Alfonso Cano, durante los diálogos de paz en el Caguán

Por: Carlos Medina Gallego* – noviembre 6 de 2011

Con la muerte de Alfonso Cano se llega a la desoladora conclusión de que no sólo nos hemos acostumbrado a la tragedia de la violencia, la guerra y la muerte sino que hemos llegado a extremos increíbles de brutalidad y desprecio por los sentimientos tradicionales de la humanidad. Hay tratados enteros sobre los usos y costumbres de la guerra, que establecen las dignidades humanas en el marco de la tragedia que ella representa, en relación con los muertos, los prisioneros, los heridos y la población civil, en países y zonas en conflicto armado. Pero eso parece haberse perdido. Ya no se reconoce la grandeza del adversario y se construye la victoria sobre el envilecimiento del enemigo. No tiene gran valor reconocerse vencedor frente a un adversario al que sea ha desprovisto de todo mérito.

No tengo la menor duda que Guillermo León Sáenz Vargas es uno de los muchos colombianos que, desde las motivaciones de sus inconformidades y rebeldías juveniles y gracias al estudio juicioso y al conocimiento detallado de la realidad y la historia de su país, abrazaron ideas políticas altruistas, se formaron como revolucionarios y se comprometieron en la lucha por transformar las causas estructurales de nuestros conflictos.

No veo en ‘Cano’ ni un delincuente, ni un terrorista ni un criminal de ninguna naturaleza. Veo a un hombre comprometido con su país, envuelto en las encrucijadas de la guerra y obligado por las circunstancias y propias convicciones a asumir responsabilidades mayores de un conflicto que se pudo resolver con una reforma agraria y un programa nacional agrario democrático, y que ya cumple casi un siglo de vida. No veo en la historia de vida de ‘Cano’ ni el bandido, ni el narcoterrorista ni el intransigente que se ha querido presentar. Ni siquiera veo en él a un hombre de armas, a la manera de Jorge Briceño, lo que veo es a un hombre de ideas y de compromisos políticos, buscando colocarse de manera favorable frente a una lógica perversa que piensa que un proceso de paz se da según la situación de la correlación de fuerzas en el campo militar, lo que no hace más que alimentar la confrontación. Creo que la reactivación de las FARC obedece a enfrentar la lógica del gobierno, que dicta que a la guerrilla hay que llevarla derrotada a una mesa de negociación y eso no va a ocurrir.

Un ejército se llena de gloria sólo cuando reconoce la grandeza de su enemigo y le da el tratamiento que corresponde a sus dignidades militares. ¿Qué héroes pueden ser quienes ejecutan a un bandido? Las FARC, que son mucho menos formados en las tradiciones, usos y costumbres de la guerra, al momento de entregar los restos del coronel Julián Ernesto Guevara, le rindieron homenaje militar y lo despidieron como Héroe de la Patria. Eso es respeto por el enemigo, por su valor y por su grandeza.

No puede seguir siendo cierto que se reconozca el conflicto armado para concederle los derechos sólo a las fuerzas institucionales y desconocer las condiciones del enemigo y sus derechos. Tampoco que ahora se quiera sostener el fuero militar, con una historia de connivencia criminal con el paramilitarismo y centenares de miembros de las Fuerzas Militares y de Policía investigados y condenados por operaciones criminales, pues este fuero ha sido utilizado a través de la historia no para salvaguardar la dignidad de la institución sino para dejar en la impunidad los crímenes que se cometen.

‘Alfonso Cano’ es a las FARC lo que el general Alejandro Navas es a las Fuerzas Militares. Si éste hubiese muerto a manos de la FARC, seguramente sus comandantes tendrían para él el máximo de sus reconocimientos como enemigo digno. Pero el general Navas, que sabe de la guerra, también debe saber lo que significa conducir un ejército en una guerra degrada y perder todos los días hombres y oficiales. La guerrilla también llora sus muertos, que son tan campesinos como los miembros de las Fuerzas Militares, carga sus mutilados y da razón a sus familias.

Las FARC tiene muchos prisioneros, pero de todos ellos tres son los que reclamaría con mayor énfasis esa organización: los que el Gobierno Nacional entregó como ‘bandidos’ a tribunales norteamericanos. Mientras tanto, las FARC tienen en su poder a 22 prisioneros del gobierno. Alguno de ellos cumplió 15 años en cautiverio y, en general, todos ellos permanenen abandonados a su suerte y en medio del fragor de unos combates que son cada vez más intensos, por la dinámica de los operativos de las Fuerzas Militares –centrados en bombardeos, ametrallamientos y desembarcos operativos–. Me gustaría saber en cuánto pondera el gobierno el valor de sus prisioneros, de sus hombres, de sus ‘héroes’ porque hace poco por ellos en uno de los conflictos más largos de la Historia de la Humanidad. El Estado de Israel concedió por uno solo de sus prisioneros la libertad de algo más de mil palestinos.

La ‘Llave de la Paz’ no la tiene el presidente Santos. Él tiene por ahora la ‘Cerradura de la Guerra’, cuando combate con la misma intransigencia a los ‘intransigentes’ que critica. Comparto con algunos amigos la idea de que si hay alguien que tenga la ‘Llave de la Paz’ en este país son las FARC y el ELN: ocurrirá cuando ellos decidan definitivamente abandonar la guerra en un proceso de negociación discreta, donde la victoria no sea de uno o de otro bando sino de la nación colombiana y de su esperanza de futuro.

Ha muerto ‘Cano’, la estrategia ha funcionado y lo ha hecho tan bien que dejó gravemente herido el proceso de paz y taponado el camino de la solución política negociada. Quienes hemos estado empujando, desde la sociedad civil, la salida negociada al conflicto armado, con obstinación si se quiere, nos sentimos profundamente tristes, no por la muerte de Cano, que desde luego nos consterna, sino por el futuro de esta Colombia que amamos y que está en manos de quienes consideran que los problemas se arreglan por la vía de la guerra y no en los escenarios de una democracia que se profundiza en el bienestar de la población y en su convivencia solidaria.

Los analistas especulan sobre quien será el sucesor. Las FARC ya saben quien es, pero, independientemente de uno o de otro, si las cosas no se modifican, si las actitudes de las partes no cambian, el sucesor será la guerra. No hay que buscar que la correlación de fuerzas sea favorable para avanzar en el camino de la solución política, lo que hay que buscar es el equilibrio dinámico de opiniones que hagan coincidir en propósitos muy claros la voluntad de las partes en un proceso de paz sin vencedores.

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*Docente – Investigador Universidad Nacional de Colombia

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