte a sur, lo que plantea como dicultad adicional la heterogeneidad del espacio. Sobre este tema, Jared Diammond (((Guns, germs and steel)), Londres, 1997) ha propuesto una sugestiva interpretaci on para la expansi on de la especie l se cumple en el sentido de los paralelos, Este- Oeste, humana, que seg un e respetando la similitud de los climas. Esa fue despu es la l ogica del imperio de Gengis Khan, del imperio romano y aun la de la expansi on maced onica. Sin embargo, esos imperios, a pesar de contar con otros medios de transporte y de tracci on, se desmembraron. As ocurri o tambi en con el imperio de Carlos V y con la expansi on napole onica. Con m as facilidad la ruptura habr a de producirse en el eje Norte-Sur, que aun divide los pa ses y los continentes por su desarrollo y geopol tica: la Europa n ordica y la Europameridional, la Padania y el Mezzogiomo en Italia, los estados del norte industrial y los del sur esclavista en la Guerra de Secesi on norteamericana; y ello se repite al interior de Espa na, de M exico, del Per u, etc. Pero la extensi on como fen omeno contradictorio no solo es geogr aca. Tambi en lo son la extensi on conceptual o discursiva de los grandes sistemas los ocos o religiosos y la de las teor as cient cas en los que tambi en impone el debilitamiento o el conicto. Es previsible que aun sin la llegada espa nola, fuese victorioso Hu ascar o bien Atahualpa, el territorio se hubiera dividido igualmente contra s mismo y los cusque nos aquietados. Quisqu s, Rumi nahui o Chalcuch mac habr an debido dejar su sitio a los ca naris de Tumipampa, a los chachapoyas o a los pastos, a pesar del esfuerzo
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Alan Garc a Perez postrero de Huayna C apac, que tal vez comprendi endolo quiso fundar en Quito, ((un centro como Cusco)). La extensi on impone un alto costo econ omico y detrae de la producci on y la inversi on importantes recursos. El esfuerzo por desplazar al Inca, sus jefes militares, orejones, curacas, tropas, exig a un enorme sistema log stico de criados y yanaconas. Cieza de Le on relata que el viaje de Huayna C apac a Quito impuso una movilizaci on de doscientas mil personas, lo que exigi o retirar del espacio productivo regimientos reclutados en el Cusco y Yucay, pero tambi en de los soras, lucanas, collas, chancas, etc. El costo y consecuencia de estos movimientos debi o ser enorme, y luego mayor con las guerras de sucesi on. Aparece con toda claridad una din amica espacial declinante. La superposici on de la etnia inca sobre el territorio, que exig a situar en el Cusco una poblaci on cada vez mayor de curacas dominados y de orejones, concentraba las decisiones y el producto social en esa ciudad y en el sistema de tambos para su desplazamiento. A ello se sumaba una segunda administraci on inca, con un noble en cada una de la ochentiocho provincias y un gran personaje a la cabeza de cada suyo, sus criados y sus fuerzas, adem as de la burocracia requerida por la administraci on decimal, los correos, los tambos, etc. Todo ello impon a continuar ampliando el territorio dominado para seguir alimentando al Cusco y a su clase dirigente, lo que en condiciones de baja tecnolog a ser a cada vez m as dif cil. Tal vez, comprendiendo esto, Pizarro liber o a los yanaconas y estableci o que no se cometieran exacciones contra los ind genas y que los impuestos en bienes y trabajo se entregaran a los encomenderos y no en las cabeceras administrativas de las regiones y suyos. Tal vez. Lo que s comprendi o de inmediato fue que la gran debilidad de sus adversarios ind genas era la exagerada extensi on. Por ello, entre Cajamarca, Jauja y Cusco, fund o Lima y cre o ciudades intermedias, como Trujillo, Arequipa, Huamanga y valid o la creaci on de Chincha por Almagro, pues as garantizaba un espacio homog eneo, que no se extendiera m as all a del Per u actual o m as all a de Quito, que permiti o ocupar por Alonso de Alvarado y por su propio hermano Hernando Pizarro. Es muy signicativo que jam as se propusiera viajar a Quito ni volviera a Cajamarca. As , aunque fue here
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Pizarro, el Rey de la Baraja dero de la vocaci on unicadora de Castilla y Arag on y coet aneo de la formaci on del imperio de Carlos V, Pizarro ten a un criterio m as homog eneo y limitado para el reino que estaba creando.
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Alan Garc a Perez hab an desembarcado los pizarristas y en el territorio actual del pa s. Un ejemplo t pico: solo en la isla de Pun a exist an nueve caciques, de los cuales, el primus nter pares era Cottoir, que fue el primero con el cual tom o contacto Pizarro. Sin embargo, fue tambi en el primero que, dudoso, intent o emboscar a los espa noles a pesar de estar en contra de Atahualpa, que hab a diezmado su pueblo, aunque buscando al mismo tiempo independizarse de la legitimidad del Cusco, expresada en Hu ascar. Fue esa rebeli on de los caciques contra la dominaci on Inca lo que paraliz o la acci on de Atahualpa y Manco Inca, cuya autoridad muchos no reconocieron: ((Cuando Don Francisco lleg o al Cusco vino un cacique principal de la provincia de Chucuito que se llamaba Caripaxa, indio muy viejo y gobernador de esa provincia y llego al pueblo de Muina y les dijo a los indios mitimaes que all estaban: hermanos ya no es tiempo del Inca, ahora os pod eis volver a vuestra tierra cada uno)) (Sempat Assadourian. ((En Stirling, Stuart)), p agina 109). Pero el an alisis de Pizarro lo llev o a comprender que la extensi on geogr aca hab a originado el conicto m as grave, ((la contradicci on fundamental)) como lo hubiera expresado Mao Tse-Tung, entre Hu ascar y su hermano Atahualpa, el cual no fue al Cusco a rendir pleites a al nuevo Inca. Pizarro debi o comprender que ese conicto retroalimentaba los obst aculos de la gran extensi on que lo origin o y hac a renacer la vocaci on de independencia anterior en las comarcas. Comprendi o que la adhesi on de los se nores o caciques a Atahualpa y a Hu ascar era forzada y aparente. Mucho antes que el gran historiador John Murra, Pizarro entendi o que el Per u era un archipi elago de legitimidades entrecruzadas por la necesidad econ omica, comercial y de implantaci on de peque nos grupos productivos de los cacicazgos en el territorio de otros. Cieza describe c omo ((a una legua de distancia)) se hablaban len- guas diferentes y se obedec an sistemas pol ticos distintos. Esa actitud comarcana esencial, caracter stica del Per u hist orico y vigente hasta hoy, fue agravada por el sistema incaico de los mitimaes. Con ese programa forzado de poblaci on, se desplazaba grandes multitudes en uno y otro sentido, buscando implantarlealtades y desarraigar rencores en las zonas nuevas: soras y lupacas al norte, ca naris y
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Pizarro, el Rey de la Baraja chachapoyas al sur. Todo ello, como anota el propio cronista, generaba descontento y desconanza general. Los reci en llegados, por ejemplo, eran ((mal considerados por los residentes anteriores y todos vigilados por un sistema de esp as y gobernadores del Cusco)). Cieza informa, por ejemplo, sobre la presencia de mitimaes en Cajamarca, una poblaci on que solo ten a dos mil habitantes y eso, por cierto, debi o facilitar la acci on militar de los espa noles la tarde del 16 de noviembre de 1532, por la actitud contemplativa de los mitimaes for aneos. Podemos preguntamos por qu e, si Pizarro liber o a los yanaconas y les dio libertad de tr ansito, no hizo lo mismo con los mitimaes permitiendo que volvieran a sus tierras de origen. Ello hubiera sustentado mucho m as su legitimidad, asociando los dos sectores como base de una nueva ciudadan a pizarrista, a la vez que hubiera devuelto las fuerzas productivas del trabajo a sus tierras ancestrales. Lamentablemente no lo hizo, aunque la l ogica lo conduc a a ello. Pero el pensamiento de Pizarro le permiti o actuar con sagacidad e inteligencia porque entendi o este complejo y conictivo tejido de legitimidades, etnias y localidades. Su estudio de la realidad lo llev o a comprender la dram atica situaci on humana, econ omica y pol tica de la escena a la cual llegaba e identicar los mayores enconos anti incaicos. Era una poblaci on, en muchos sectores, angustiada y susceptible de constituir el apoyo que los espa noles requer an. Y lo logr o. Primero los ca naris contra Atahualpa y despu es contra el Cusco y contra Manco Inca; luego los chachapoyas de reciente incorporaci on al imperio a costa de una sangrienta guerra, que podr a denirse como un enfrentamiento entre la cordillera y la zona preselv atica. Ambas etnias estuvieron al lado de los espa noles, tanto en el Cusco sitiado por Manco Inca y defendido por Gonzalo y Juan Pizarro, como en la Lima sitiada por Titu Yupanqui, donde fueron el apoyo fundamental. No olvidemos que Pizarro ten a, adem as, dos fuerzas ind genas ajenas al territorio peruano y a las pasiones de la divisi on comarcana o de las legitimidades, los nicaraguas y los guatemalas a los que trajo en su segundo y tercer viaje, m as los que posteriormente le fueron enviados por Almagro.
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Pizarro, el Rey de la Baraja burocracia y los curacas y caciques. Pizarro pudo comprobar el conicto preexistente en la pugna entre los independentistas o huascaristas de la isla de Pun a y los gobernadores tumbesinos atahualpistas y pudo ver en el Tumbes destruido cientos de cad averes de los tallanes que hab an mantenido su delidad a Hu ascar. Lo conrm o, adem as, en su recorrido por la ribera del r o Tumbes, hacia Tangarar a y m as adelante en Serr an, vericando el inmenso desorden sobre el cual construy o, como hemos l sum advertido, su legitimidad arbitral. Y a e o el nuevo conicto de los yanas liberados.
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Alan Garc a Perez Maica Huillca y Rumi nahui, quienes luego de sus primeras dudas no reconocieron ese car acter divino frente a la convicci on de Hu ascar, el cual, en su desesperaci on providencial, s estaba convencido de que eran los viracochas llegados a sancionar al usurpador Atahualpa. Y el propio Manco Inca particip o de esta interpretaci on, a pesar de la opini on del Villa Huma o gran sacerdote que, a su lado, negaba a los espa noles ese car acter divino. til recordar Aunque los cronistas del Per u no expresan mayores detalles, es u por analog a la relaci on del fraile Francisco Mart n de Jes us sobre la conquista de Michoac an, citado por Todorov (op. cit. p aginas 101-104), que reproduce la construcci on verbal del Cazonzi de Michoac an: ((De d onde pod an venir sino del cielo los que vienen. Alg un dios los envi o y por eso vienen. Esperemos a ver, vengan a ver como seremos tomados, que suyo era aquello, de aquellos dioses que lo llevaban. Para qu e quieren este oro? Debenlo de comer estos dioses por eso lo quieren tanto)) (III, 22 a 27). Pero la consecuencia pol tica tambi en es similar a la situaci on en el Per u, pues al ser requeridos para defender a los mexicanos, responde el Cazonzi michoacano: ((A qu e habremos de ir a M exico? Tenemos rencores entre nosotros. Muera cada uno de nosotros por su parte. No sabemos lo que (los mexicas) dir an despu es de nosotros y quiz as nos vender an a esas gentes que vienen y nos har an matar. Haya aqu otra conquista por si, vengan a nosotros con sus capitan as, m atenlos a los mexicanos)) (III, 23).
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Pizarro, el Rey de la Baraja riormente, con sus tropas en retroceso hacia el Cusco, la batalla de Cota ltimo esfuerzo se enfrent bambas, hasta que en un u o a Quisqu s en Chotacaxas, donde fue tomado prisionero. Por su parte, antes de su captura, entre julio y noviembre de 1532 y luego de ella, hasta agosto de 1533, en que fue ejecutado, Atahualpa impuls o las tropas de Chalcuch mac y Quisqu s en el centro y sur del pa s para solucionar primero el problema de la legitimidad con su hermano y -eliminado ese peligro principal- despu es hacer frente a los extranjeros. Durante los ocho meses del cautiverio de Atahualpa, el conicto en el sur continu o y solo culmin o cuando orden o la eliminaci on de su rival, hecho dram atico que, sin embargo, ten a m ultiples precedentes por cuanto, como hemos se nalado, solo en la toma del Cusco por Quisqu s, dicen las cr onicas que se mat o m as de doscientos hijos de Huayna C apac y ochenta y tres hijos de Hu ascar, habiendo logrado fugar Paullu y Manco Inca. De todo esto fue consciente Pizarro, porque en esas ocho batallas producidas antes y despu es de su llegada puede calcularse en trescientos mil los muertos en ambos ej ercitos ind genas. Cieza cifra en treinticinco mil muertos las bajas en la batalla de Coxabamba y en quince mil las de Ambato. Pero a ello deben agregarse las v ctimas en la debelaci on de insurrecciones como las de Tumbes, Caxas, y las de los ca naris, jaujas, chachapoyas, etc. Todo ello muestra una alta proporci on de combatientes ca dos, pero tambi en una gran reducci on de la poblaci on masculina en edad de combatir en todo el territorio. As se explica el desorden agrario y la gran hambruna existente a consecuencia de ese desorden. Si a ello se suma la silenciosa pero ecaz acci on de la vanguardia bacteriana, que las cr onicas no recogen, pues solo afectaba a los ind genas y que por el movimiento de los ej ercitos debi o difundirse activamente asolando todo el pa s, el debilitamiento econ omico y humano del Per u de entonces permiti o a Pizarro cumplir la ya citada indicaci on de Maquiavelo: ((la mejor forma de conquistar un reino es arruin andolo)).
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IX NOVENA REGLA
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Alan Garc a Perez Pizarro, hombre austero, analfabeto, de escasa capacidad discursiva y de sonrisa excepcional era, sin embargo, un astuto y profundo observador de la psicolog a de los otros actores. Un gran jugador de baraja que no delat o su juego pero ley o el de los otros, en su mirada y en las cartas que devolv an. Eso fue lo que le permiti o anticipar los movimientos de cada uno de ellos y tomar ventaja de todas sus debilidades y objetivos. Alian Bullock, al caracterizar a Hitler, lo describe por su gran capacidad de identicar el poder psicol ogico en cada actor. Hitler identic o en Chamberlain y Daladier, los ministros ingl es y l, un temor p franc es enviados a negociar con e anico a la guerra y su urgencia por mantener la paz a todo precio. En conocimiento de esto, los avasall o y fue avanzando en sus prop ositos militares, anex andose Austria, tomando los Sudetes, iniciando descaradamente el rearme alem an, como antes lo hizo Napole on con el zar de Rusia y m as grotescamente con Carlos IV y su heredero Femando, fr volos y cobardes, cuya abdicaci on logr o en Bayona. Pizarro obtuvo algo similar de varios actores en su escena.
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Pizarro, el Rey de la Baraja l, que adem rrera militar a e as de ser menor, contaba con doce a nos m as de experiencia en el Nuevo Mundo. Ten a adem as, una ((ambici on limitada)), de la que Pizarro fue muy claramente consciente, y jam as intent o disputar en el territorio de Nueva Castilla, el Per u, la superioridad y el mando de Pizarro. Solo en una ocasi on dio rienda suelta a su envidia. En el tercer viaje, permaneciendo en Panam a como reclutador de soldados y acopiador de vituallas insinu o en l, y no Pizarro, el verdasu informe a la Audiencia de esa ciudad que era e dero impulsor de la conquista, pues el otro siempre ((se quer a volver)). Pero nica vez y Pizarro, h fue la u abilmente, ngi o ignorarlo. En adelante, Almagro solo gestion o que se le concediera un territorio m as all a de los l mites de la gobernaci on de su jefe. Como consecuencia de estas caracter sticas psicol ogicas era un buen y ordenado administrador, al cual Pizarro con o desde los a nos en Panam a el aprovisionamiento y el reclutamiento, de tal modo que lo priv o de participar en los m as importantes hechos de la conquista. Almagro fue, a lo largo de su vida, un hombre que acumul o dinero y riqueza. Aunque en su testamento declar o haber habido un mill on de pesos de su asociaci on con Pizarro, se desprendi o de mucho de ello, tanto por ayudar a sus soldados y compa neros como por buscar la Gobernaci on de la Nueva Toledo, siendo su segundo objetivo -que m as adelante lo har a perder la vida- el ennoblecer a su familia mediante el matrimonio de su hijo -para quien dos horas antes de morir pidi o a Carlos V la Gobernaci on de Nueva Toledo- con la hija del doctor Carbajal, miembro del Consejo de Indias. Fue por ello que no se atrevi o, como se lo exig an los soldados de Pedro de Alvarado, a ejecutar a Hernando Pizarro, su prisionero en la ciudad, porque eso hubiera causado graves problemas jur dicos a su pretensi on, pues se trataba de un hidalgo y de un hermano del gobernador Pizarro. Parad ojicamente fue Hernando Pizarro, quien liberado y traicionando su palabra de ((no tomar las l)), lo derrot armas contra e o en la batalla de Las Salinas y lo ejecut o despu es de un juicio simulado e ilegal. As , en conocimiento de esa limitada e ingenua ambici on, Pizarro no puso ning un obst aculo para la expedici on a Chile, y por el contrario la promovi o, pag o los cien mil pesos pactados por Almagro con Alvarado y dej o que las tropas de este se incorporaran a las
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Alan Garc a Perez fuerzas de su socio. Todo esto ocurri o en Pachacamac. Pizarro con o siempre en su capacidad para dominar la psicolog a de Almagro, consider andolo inferior; por eso, en 1536, cuando Almagro declar o al Cusco como capital de la Nueva Toledo, Pizarro se traslad o al Cusco con un peque no grupo de soldados, haciendo un azaroso viaje en solo siete d as, le ofreci o aceptar su pretensi on l de una sola si el rey la reconoc a mediante una c edula real y comulg o con e hostia. As , un Almagro satisfecho viaj o a Chile llevando como lugarteniente a Rodrigo Orgo nez, con lo que Pizarro elimin o a Hernando de Soto de la nueva aventura. Pero, al retomo de la expedici on a Chile y tras levantar el sitio del Cusco, desenga nado por no haber encontrado riquezas, tom o Almagro prisioneros a Gonzalo y Hernando Pizarro. Sin embargo, por la vieja subordinaci on, acept o reunirse con Pizarro en Mala, en un episodio en el que no est a conrmado si los setecientos espa noles que acompa naron a Pizarro iban dispuestos a capturar a Almagro, a pesar de haberse pactado una escolta limitada a doce personas para cada uno. Gracias al aviso de su escudero, Almagro abandon o sin aviso previo la entrevista, pero al llegar al Cusco cometi o el grav simo error pol tico de liberar a Hernando, quien, como se ha dicho, tom o el mando del l y ejecutarlo despu ej ercito para luchar contra e es.
Atahualpa. La soberbia
Seg un puede comprobarse por la cr onica de Francisco de Jerez, que como secretario de Pizarro expresaba sus ideas, este estudi o e identic o psicol ogicamente a Atahualpa, al que deni o con el t ermino ((soberbia)). Dice Jerez, por ello, que Atahualpa los esperaba ((con mucha soberbia)), y repite ese calicativo en muchas ocasiones, recogiendo sin duda la expresi on de Pizarro: ((indio soberbio)). Pero el primer contacto de Pizarro con Atahualpa no fue directo y f sico. Lo estudi o a trav es de su enviado Maisa Huilca, que lleg o a Serr an, donde estuvo Pizarro en las semanas previas a la marcha sobre Cajamarca y donde se present o amenazante al tiempo que despreciativo con fortalezas de barro y piedra y con patos desollados para demostrar el poder ofensivo y la condici on f sica en la que
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Pizarro, el Rey de la Baraja quedar an los espa noles. Pizarro fue cauto al exigir a su tropa paciencia e indiferencia ante esa actitud desaante del enviado, que lleg o a mesar las barbas de un soldado. Pizarro sonri o mostrando una paciencia afectada, con la que estaba haciendo llegar una falsa informaci on a Atahualpa y, por el contrario, correspondi o el insulto enviando al jefe ind gena una copa de cristal de Venecia, borcegu es y una camisa de seda. Era un mensaje simulado de temor y de paz. Lo dram atico es que el estudio de Pizarro sobre la actitud de Maisa Huilca, en la que vio retratado el pensamiento de Atahualpa, fue muy acertado, porque este crey o la versi on de Maisa Huilca cuando su enviado le inform o con jactancia haber victimado a tres espa noles y un caballo, seg un informa Francisco de Jerez, testigo de esta ingenua declaraci on de Atahualpa a Hernando Pizarro en su campamento de los Ba nos de Cajamarca. Maisa Huilca, contradiciendo la estrategia de Rumi nahui que exig a ((atacarlos en las pasos de la cordillera)), solicit o ((solo cinco mil indios con sogas)) para ((atar a los cameros)) y entregar a los espa noles prisioneros. Atahualpa tom o esta decisi on ((para traerlos en persona, castrarlos y tenerlos como sirvientes)), seg un la cr onica de Miguel de Estete. Hernando Pizarro, que a la postre ser a con De Soto el m as cercano a Atahualpa, recibi o una muestra de esa soberbia, pues el jefe ind gena, bien informado de las jerarqu as en el campo espa nol, se neg o a recibir a De Soto nicamente sali yu o de su tienda cuando lleg o Hernando, el hermano del Apo o l y luego dos vaJefe, y solo entonces orden o dos vasos de oro para beber con e sos de plata para beber con De Soto, al que consider o de bajo nivel. Hernando l, ten Pizarro debi o entonces explicar que ambos, De Soto y e an la misma jerarqu a como capitanes del rey. (Francisco de Jerez, 17). Pero debemos entender que tal explicaci on estaba m as bien dirigida al orgullo herido de Hernando de Soto, quien, como veremos despu es, reaccion o altivamente. La soberbia, mucho m as grave que la vanidad, es en t erminos eclesi asticos uno de los mayores pecados, por cuanto ignora a Dios y lo desaf a como lo hizo el rey de Babel. Es en este sentido que Pizarro utilizaba, a trav es de su secretario, el t ermino de ((indio soberbio)), pues adem as, para Atahualpa, los espa noles no eran dio
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Alan Garc a Perez ses. Si en alg un momento lo crey o, no lo menciona cr onica alguna. Es esta soberbia, por su l nea leg tima con el Sol, lo que lo hizo obsesionarse con el trono, por su legitimidad de sangre y por la necesidad prioritaria de derrotar a Hu ascar, antes de pensar seriamente en los prop ositos de ese ((peque no grupo de extranjeros: Ello sucedi o a pesar de la inteligencia estrat egica anteriormente desplegada en su campa na contra Hu ascar y de su natural habilidad, apreciada por los propios espa noles a los que r apidamente se adapt o y de los que aprendi o a jugar el ajedrez y a los que tambi en logr o dividir sobre su propio destino. A su manera logr o promover la confusi on del adversario, ganando tiempo, eliminando rivales, pero su propia captura ya hab a debilitado la autoridad y el temor que anteriormente impon a. Gran parte de su pueblo lo hab a abandonado, entre ellos el propio general Rumi nahui, que volvi o a Quito con sus tropas. Fue por soberbia que Atahualpa acept o la ((invitaci on)) que Pizarro le hi l, enzo, en conocimiento de sus condiciones psicol ogicas, para cenar con e cerr andose dentro de un aposento e ingresando a una plaza rodeada de muros. Seg un dijo despu es, fue por soberbia y en demostraci on de superioridad que se present o al campamento sin tropa de guerra y llevando, como narran los cronistas, miles de indios limpiadores del camino, cargadores de andas y m usicos, pero disponiendo que las fuerzas militares, que seg un Jerez eran ((m as de treinta mil indios armados con lanzas largas, que son como picas)), no se acercaran a Cajamarca. De esa manera facilit o su prisi on, pues como informa Diego de Trujillo, los veinticuatro hombres de infanter a encabezados por Pizarro ((hicieron calle hacia Atahualpa)) en medio de esos lacayos y m usicos. El cronista Mena informa que no llev o vanguardia armada y en vez de ello, ((cuatro mil hombres delante limpiando piedras y pajas aunque la plaza estaba limpia)). As tambi en lo informa Hernando Pizarro en carta al emperador Carlos V, relatando que ((lleg o sin armas)). Entr o pues como un rey desarmado, recordando los t erminos con los que Maquiavelo justica la ca da de Savonarola: ((Fue un profeta desarmado)). Sin embargo, tambi en ten a un plan: hab a dispuesto que un grupo de hombres de guerra tomara posiciones unos kil ometros detr as de los muros de la plaza para aprisionar a los espa no
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Pizarro, el Rey de la Baraja les ((cuando huyeran ante su presencia: Fue adem as, seg un el cronista Juan de Betanzos, embriagado: ((Entro el Inca bien tomado de la bebida que hab a bebido ainsi en los ba nos antes que partiese como en el camino en el cual l)). (Ver Maticorena hab a hecho muchas pausas y en todas ellas hab a bebido e Estrada, Miguel. La caida del Imperio Incaico. Un dato de Atahualpa. Revista Hist orica, Tomo XLI. 2002-2004). Atahualpa fue a la plaza acompa nado por Maisa Huilca, que morir a en ella, y junto a los grandes se nores, el de Chincha, segundo personaje del imperio y el de Caxamarca. Un detalle signicativo es que los largos cabellos de Atahualpa, que no correspond an a su dignidad y eran usados as para ocultar su oreja mutilada en una batalla contra Hu ascar, permitieron que fuera asido de ellos para echarlo del anda que sosten an aun sus cargadores. Vanidad. Detectada esa soberbia y sabiendo que lo cegar a, en las dos reuniones previas con Maisa Huilca Pizarro ofreci o su ayuda al jefe ind gena y ((ponerse a sus pies para servirlo)). Siguiendo el mismo libreto, cuando destac o veinte jinetes con De Soto al campamento, envi o despu es a Hernando para vericar lo que ocurr a, pero tambi en para halagar al jefe indio, ofreciendo nuevamente ayuda contra los enemigos e inclusive devolver inmediatamente los bienes tomados de los tambos reales. All Pizarro tuvo la destreza psicol ogica de juntar dos personalidades soberbias, que entablaron desde ese momento una relaci on de coincidencia en cuanto a su forma de tratar desde nosamente a las personas.
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Alan Garc a Perez madamente en mayo de 1533, Hu ascar vivi o obsesionado por la derrota de sus tropas y por la p erdida de su legitimidad m as que por la p erdida de su vida. Por ello fue uno de los primeros que crey o, a pesar del consejo de su m aximo sacerdote Villa Huma, que esos s eran los viracochas que volv an para poner justicia en la tierra y logr o que sus m as cercanos, los familiares de la panaca y del Hanan Cusco, compartieran esa interpretaci on. Desde entonces, contribuyeron a difundir y a defender el car acter m agico-divino de los extranjeros. Huam an Malqui Topa, padre del cronista Huam an Poma, fue enviado a Tangarar a, donde exigi o a Pizarro el castigo contra el usurpador. Desde entonces Pizarro supo que, empujado por su desesperaci on, Hu ascar creer a en su divinidad y ser a su mejor aliado en el sur contra las tropas de Chalcuch mac y Quisqu s. Pero al mismo tiempo comprendi o que m as adelante necesitar a la desaparici on de Hu ascar para poder sumar todo el sur en contra de Atahualpa y al cumplir con la demanda de su muerte, eliminar a los dos contendientes, tener abierto el camino del Cusco y estar en libertad de designar al nuevo Inca, como nalmente lo llegara a hacer. Hu ascar expres o n tidamente la actitud de los hombres del mundo andino, ritualizado y m agico: C omo saber lo que por ser profec a es inevitable? A trav es de qu e signos encontrarlo? Era el enano que visit o una noche a Huayna C apac antes de su muerte o el cometa que Moctezuma vio? Era la enfermedad que se inici o en los auqu enidos y mataba despu es a los hombres?
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Pizarro, el Rey de la Baraja l, continuar e a la legitimidad del imperio. Ello fue aceptado de inmediato por Manco, que fue coronado despu es con gran fasto en el Cusco. Como prueba de esa alianza, Pizarro le brind o la muerte de Chalcuch mac, quemado en Jaquijahuana antes de ingresar a la capital. M as adelante, Manco, utilizando a los soldados de Almagro, hizo asesinar a dos hermanos suyos para consolidarse en el poder. (Pedro Pizarro 61 v.). De esta manera Pizarro pudo incorporar en su s equito de ingreso al Cusco al nuevo pretendiente al Incanato bajo el aplauso y la expectativa de toda la poblaci on que, como dice la cr onica, en todos los edicios de la ciudad y en los cerros vecinos aclamaba el ingreso de los justicieros divinos, que tras ello seguramente se ir an ((cargados de oro)). Pedro Pizarro cuenta c omo Manco Inca aun mantuvo esa ingenua credulidad cinco a nos despu es, inclusive tras su rebeli on, en 1537, luego de haber abandonado el sitio del Cusco y ver destruido el ej ercito que Titu Yupanqui envi o a Lima: ((Pues envi o Almagro a un Ruy D az a Manco Inca por mensajero. Manco le hizo una pregunta, dime Ruy D az, si yo diese al rey un gran tesoro echar a a todos los espa noles de este reino? El Ruy D az respondi o: Qu e tanto dar as Inca? Dijo Ruy D az que hab a mandado traer el Manco Inca una fanega de ma z e hizo la echar en el suelo y de aquel mont on tom o una mazorca y dijo: los cristianos apenas han encontrado el equivalente a esta mazorca del oro y plata que hay y lo que no hab eis encontrado es tan grande como este mont on del que he cogido una sola mazorca. Y Ruy D az dijo a Manco: aunque todas las monta nas estuvieran hechas de oro y plata y se las dierais al Rey no retirar a a los espa noles de esta tierra)). Esto ocurri o cinco a nos despu es de la llegada de los espa noles y comprueba que el propio Inca cre a aun en la posibilidad de recuperar su reino a cambio de oro, sin comprender el prop osito real de Pizarro.
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Alan Garc a Perez y fue por sus condiciones psicol ogicas un experto en conducir la vanguardia. l dos elementos: primero, la audacia caballeresca y, en Pizarro identic o en e segundo lugar, la vanidad por creerse de un mayor nivel social o de capacidad militar superior como capit an de caballer a y usar por ello, seg un descripci on de Garcilaso, perlas en los l obulos de las orejas y amuletos y joyas en la pechera. Un rasgo sint etico debi o ser tambi en advertido por Pizarro, Hernando de Soto lleg o acompa nado de su amante espa nola, Juana Hern andez, ante la cual deber a demostrar sus grandes capacidades. til. Su presencia fue impuesta por Ponce de Le Era ambicioso, pero u on, que pidi o una encomienda para s y una importante gobernaci on para De Soto l y Alma-gro. Sin embargo, Pizarro, conociendo y all naci o la rivalidad entre e la ascendencia soldadesca que De Soto pod a generar, lo us o permanentemente como vanguardia de su tropa, en primer lugar para sancionar a los indiosde Pun a, luego en el avance hacia Caxas, despu es como enviado desde Cajamarca a la localidad de Ba nos, posteriormente como pacicador de la zona conc entrica de la ciudad luego de la toma del Inca y, acto seguido, al haberse anunciado que se preparaba un gran asalto contra Cajamarca, como encargado de llegar hasta Huamachuco para vericar si tal alzamiento era cierto. Un detalle no analizado es que, al no haber sido recibido por Atahualpa en su tienda, y viendo la importancia que reconoc a el jefe indio a Hernando Pizarro, antes de marcharse Hernando de Soto castig o la soberbia de Atahualpa efectuando de improviso, y sin recibir alguna orden, una arremetida de su caballo en direcci on al jefe indio, que permaneci o imperturbable y ejecut o inmediatamente despu es a trescientos indios que pretendieron huir y cuyos cad averes encontraron los espa noles al d a siguiente. Naturalmente, la afrenta fue dirigida tambi en hacia la mayor je til pero rarqu a y soberbia de Hernando Pizarro. Fue un actor militarmente u peligrosamente ambicioso. Por ello, al desembarcar en Tumbes y contra su expectativa, Pizarro nombr o a su hermano Hernando como Capit an General del ej ercito de la gobernaci on, ngi o ignorar su insubordinaci on al avanzar hacia rdenes, lo fren Quito sin o o en su marcha al Cusco, m as adelante evit o que fuera a Chile y tampoco lo repuso como gobernador del
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Pizarro, el Rey de la Baraja Cusco. As origin o que De Soto partiera hacia La orida.
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Pizarro, el Rey de la Baraja Adem as de su natural afecto lial, Pizarro viv a agradecido con ellos por haber formado el n ucleo duro y fuerte de su legitimidad inicial. Sab a que eran crueles y orgullosos, sin embargo, se vio forzado por el viaje a Espa na de Hernando, para no nombrar a Almagro, a designar a Juan como gobernador del l, que era el u nico conductor Cusco, grave error que motiv o, en ausencia de e pol tico capaz, la gran rebeli on de Manco Inca por los maltratos que tanto Juan como Gonzalo le inigieron. Por ejemplo, contra lo previsto por Maquiavelo, Gonzalo Pizarro insisti o violentamente en que el Inca le entregara a su esposa usta en lugar Cura Ocllo como una prueba de sumisi on y al entreg arsele otra n de la esposa, la tom o por su cuenta. Ello fue determinante en el inicio de la rebeli on del Inca. Pizarro conoc a de la ambici on, la codicia y la crueldad de sus hermanos, pero conaba en que estaban subordinadas a su autoridad. A pesar de los peligros, no llev o a Gonzalo a Lima, dej andolo en el Cusco sin poder imaginar que despu es de su muerte, en 1544, la ambici on de Gonzalo llegar a a desaar la legitimidad central del imperio y del propio Vaticano al exigir la virtual autonom a o independencia del Per u, con la inspiraci on de Francisco de Carbajal. ltimo escribi De este u o Pedro Pizarro: ((Este Carbajal era tan sabio que dec an ten a familiar)), aludiendo a la leyenda repetida por la tropa, seg un la cual Carbajal, originalmente llamado L opez Gasc on, era hijo del Papa Alejandro IV Borgia y por tanto hermano de C esar Borgia, ((El Pr ncipe)), de Maquiavelo. La verdad es que los conoci o como secretario en Roma del Cardenal Bemardino de Carbajal, del cual tom o el apellido. La hip otesis probable es que fue hermano del Cardenal y por tanto hijo del Se nor de Torrej on de C aceres, Don Francisco L opez de Carbajal. Fue tal parentesco el que le permiti o, a pesar de ser formalmente plebeyo, llegar a la Universidad de Salamanca, de la que fue Rector su posible hermano, el cardenal, quien despu es fue excomulgado por organizar el Concilio Cism atico de Pisa contra el Papado, como en el Per u Carbajal impuls o a Gonzalo Pizarro a la ruptura con la Corona Espa nola. Coincidencia gen etica? (Sobre la familia Gasc on ha escrito H ector L opez Mart nez. ((Rebeliones de mestizos y otras temas quinientistas)). Ediciones P.L. V. Lima 1972).
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X DECIMA REGLA
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Alan Garc a Perez Cort es supo unir, en M exico, a los tlaxcalas y a los totonacas contra los aztecas; Alejandro us o en su expedici on a la India una suma de pueblos conquistados; Napole on extra a regimientos de las naciones dominadas. De igual manera, antes de dirigirse a Cajamarca, Pizarro uni o bajo su direcci on a casi todo el norte en contra de Atahualpa. Record emoslo otra vez. Antes de Cajamarca hab a conseguido el apoyo de los caciques de Raque y Lambayeque, l, la luego de su estancia en Serr an obtuvo el apoyo del Gran Chimo y con e presencia de los se nores de Jayanca, Illimo, T ucume, etc etera. En su marcha fue constituy endose una gran fuerza integrada por la vanguardia espa nola y miles de tropas auxiliares. Pero despu es de Cajamarca logr o el apoyo de los xauxas, que se insubordinaron contra Chalcuch mac, el respaldo de los chachapoyas recientemente conquistados y al llegar al Cusco, el de los ca naris, que aun recordaban el exterminio de sus hijos menores por Atahualpa (Cieza, 59). Adem as obtuvo el apoyo de los huaylas por su vinculaci on con la hija de su cacica; el de los yauyos y la aquiescencia del pueblo de Pachacamac y del valle de Lima. En los primeros a nos tuvo un respaldo masivo. Con habilidad pol tica uni o a todos los enemigos y v ctimas de Atahualpa. Por eso, cuando lleg o a Huamachuco fue recibido entusiastamente como un libertador, pues Atahualpa hab a ocasionado all decenas de miles de muertes y hab a victimado de un lanzazo al gran sacerdote, derribando adem as al dolo Setequil para imponer como nuevo dios al Sol. Pero mientras avanzaba al frente de todas esas fuerzas, aun antes de la muerte de Hu ascar y con m as fuerza tras ella, acumul o en el sur a todas las tribus y se nor os que apoyaron al Inca leg timo, los soras, los lucanas, los aymaras, los chancas, los huancas, y adem as a los rezagos del ej ercito quechua. Esto tambi en lo logr o Pizarro, el jugador de baraja, pacientemente, deteniendo su tropa para dejar que los otros actores hicieran su juego. Primero en Piura, por dos meses, luego en Cajamarca durante ocho meses, despu es aproxim andose a Jauja y luego en el viaje hacia Cusco, lo que en conjunto le tom o un a no y medio. De
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Pizarro, el Rey de la Baraja jaba madurar la carest a, el desorden militar y religioso, el calendario agr cola, las enfermedades, etc. Es dif cil imaginar a De Soto o a Hernando Pizarro haciendo gala de tal paciencia. Tal vez ellos hubieran arremetido con velocidad mayor, afrontando los peligros de la cordillera ante tribus y ej ercitos dispuestos a enfrentarlos. Pizarro, con sus mensajes, sus embajadores y su paciencia, logr o unir a todo el Per u contra Quito y el actual Ecuador, que, a su turno, estaba tambi en dividi endose por la insubordinaci on de los ca naris y por el retomo de Rumi nahui. Constituyendo esa federaci on de aliados y a costa de muy pocos espa noles muertos o heridos, Pizarro ya era militarmente due no del Per u, gracias tambi en a la sangr a cruel de la lucha entre los preten- dientes al Imperio y a la acci on encarnizada y vigorosa de la caballer a y de los arcabuceros, pero esencialmente porque era el pol tico m as h abil en la escena. Anotemos que la fuerza espa nola caus o desde Tumbes hasta llegar al Cusco unas veinte mil v ctimas ind genas, cifra muy inferior a los cientos de miles de muertos ocasionados por la marcha de Huayna C apac y por la lucha entre sus hijos. Esta acumulaci on de fuerzas militares, de legitimidad religiosa, de devoluci on de autonom a a los cacicazgos y se nor os ind genas, permiti o en el sitio de Lima, por ejemplo, que los ca naris, los chachapoyas, los huancas y los huaylas fueran su tropa auxiliar frente a las tropas de Titu Yupanqui. Inclusive cuando los incapaces y pol ticamente infradotados Juan y Gonzalo Pizarro, residentes en el Cusco, generaron la gran rebeli on de Manco Inca, fueron tambi en defendidos por tropas ca naris y chachapoyas.
Consolidar la retaguardia
Otra regla de Pizarro fue avanzar lentamente, consolidando su retaguardia. As lo hizo en Pun a, en Tumbes, en el norte, confederando a todos los se nor os, ganando la adhesi on de los huascaristas y capturando al Inca y a Chalcuch mac como reh en. Tambi en la sigui o al avanzar hacia el sur tras vericar la partida de Rumi nahui a Quito, al utilizar la muerte de Hu ascar para presentarse como vengador y adem as al reconocer la coronaci on de Manco Inca. Luego de los errores de sus hermanos, tom o a su cargo el
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Alan Garc a Perez aplastamiento de las rebeliones de Manco Inca y de Almagro. Pero como no todo puede ser calculado y ((funcional)), cometi o un grav simo error al dejar en Lima a Diego de Almagro ((el Mozo)) y a los almagristas empobrecidos, a los que en algunas ocasiones se refer a despectivamente como ((pobres diablos)), aconsejando ((dejarlos en paz)). nico consejo acertado que le dio Hernando antes Actu o as ignorando el u de partir a Espa na, de donde no volver a. No les dio a los almagristas ninguna riqueza, no los compens o, no los repuso en sus encomiendas, ((no los mantuvo a cincuenta leguas ni impidi o que se reunieran en m as de diez)), como le hab a pedido su hermano. Es razonable suponer que no desterr o ni ejecut o al hijo de Almagro, a Juan de Herrada y a los veinte almagristas m as notables por l sab temor a las consecuencias que eso podr a tener en su legitimidad, pues e a de las graves consecuencias y acusaciones que se lanzaban ya contra Hernando Pizarro en Toledo por la muerte de Almagro y no quiso abrir un frente en contra suya en Espa na. No fue por generosidad, fue por c alculo; es decir, por mal c alculo. Pero esto, como sabemos, le cost o la vida, aunque es bueno apuntar que no fueron los veinte almagristas quienes decidieron su suerte, sino sus veinte invitados al almuerzo del 26 de junio de 1541 en su casa, quienes seg un los cronistas lo abandonaron dej andolo en manos de los almagristas vengativos. Todos lo traicionaron, inclusive el sacerdote que celebr o la misa en la capilla de su casa. Relatan los cronistas que Juan Bl asquez, el teniente de goberna a la misa le aseguraba que mientras e l tuviera ci on de Lima, que le acompa no en la mano la vara de la autoridad, nada ocurrir a con Pizarro. Presente en el almuerzo, para poder huir descolg andose del comedor al patio de los naranjos, debi o ponerse la vara entre los dientes, con lo que cumpli o su promesa. Pizarro era un gran pol tico, pero como casi todos olvid o que hab a cumplido, desde 1532, nueve a nos de poder absoluto en el Per u y que la extensi on en el tiempo tambi en es una debilidad y un peligro. Pero ese fue un error nal. Pizarro siempre consolid o su retaguardia. No ((quem o las naves)), como se recuerda en Cort es. En el primer viaje traz o una l nea en la arena sin crear un abismo, pero entonces, como en el tercero, mantuvo a Diego de Almagro en Pa
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Pizarro, el Rey de la Baraja nam a por hombres y provisiones. Cre o una ciudad en Piura dejando all parte de su tropa; cuando lleg o el momento cr tico pidi o ayuda a todas las ciudades espa nolas en Centroam erica y el Caribe para enfrentar a Manco Inca. Tampoco tuvo una ((Noche Triste)), como Cort es. El episodio m as parecido es el sitio del Cusco, pero ocurri o en su ausencia y cuando el centro del poder ya estaba en Lima.
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XI UNDECIMA REGLA
LA UNION DE LOS DEMAS Y IMPIDIO EVITO EL CONFLICTO IRREVERSIBLE ENTRE LOS PROPIOS
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Alan Garc a Perez De acuerdo a la consigna de Maquiavelo, ((quien hace la fuerza de otro hace su propia desgracia)). Francisco Pizarro fue muy consciente de ello y de evitar que las diferentes razones de autoridad y de legitimidad que otros ten an se juntasen, porque de esa manera podr an equilibrar su mando. Almagro signicaba la duplicidad de la lealtad y la envidia, la organizaci on, la provisi on de bienes y adem as hab a sido el responsable de reclutar a personas que podr an l. De Soto era el aventurero exitoso y audaz, capaz de ganar sentirse ligadas a e admiraci on. Hernando representaba la soberbia tradicional de la hidalgu a, al que algunos pod an sentirse obligados a obedecer. Esos y otros representan facetas a las que, por separado, Pizarro superaba largamente, pero juntos podr an signicar un contrapeso. Aplic o por tanto la t actica de neutralizar por separado a cada uno de sus rivales. Napole on lo demostr o en su plan de batalla contra las coaliciones europeas, precipit andose prontamente contra el ej ercito adversario para impedir su uni on a los otros y Waterloo fue su n por el retomo al campo del prusiano Blucher gracias a la incapacidad del general franc es Grouchy, que no pudo detenerlo. La uni on de los otros era el peligro a impedir. Grecia, por primera vez unida, detuvo la inmensa maquinaria militar de Jerjes y mucho despu es, tambi en unida, pudo conquistar el reino de Babilonia en tiempos de Alejandro. Se cuenta que Hitler bebi o champagne la noche del ataque japon es a Pearl Harbor, pues concluy o que de esa manera distraer a hacia el otro lado del mundo el inmenso poder norteamericano, pero el an alisis y la estrategia de Roosevelt fueron superiores y respondieron declarando la guerra a Alemania y concentrando su mayor fuerza en el escenario europeo. Pizarro, como hemos mencionado, permiti o la desobediencia de Hernando de Soto y los reclamos de Almagro en varias ocasiones, pero utiliz o a Almagro para equilibrar a Hernando de Soto, como lo demuestra el episodio de Vilcaconga. Conado en su dominio respecto de Almagro, lo envi o a detener o comprar a Alvarado, sin temor a su posible uni on, como podr a haber ocurrido l, a Herde haber enviado a De Soto. A este lo bloque o enviando, despu es de e nando, su hermano, a los ba nos del Inca, para mostrarle al Inca y al propio De Soto la verdadera jerarqu a del poder en el campo
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Pizarro, el Rey de la Baraja espa nol. Adem as, con gran inteligencia, logr o evitar la posible aunque remota uni on de Hu ascar y Atahualpa contra los extranjeros, la que hubiera signicado el desastre de la presencia espa nola. Con ese n, coron o a Manco al d a siguiente a su llegada al Cusco, impidiendo todo contacto con los quite nos que todav a se encontraban en las inmediaciones de la ciudad y que, como se sabe por los cronistas, calcularon tempranamente, en noviembre de 1532, su posible alianza con los cusque nos, la que luego desecharon por temor a ser castigados por los maltratos inigidos a Hu ascar y al Hanan Cusco. De esta manera Pizarro actu o en su escenario, tal cual Napole on lo hizo en el suyo. Jos e de San Mart n por su parte, aunque no gan o la independencia denitiva, origin o con su plan de ataque por mar a Lima y a trav es de Chile la divisi on del ej ercito espa nol en dos frentes, el Alto Per u y la costa inmediata a Lima, un escenario del cual se aprovech o Bol var. Adicionalmente, al repartir el rescate de Cajamarca d as antes de la llegada de Almagro a Cajamarca, Pizarro premi o y enriqueci o a cada uno de los soldados de infanter a o de caballer a y gener o con ello una clara divisi on entre los enriquecidos por el rescate y los llegados posteriormente, privados de riqueza. Ello supondr a una permanente l, pero tambi y mayor adhesi on de los primeros hacia e en la adhesi on de los segundos con Almagro y eso ir a aliment andose hasta la batalla de Las Salinas, cuatro a nos despu es. Hizo as imposible la uni on de los propios soldados espa noles, que en alg un l. Siguiendo las viejas momento hubiera podido signicar un problema para e t acticas, Pizarro imped a que los componentes de autoridad y quienes los encamaban se unieran en un solo grupo. Pero al mismo tiempo deb a impedir que el enfrentamiento entre sus subordinados llevara a hechos consumados, irreversibles o sangrientos, que terminaran debilitando la conquista como objetivo primordial de su presencia y, con ello, el establecimiento de un nuevo reino. l conicto al inPareciera haber pensado que quien mantiene la rivalidad y e terior de su tropa puede, a pesar de eso, ganar una batalla, pero el que divide irremediablemente su hueste pierde
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Alan Garc a Perez la guerra. Por eso es evidente que envi o a Hernando a Espa na para evitar que continuara agraviando a Almagro, con el cual casi hab a cruzado espadas. Permiti oa Almagro comprar a Alvarado, evitando un choque armado. Para evitar enfrentamientos, Pizarro dio una peque na suma de su parte del rescate a las tropas de Almagro y en esa misma circunstancia les ofreci o participar en el tesoro del Cusco. All , a nos despu es, les ofreci o aumentar su riqueza y consolidar su propio reino en la Nueva Toledo de Chile. Sab a que, aunque el actor exija algo, una peque na parte de lo exigido, m as una gran esperanza, puede ser una oferta mejor. De esta manera, aparentemente paradojal pero compleja, Pizarro manten a la desuni on evitando al mismo tiempo la divisi on llevada al extremo.
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Alan Garc a Perez A pesar de una victoria, el actor ha de guardar siempre ciertos elementos de continuidad y negociaci on, pues la complejidad del escenario impide saber cu ando culmina un proceso de conicto o cu ales son los elementos denitivos de la victoria. Creer que se ha eliminado denitiva y absolutamente al adversario es un grave error que puede convertir una victoria moment anea en una ((Noche Triste)).
La vida de Atahualpa
El primer elemento de negociaci on que mantuvo Pizarro fue la vida de Atahualpa. Por tanto se encarg o personalmente de su captura, desvi o una cu l con su propia mano y ((Dio voces diciendo, nadie hiera al chillada contra e indio so pena de la vida)). Era un elemento de negociaci on que Atahualpa tambi en acept o para ganar tiempo con el ofrecimiento del rescate, y que garantiz o permitiendo el libre paso de Hernando Pizarro hacia Pachacamac, sin sufrir agresi on. Tal informaba el paje Gaspar de G arate en una carta a su padre el 20 de julio de 1533: ((Hay muchos grandes se nores, entre ellos hay uno que posee quinientas leguas de tierra. Le tenemos preso en nuestro poder y con el preso, puede ir un hombre solo quinientas leguas sin que le maten, antes le dan todo lo que ha menester para su persona, lo llevan a hombros en una hamaca)) (Macquarrie. Op. Cit.). En ese momento se dio un punto de coincidencia entre ambos con el objetivo de ganar tiempo, cada uno para diferentes nalidades. Y es el momento de mayor inteligencia estrat egica de Atahualpa. Ese elemento de negociaci on le permiti o a Pizarro evitar durante ocho meses los ataques de las tropas ind genas; en segundo lugar, lograr que los indios llevaran cruces para identicarse, como menciona un historiador (Stuart Stirling); en tercer lugar acumular un tesoro importante haciendo que, a lo largo de los caminos del Imperio, el paso de ese tesoro y de los dignatarios que lo conduc an mostraran a la poblaci on cu al era el mandato del jefe ind gena. Adem as, con la espera de esos ocho meses provoc o el hambre y el desorden de las tropas situadas en los alrededores de Cajamarca, y mandadas por Rumi nahui, quien en abierta rebeli on contra Atahualpa, termin o march andose a Quito, aunque con gran temor
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Pizarro, el Rey de la Baraja de los espa noles que, al decir de los cronistas, ve an tropas quite nas que ((pasaban y pasaban mas no osaban llegar)). Todo ello desconect o a Rumi nahui de los otros jefes militares, como Quisqu s en el Cusco y Chalcuch mac en Jauja, permitiendo con gran inteligencia que estos, al mismo tiempo, continuaran sus acciones antihuascaristas y anticuzque nas hasta tomar la ciudad del Cusco y ejecutar a Hu ascar. Pero lo m as importante que logr o, reteniendo como reh en a Atahualpa por ocho meses, fue mantener movilizados a m as de cien mil soldados quite nos, destruyendo las bases econ omicas y la agricultura. As se redujo el trabajo de siembra, el de cosecha y se gener o con ello la carest a y el hambre que impulsaron a los quite nos a volver: primero las tropas de Rumi nahui, m as adelante las de Chalcuchimac y se ocasion o nalmente la insubordinaci on de las tropas de Quisqu s, que le impusieron volver a Quito. Pero la vida de Atahualpa como elemento de negociaci on dej o de tener valor con la llegada de los refuerzos de Almagro y con el reparto del rescate. Entonces procedi o a la ejecuci on del prisionero, y aplic o adicionalmente la norma maquiav elica de la transferencia del castigo, con lo cual logr o el apoyo de casi todo el territorio.
La vida de Hu ascar
El segundo elemento de negociaci on fue la vida de Hu ascar. Entre el 16 de noviembre de 1532 y mayo de 1533, fecha probable de su asesinato, Pizarro pudo detener la muerte de Hu ascare inclusive frenar las masacres de Quisqu s l requer en el Cusco, pero e a hacer ese doble juego y luego eliminar a los dos contendientes, uno inmediatamente despu es del otro. Al d a siguiente de la captura de Atahualpa, ((el Marqu es le pregunt o por su hermano Guascar, d onde estaba, y Atahualpa le respondi o que sus capitanes le ten an preso. El Marqu es mand o que se lo trajesen vivo y no le matasen, porque si lo mataba, le matar a a l)). Pero en los cinco meses siguientes, hasta la fecha aproximada de la muerte e de Hu ascar, nada se hizo. Esto est a demostrado por cuanto los tres enviados de Pizarro al Cusco encontraron en Taparaco, en las serran as de Hu anuco, un
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Alan Garc a Perez contingente del ej ercito de Quisqu s que conduc a en condiciones penosas y crueles al cautivo Hu ascar, caminando descalzo, con los hombros atravesados por sogas bajo las clav culas, hacia Cajamarca o por lo menos hacia el norte. Es muy importante analizar si estos tres enviados ten an -como debieron tener- informaciones o instrucciones para disponer algo respecto a la suerte de Hu ascar. Ellos, Mart n Bueno, Pedro Martin de Moguer y el notario Juan Z arate, conversaron con el Inca leg timo, pero -como arma la cr onica- se limitaron a pedir a sus guardianes que lo trataran de mejor manera y prosiguieron su marcha al Cusco dej andolo caminar descalzo hacia el norte. En Cajamarca, Pizarro estaba evidentemente al tanto de todo ello por los correos de su prisionero completamente ((perforados)) por sus yanaconas, acllas y traductores. Pizarro ya conoc a la derrota y captura de Hu ascar en Chontacaxa pues como el propio Atahualpa le explic o al hablar de la velocidad de sus informaciones, en una semana la noticia debi o llegar a Cajamarca por los mensajeros. Es poco cre ble que Pizarro fuera ignorante o indiferente ante esto. La vida de Hu ascar era un verdadero tesoro. Pero vivo y en Cajamarca planteaba un problema mayor. Desconocer su legitimidad y retenerlo como prisionero convertir a la marcha al sur por la cordillera en un gran peligro con un Cusco hostil. Reconocerlo como Inca en ejercicio ser a permitir su masiva venganza contra los quite nos y compartir el poder con un jefe aun muy fuerte. Peor aun ser a ejecutarlo, pues ello desenmascarar a su aparente y divina voluntad de hacer justicia. As pues, siendo la situaci on de Hu ascar una informaci on fundamental, es de suponer que Pizarro la conoci o pero dej o hacer a Atahualpa para poder ocuparse de este, despu es. Pizarro preri o dejar su suerte en manos de Atahualpa. Cuenta Pedro Pi rdezarro que Atahualpa se quej o amargamente de que sus subordinados, sin o nes suyas, hab an matado a Hu ascar y Pizarro, ngiendo creerle, le dio la garant a de que no ser a sancionado por eso. Tras ello, Atahualpa -que cay o en la trampa- envi o emisarios con la orden de ejecutar a Hu ascar. Es muy probable que Pizarro hubiera podido salvar al Inca, como m as adelante pudo hacerlo con Almagro, pero en los dos casos ((dej o hacer)). Era preferible tener al
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Pizarro, el Rey de la Baraja lado a un ((usurpador)) sancionable que un Inca restituido. Adem as, como anota el mismo Pedro Pizarro (25 v.), la uni on de quite nos y huascaristas fue posible desde noviembre de 1532 aunque no se cumpli o por cuanto despu es del ((desbarate de los indios en Cajamarca, (el d a de la captura) los que se escaparon fueron donde estaban los capitanes de Atahualpa que ten an preso a Guascar y les dieron la nueva de que Atahualpa era muerto por los cristianos (era una noticia falsa), por lo cual estos capitanes e indios estuvieron en gran confusi on y no sab an qu e hacer, porque hab an tratado muy mal a Guascar en la prisi on que le tra an horadadas las islillas de los hombros y por ellas metidas unas sogas, y por esta causa no osaron soltarle y confederarse l, que si no hubieran hecho esto con e l lo hicieran)). con e
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Alan Garc a Perez sor a Taricoc, nacido en Quito y hermano m as cercano de Atahualpa. Mas en la entrada del Cusco y despu es de dispersar a las tropas de Quisquis en til y fue, por el contrario, Vilcaconga, la vida de Chalcuch mac dej o de ser u su muerte la que se volvi o necesaria. Por ello fue quemado a la vista de los enviados de Manco Inca, para que este conara rmemente en Pizarro y le garantizara un ingreso triunfal a la ciudad del Cusco. Un detalle enaltecedor es que el jefe militar muri o sin aceptar su conversi on al cristianismo y afront o el fuego invocando a Pachacamac, a diferencia de Atahualpa al que hab a servido y por el que hab a dado la vida quien, usurpador como fue, desvalij o su reino y abandon o a su padre el Sol para salvar su vida, sin lograrlo. Chalcuch mac, jefe del ej ercito del centro, es el m as grande personaje ind gena de esos a nos. l, el granero del Captur o y guard o el centro del Per u para Atahualpa y con e Mantaro, su mayor despensa. Fue el m as leal entre todos pues, a diferencia de Rumi nahui y de Quisquis, permaneci o en el campo. Obediente a Atahualpa, se entreg o voluntariamente a Hernando Pizarro en Jauja y es probable que lo hiciera para acercarse a su jefe en Cajamarca y organizar alg un plan. Pero all , Atahualpa particip o en las torturas a las que fue sometido y por las que perdi o el movimiento de las piernas. Tras la muerte de su jefe, despleg o una nueva estrategia, la guerra en la cordillera, a la que no respondieron los caciques ni las tropas quite nas en retirada. Es muy factible que ordenara la eliminaci on del primer Inca t tere, T upac Huaripa, y esper o con seguridad pero infructuosamente una reacci on colectiva en los cinco meses en los que fue prisionero. Su muerte, invocando a Pachacamac, es la voz m as aut entica del Per u de entonces.
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Pizarro, el Rey de la Baraja l como instrumento de negocianiendo el orden aparente para valerse de e ci on con el conjunto. En este caso, Pizarro parece seguir otro de los conceptos de Maquiavelo, el cual advert a sobre ((lo peligroso que es introducir nuevas instituciones)). Es previsible que Pizarro hubiera mantenido la legitimidad inca subordinada, de no haberse producido el levantamiento de Manco originado por los abusos y crueldades de sus incapaces hermanos Juan y Gonzalo. Adem as hubiera mantenido la legitimidad cusque na dentro de un reino gobernado desde Lima para todo lo fundamental, raticando una capa intermedia de orejones y caciques que le sirvieran para apropiarse del producto social. Volviendo al punto, en todos los casos mencionados, tanto en el de Atahualpa, al cual garantiz o la vida; en el de Hu ascar, cuya muerte permiti o; en el de Chalcuch mac, cuya presencia utiliz o; y en el de Manco Inca, al que desprotegi o ante la codicia de sus hermanos Juan y Gonzalo, Pizarro aplic o tambi en otra cl asica y fr a norma de Maquiavelo: ((el Pr ncipe no est a obligado a cumplir su palabra si es que se l y si las causas de la promesa han desaparecido)). retoma contra e
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Alan Garc a Perez Ya conocemos los claros prop ositos que Pizarro ten a para s mismo: un l, y un objetivo estrat egico, como era constituir un reino de legitimidad para e objetivo t actico, que fue la captura de Atahualpa, logrando con ella el desgaste de sus fuerzas. Para ello necesit o de un instrumento fundamental: mostrar serenidad ante los adversarios y los testigos; es decir, la paciencia que fue en su caso una demostraci on de fortaleza y conanza, porque el adversario h abil detecta tras la gesticulaci on y la emocionalidad exageradas el temor y la debilidad del actor. Es cierto que la estructura psicol ogica y la imagen que de s mismo ten a Pizarro, de pocas palabras y larga constancia, conduc an a la reexi on paciente, pero m as all a de ser una aptitud o una decisi on t actica, la paciencia fue funcional a sus objetivos. Ninguno de los dem as actores (Almagro, Hernando, De Soto, Maisa Huilca, u otros) ten a tal fortaleza. Tal vez la ng a Atahualpa como un c odigo de conducta ante sus s ubditos, porque era una virtud requerida para la alta nobleza ind gena de Am erica, tal cual se ense naba en M exico. A trav es de los c odices aztecas sobre la ense nanza que se ofrec a en los calmescac, o escuelas, a los pipiltin, o nobles aztecas, sabemos que se impart a como virtudes la paciencia, la serenidad, la indiferencia aparente ante el dolor y el no delatar los verdaderos sentimientos. En este sentido Pizarro fue cultor de tal norma y de la especialidad en ((guardar para ma nana la respuesta o el rencor)), como arman los testigos. Y lo comprobar a en muchas ocasiones. Primero, en Piura, donde a pesar de la aparente traici on de Chirimasa, que abandon o a los espa noles ante las tropas atahualpistas, le perdon o la falta con ngida generosidad, pero con el objetivo de continuar inform andose a trav es l y de ganar para su causa al pueblo tall de e an. Desde Piura se mantuvo a la espera varios meses, ante la impaciencia de l aguardaba la destrucci su hueste. Pero e on mutua de las legitimidades incaicas en las batallas de Cusipampa, Conchahuaylas, Bambon, Yanamarca, Tahuaray, Cotabambas, Chontacaxa, etc. En esa espera pudo ver c omo se destru an hasta trescientos mil vidas humanas. Durante esa larga paciencia logr o la alianza fundamental con el m as importante se nor de la costa e incorpor o para s las fuer
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Pizarro, el Rey de la Baraja zas de Moche, Vir u, Chicama, Jequetepeque y Collique, que deber an aportarle con los anteriores curacazgos, mil doscientos hombres por cada cacique. Esa paciencia en la marcha, que previsiblemente no hubiera prac- ticado Hernando de Soto, dispuesto al avance audaz aunque a veces irresponsable como en el caso de Vilcaconga, donde fue sitiado, le permiti o estacionarse a la espera de los acontecimientos, dejando a los otros tomar la iniciativa y hacer su propio juego, cual en una estrategia de rocambor. Y con esa espera promovi o la curiosidad de Atahualpa, demostrada con el env o de Maisa Huillca a Ser an, visita que aprovech o Pizarro para proyectar sobre Atahualpa las im agenes y mensajes que deseaba. M as adelante, despu es de la prisi on de Atahualpa en Cajamarca, permaneci o all nueve meses, con lo cual gener o el hambre y el desconcierto de los quite nos. Dio tiempo a quienes se alzaron contra Chalcuch mac, acrecent o la divisi on de los ca naris y permiti o la casi total eliminaci on de la nobleza cusque na. Adem as gan o tiempo para la recaudaci on del tesoro y cuando la llegada diaria de los env os fue disminuyendo, procedi o al reparto y a la ejecuci on del reh en. Despu es, haci endose fuerte en el Cusco tras su ingreso triunfal, pudo observar la rebeli on de las fuerzas quite nas contra su jefe Quisqu s, que fue obligado a retroceder hacia el norte y culmin o muriendo a manos de Huaina Palcon, otro jefe atahualpista. Pero la serenidad y el no mostrar sus sentimientos fueron practicados tambi en con las personas. Ya hemos relatado antes como, a Maisa Huillca, la encamaci on de la soberbia atahualpista, que lleg o amenazante con patos desollados ante los espa noles, respondi o con enorme frialdad y hasta sonriendo, aunque Maica Huillca llegara a halar las barbas de algunos espa noles para ver si estas eran reales porque hab a visto en acci on al barbero ((devolviendo la juventud)). Mesar las barbas era un gran ultraje en la Espa na posmedioeval, pero lo ignor o porque Maisahuillca no era importante en s mismo y el objetivo de Pizarro era demostrar temor y voluntad de paz hasta llegar a Atahualpa, d andole mensajes de conanza. Convirti o al enviado del jefe ind gena en mensajero suyo. Inclusive en el pugilato entre este y Huachapuru, el se nor de los tallanes, se limit o a ordenar que los separaran y se ofreci o nueva-
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Alan Garc a Perez mente para servir a Atahualpa. As manipul o a Maisa Huillca y este a su vez a Atahualpa. La misma y estudiada paciencia demostr o ante Pedro de Alvarado, ante quien envi o a Almagro con una generos sima oferta econ omica para comprar su salida. Igual paciencia, tal vez mezclada con el afecto de viejos socios, tuvo con Almagro en sus dos entrevistas, tanto en la de Pachacamac como en la del Cusco, desde donde sali o la expedici on a Chile, aunque en la ltima, en Mala, fue seco y duro porque ya hab u a decidido su suerte. Sin embargo, la misma serenidad la ejerci o con la frialdad del terror cuando fue necesario aplicarlo a los trece curacas de la Chira, a los que precipit o a la hoguera para conrmar su alianza con los tallanes. Hay pocos episodios en los que se puede ver a Pizarro perdiendo la paciencia. Uno de ellos ocurri o ante la noticia del sitio del Cusco, pues en esa ciudad se encontraban sus hermanos, lo que motiv o que enviara sucesivamente cinco expediciones, cuatro de las cuales, al mando de Mogrovejo, Tapia, Gaete y Diego Pizarro, fueron totalmente exterminadas al subir a los Andes. Tambi en sucedi o cuando Lima fue sitiada por Titu Yupanqui, ocasi on en la que, en un acto de desesperaci on, que algunos cronistas suponen fue inducido por los celos de In es Huaylas, la madre de Francisca, ejecut o a Acarpa, hermana de In es. La acus o de ser la informante y la quinta columna de las tropas de Manco Inca, y la someti o al garrote en su propia casa y comedor. La misma impaciencia y crueldad fue mostrada en el caso de Cura Collo, mujer de Manco Inca, que hab a sido anteriormente tomada como concubina por Hernando Pizarro y tras ser recuperada por Manco fue capturada en una de las expediciones que se hizo hacia Vilcabamba para terminar con la insurgencia. Entonces Pizarro, no habiendo podido alcanzar a Manco, hizo que la torturaran y la asaetearan las tropas ca naris, dejando su cuerpo en un bote para que sirviera de lecci on al Inca rebelde. Esta acci on, as como la quema de los prisioneros tomados a Manco, entre ellos el Villa Huma, fue duramente criticada por los testigos y cronistas: ((E querido decir esto de estas dos se noras que as mataron tan sin consideraci on y mirar que eran mujeres y sin culpa)) ( Pizarro 122 v.). Pizarro un a a su paciencia un gran respeto y culto por el ceremonial y el protocolo, tal vez porque ello retroalimentaba la ima
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Pizarro, el Rey de la Baraja gen de serenidad que gustaba ofrecer a los observadores. Fundar ciudades con gran alarde, invitar diariamente a cenar a Atahualpa, guardar las reglas de la etiqueta fueron permanentes muestras de su deseo de construir una nueva legitimidad. Femando VII fue paciente y taimado al aceptar la constituci on liberal impuesta por la sublevaci on de Riego en 1821. Concluy o ejecutando en la Plaza de la Cebada de Madrid, en 1823, a quien es un h eroe indirecto de la independencia de Am erica, pues con su sublevaci on de 1821 impidi o la partida de un ej ercito de veinte mil hombres que, sumados al contingente realista en Sudam erica hubieran aplastado a los ej ercitos libertadores. Luis XVI, por el contrario, demostr o impaciencia, pues insisti o en el derecho al veto, conspir o con l quien muri las potencias europeas e intent o huir de Francia y fue e o en la guillotina. El propio Hitler, expresi on m axima de la crueldad y la megaloman a, despu es del fracaso del putsch de Munich, acept o en apariencia las reglas democr aticas, realizando un paciente ascenso parlamentario durante ocho a nos hasta alcanzar la mayor a y desenmascarar sus prop ositos criminales.
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Alan Garc a Perez Pizarro identicaba los lugares geogr acos con fuerza econ omica o con fuerza de legitimidad pol tica; por eso la captura de Cajamarca y su estancia all signicaron tomar directamente la legitimidad del territorio y garantizarse la paz. Acumul o el rescate y adem as las ofrendas de los huascaristas y all esper o pacientemente la gran cosecha andina que pod a permitir una marcha sin tropiezos a los espa noles y a los miles de indios auxiliares que los acompa naban. El segundo punto de acopio que domin o fue Pachacamac, un milenario centro religioso de legitimidad espiritual y donde, a trav es de su hermano Hernando, logr o la destrucci on del dolo de Pachacamac en el llamado Templo Viejo, cuyos vestigios aun existen, pero donde mantuvo el Templo del Sol (pir amide visible hoy). No hay cronista que arme que sobre ese dolo destruido y m as aun sobre el Templo del Sol, edicado por T upac Yupanqui, se levantara una cruz o alg un centro de oraci on cristiana, lo que vale decir que en esos primeros momentos se atac o la religiosidad anterior pero ngi o respetarse la legitimidad de Hu ascar y Atahualpa a trav es del dios Sol. El tercer centro de acopio fundamental fue el Cusco, el ombligo del mundo, el centro del Tahuantinsuyo y punto nal de los lugares desde los que conu an las riquezas y productos del territorio y donde llegaban todos los caciques y curacas del imperio, quienes constru an all viviendas para residir durante el tiempo en que rend an homenaje al Inca. All logr o entrar Pizarro como un h eroe, articulando la suma de todas las legitimidades. Pero no contento con ello cre o, en cuarto lugar, un nuevo centro de acopio de poder y riqueza, con conexi on por mar a la metr opoli, continuando la l ogica de la expansi on incaica hacia el oc eano por la alimentaci on y el comercio que ello supon a. La construcci on de Lima es la edicaci on de un nuevo centro de acopio de la riqueza minera, agraria, pol tica y de legitimidad religiosa. Tal vez Pizarro entendi o entonces, en 1535, que m as que el sol cusque no de reciente data, Pachacamac en la costa representaba como santuario un antecedente m as importante sobre el que construir la nueva religiosidad. Ello fue comprobado por la historia cuando los siervos ind genas del primer encomendero de Pachacamac, trasladados a su
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Pizarro, el Rey de la Baraja casa en la ciudad de Lima, edicaron m as adelante un dolo sobre el cual pintaron despu es los esclavos negros un Cristo al cual se conoce como el Cristo de Pachacamilla, Se nor de los Temblores, como Pachacamac fue a su turno, Se nor de la Tierra. Pizarro, con gran criterio de dominio espacial, escogi o un punto central en la zona que los propios cronistas parecen preferir al Cusco. Esteta (24) arma que Lima era una tierra muy poblada y rica, y a su turno Cieza lo se nala como el valle m as rico de toda la costa del Per u.
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XV DECIMOQUINTA REGLA
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Alan Garc a Perez Hemos se nalado c omo Maquiavelo advierte que ((los hechos que originan odio deben ser asignados a otros y el Pr ncipe debe cumplir aquellos que ganan afecto)). Pizarro fue un h abil evasor de la responsabilidad que le era propia por sus acciones o por sus omisiones. En el caso de la muerte de Atahualpa, l decidi que e o, aprovech o los m ultiples elementos con los que contaba. Primero, el pedido de un gran sector de espa noles, entre los que guraban Diego de Almagro y Alonso de Riquelme, el tesorero real, quienes lo exig an, como Atahualpa hab a anticipado, para poder participar del rescate invalidando el primer acuerdo de reparto. En segundo lugar, el pedido un anime de los caciques del norte y de los orejones huascaristas. En tercer lugar, la aplicaci on retroactiva solicitada por los sacerdotes presentes de la moral cat olica al jefe ind gena. Y en cuarto lugar la tesis de la conspiraci on. No es casual que ante la amenaza de un posible ataque ind gena denunciado por Felipillo el traductor, se decidiera inmediatamente el inicio del juicio y el ajusticiamiento, aprovechando, ((coincidentemente)), que De Soto hab a sido enviado a las inmediaciones a vericar la realidad de tal amenaza de concentraci on de tropas, que d as despu es desminti o y que Hernando Pizarro, amigo del Inca en esos ocho meses, hubiera sido enviado a Espa na con el quinto real. Tampoco es casual la coincidencia de los cronistas pizarristas. Esteta arma que ((ocurri o el proceso a Atahualpa, aunque contra la voluntad del propio gobernador)) y su secretario y valido Pedro Sancho de la Hoz, testimonia: ((viendo el gobernador el peligro del ataque y aunque le doli o mucho)). Igualmente lo dice su primo Pedro Pizarro. Pero todo ello sabe a consigna o a la ecacia de sus manifestaciones de dolor y duelo en el proceso, la ejecuci on y en la misa posterior. Tampoco es v alida la tesis de un requerimiento masivo de sus soldados, difundida por Pedro Pizarro. M as que nunca, Pizarro era due no total de la situaci on y del mando y el n ucleo familiar y extreme no, que era mayoritario, le obedec a ciegamente. Lo cierto es que Pizarro requer a la muerte de Atahualpa para iniciar su viaje al Cusco huascarista. Nada hubiera podido hacer manteniendo con vida a Atahualpa, aunque seg un los cronistas le hab a ofrecido dejarle marchar hacia Quito y restablecer su reino all . Lo ejecut o, pero para ello cumpli o con una de sus reglas b asicas,
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Pizarro, el Rey de la Baraja la legitimidad formal y con esa formalidad y la acusaci on respaldada por los sacerdotes dominicos, con la acusaci on de idolatr a, incesto y fratricidio cometido contra Hu ascar, se logr o en pocas horas la condena, que de inmediato fue ejecutada a pesar de los lamentos del usurpador quite no. As , habi endose satisfecho todas estas formalidades, con scal, jueces y defensor, jam as el Consejo de Indias, entre 1533 y 1541, pudo hacer reproche alguno a Pizarro por la muerte de Atahualpa, pues se acept o que actuaba por necesidad urgente, a diferencia de la forma en que se actu o contra Cort es por la muerte de Moctezuma. En el caso de la muerte de Hu ascar, ella fue conveniente y funcional para sus prop ositos. Aunque pudo evitarla, qued o para siempre en la historia que fue Atahualpa el que la orden o, sin importar si Atahualpa era un prisionero sujeto a la voluntad de Pizarro y al que este dej o actuar. Sin embargo, la evasi on de responsabilidades por parte de Pizarro no es un caso aislado. Bol var supo cubrir con su triunfo y con su gloria nal su responsabilidad sobre el horroroso episodio de la entrega del m as grande revolucionario americano, el procer Francisco de Miranda, al jefe espa nol Monteverde, a cambio de su autorizaci on para salir de Venezuela. As tambi en evadi o la responsabilidad de haber perdido la fortaleza que le fue encargada por Miranda, evadi o su responsabilidad por el asesinato de ochocientos soldados espa noles canarios, prisioneros en Puerto Cabello y degollados por su indicaci on. Evadi o su responsabilidad por el fusilamiento del general Piar, ejecutado para ganar la obediencia de otros jefes, el fusilamiento de Berindoaga en el Per u, hecho para aterrorizar a los peruanos, etc. Oh victoria, que cubres todas las culpas!. Y Napole on, con el fasto nacionalista de su imperio, dej o atr as el deg uello de miles de mamelucos en Acre y a los millones de muertos que la construcci on de su gloria ocasion o mientras repart a las tierras ((ganadas por las ideas de la revoluci on)) a sus hermanos como nuevos reyes. El propio San Mart n, perdida la guerra en el Per u e incapaz de enfrentar a sus viejos compa neros del ej ercito espa nol, donde sirvi o por m as de veintid os a nos, cubri o su fracaso con el aparente ((desprendimiento)) de su partida, que es por lo que se le recuerda. Evadir las responsabilidades no fue pues una caracter stica exclusiva de Pizarro.
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Alan Garc a Perez Este tambi en lo hizo en otros asuntos importantes. Despu es de viajar a Toledo en 1528 y lograr las Capitulaciones con la Corona, en las que obtuvo su nica autoridad leg propia designaci on como la u tima, a pesar del pedido y del encargo hecho por sus dos socios para compartir esas responsabilidades, Pizarro evadi o la culpa asign andosela a la Emperatriz y al Consejo de Indias, con el argumento de que no pod a entregarse la autoridad dividida porque eso podr a traer conictos. Fue un momento tenso pero, despu es de unos d as de reproches y de lucha, Almagro se rindi o ante el hecho consumado e irreversible. Es probable que el propio Pizarro sugiriera entonces a Almagro solicitar una gobernaci on diferente al sur de su territorio, como en efecto hizo este. Ante las l estaba en Lima, protestas de Manco Inca por los abusos que sufri o mientras e pudo explicar que fueron sus hermanos Juan y Gonzalo los responsables de la crueldad y Manco Inca debi o creerlo por un tiempo tras su nueva partida a Lima, pero cuando los maltratos se reanudaron estall o la rebeli on. Intent o aun, a trav es de las cartas y mensajes que envi o a Manco Inca, pedir nuevamente su adhesi on argumentando que estaba ausente del Cusco cuando se cometieron los nuevos ultrajes de sus hermanos, que lo encadenaron haciendo l, pero entonces su pedido ya no tuvo efecto. Pudo que la tropa orinara sobre e adem as tranquilizar a Almagro reri endole que Hernando Pizarro hab a sido enviado desde Cajamarca a Espa na para evitar que continuara insult andolo. Finalmente, y es lo m as grave, evadi o tambi en toda responsabilidad en la muerte de Almagro. Pero dej o la suerte de este en manos de su peor enemigo, Hernando, y en su marcha al Cusco despu es de la batalla de Las Salinas (26 de abril de 1538) se detuvo ex profeso en Jauja m as tiempo del debido, a pesar de l antes de ser ejecutado (8 de los clamores de Almagro por tratar su caso con e julio de 1538). El cronista L opez de Gomara se nala que Hernando no concedi o la apelaci on ((porque no la revocasen la sentencia en el Consejo de Indias y porque ten a mandamiento de Francisco Pizarro)). El propio Porras Barrenechea, simpatizante del personaje (Pizarro. p. 581), conviene en que ((Francisco Pizarro neg o su piedad a Almagro)). Lo cierto es que Pizarro no lleg o esta vez en siete d as al Cusco, como en el viaje de 1536, sino que se demor o ex profeso desde julio de
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Pizarro, el Rey de la Baraja 1538 hasta diciembre de ese a no. Ciertamente L opez de Gomara, el mexicanista, no fue simpatizante de Pizarro, pero Hoffman Birtney, en su libro ((Los hermanos del destino)) (p. 196), anota que Pedro Pizarro, en un momento ie descuido, menciona c omo el gobernador respondi o en Jauja una carta de Hernando Pizarro enviada desde el Cusco, diciendo: ((Arregla ese asunto, as ese Al-magro no provocar a m as revueltas)), tal como lo se nala Cieza de Le on en sus Guerras Civiles (T. I p. 419). Sobre este hecho grav simo, la ejecuci on de un gobernador nombrado por el rey y la negativa de su apelaci on ante el Consejo de Indias, guardan silencio los partidarios de Pizarro. A lo m as, descargan toda la responsabilidad en Hernando y difunden la manida tesis de la ((conspiraci on)), la misma que utilizaron para precipitar la muerte de Atahualpa y de Acarpa. Seg un ellos, Pedro Pizarro por ejemplo, los almagristas hab an se nalado fecha para tomar el Cusco y liberar a su jefe. Pero la verdad es que la mayor parte de los almagristas, se cree que ciento noventa, hab a muerto en Las Salinas o despu es de esa batalla, asesinados en las calles del Cusco, o estaban fugitivos en el Collao y en Vilcabamba. De esta suerte, es concluyente que su ausencia, su demora y la respuesta dada a su hermano precipitaron la muerte de Alma-gro, a pesar de lo cual no fue comprendido en el proceso cumplido en la corte de Carlos V, el que cost o veinte a nos de prisi on a Hernando en el Castillo de la Mota de Medina del Campo. As , fue m as h abil que Cort es, que apenas tres a nos despu es de la toma de Tenochtitl an y de la muerte de Moctezuma hab a sido disminuido en sus cargos y honores por tal acusaci on. Pero fue justamente el temor a verse comprometido en el crimen de Almagro lo que a su turno condujo a Pizarro a la muerte. Quiz as para no verse culpado preri o mantener con vida a los de Chile, a pesar de las amenazas y los l en Lima. Ejecutar o desterrar a rumores que hasta 1541 se difund an contra e Almagro ((el Mozo)) y a sus secuaces lo hubiera vinculado al caso. No lo hizo. Fue uno de sus pocos errores pol ticos, pero tambi en el m as grave, y ser an el hijo y los seguidores de Almagro quienes le dieron muerte el 26 de junio de 1541. La habilidad pol tica y sus reglas tienen tambi en un l mite.
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Pizarro, el Rey de la Baraja mente elegido Presidente de la Rep ublica, con el 52,6 % de los votos. Su segundo mandato se caracteriz o por el alto nivel de crecimiento econ omico alcanzado, cuyo promedio en el periodo fue de 7 %, el mayor obtenido en d ecadas por gobierno alguno. El veloz crecimiento march o a la par de la reducci on de la pobreza, que disminuy o del 44,5 % al 31,3 % durante los cinco a nos de su gesti on, lapso en el que tambi en se observ o un gran desarrollo de infraestructura, como puertos y carreteras. El Presidente Garc a es autor de diversos libros, entre ellos: Pida la Palabra (2012) Contra el temor econ omico. Creer en el Per u (2011) Sierra Exportadora. Empleo, modernidad y justicia en los Andes (2005) Para comprender el siglo XXI (2004) Modernidad y pol tica en el siglo XXI: globalizaci on con justicia social (2003) La d ecada infame: deuda externa 1990-1999(2000) Mi Gobierno hizo la regiona- lizaci on(1998) La falsa modernidad (1997) El mundo de Maquiavelo (1994) Contra la dictadura (1992) El nuevo totalitarismo (1991) La revoluci on regional (1990) El desarme nanciero (1989) A la inmensa mayor a (1987) El futuro diferente (1982)
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Alan Garc a Perez Francisco Pizarro es una gura extensamente analizada por historiadores, escritores y autores de las m as diversas orientaciones, quienes durante casi 500 a nos se han preguntado c omo un aventurero espa nol, a la cabeza de un reducido ej ercito, logr o conquistar el Imperio de los Incas. En este libro, sin embargo, el ngulo muy ex presidente Alan Garc a ensaya un an alisis novedoso, desde un a pocas veces abordado: Pizarro, el personaje pol tico. Garc a explora en forma rigurosa los hechos hist oricos y extrae de ellos las reglas o normas pol ticas xito en la conquista de unos de los que guiaron los actos de Pizarro hacia el e mayores imperios de la Am erica prehisp anica. El libro reivindica el valor de la pol tica: Sin los caballos, la p olvora y el hierro, Pizarro no habr a logrado su objetivo. I s posible, pero como demuestran otros fracasados esfuerzos, como los de Pascual de Andagoya o Alonso de Ojeda, todos esos factores no hubieran sido sucientes sin un verdadero hombre pol tico actuando en la escena. Pizarro, el Rey de la Baraja, logra combinar el an alisis y conocimiento detallado de la historia con la agilidad y la facilidad de la lectura. Y m as all a de su car acter hist orico, nos brinda una comprensi on de la pol tica y el liderazgo, v alida para los tiempos actuales.
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