Giovanna Priale

El presidente Alan García ha muerto

Un hombre que es y será parte de la historia del Perú

El presidente Alan García ha muerto
Giovanna Priale
18 de abril del 2019

 

Imposible no sentir una profunda sensación de dolor por la muerte del presidente Alan García. Se puede escribir estas líneas desde distintos ángulos, pero no es mi intención faltar al respeto a la memoria del ser humano, y menos aún a la familia que hoy llora la muerte de un hombre que es y será parte de la historia del Perú.

Me siento a compartir con ustedes mi experiencia como hija, con la esperanza de que aquellos que leen estas líneas piensen por unos minutos en la sociedad que estamos construyendo. Una sociedad en la que los procesos judiciales y, por ende, la culpabilidad de las personas se determinan en las redes sociales; una en la que hemos llegado a tal punto de bajeza humana que somos capaces de compartir las fotos del presidente García en la sala de operaciones, sin ningún tipo de respeto ni por él ni por su familia.

Creo que esta es una oportunidad única para reflexionar y empezar a reconstruir los valores básicos que deben regir nuestra convivencia: el respeto a la vida humana y la tolerancia de diferencias ideológicas. Debemos castigar los actos de corrupción probados, con la garantía de que el debido proceso se cumpla y sin humillar al ser humano (algo que solo sirve para satisfacer odios desenfrenados).

Hoy quiero compartir la sensación de vacío después de la muerte de mi papá y lo difícil que me resultó, como hija, aceptar su deseo de dejar de luchar contra el cáncer y verlo morir. Corrían los días de febrero del 2011 y mi papá me dijo que estaba cansado de las inyecciones y las pastillas que había recibido por cerca de once años. Me pidió que me siente y me dijo que necesitaba que yo respete su decisión: dejar de ver al oncólogo y asistir a un médico general, para concentrarnos en tratar de “tener una buena muerte”.

Fue para mi un momento sumamente difícil, pues siempre habíamos luchado juntos y mi papá me estaba pidiendo, a su manera, que lo dejara irse. Oré y le pedí fuerza a Dios para respetar la elección de mi mejor amigo. Y así ocurrió, pasaron ocho meses de sufrimiento intenso y mi papá se fue un 5 de octubre, a las 6:30 a.m.

Yo dormía en la clínica para cuidarlo de noche, pero en las mañanas me iba a recoger a mi hija —de casa— para llevarla al colegio. En ese ínterin mi papá se fue, no pude verlo dar su último suspiro. Pero la fuerza de Dios es inconmensurable y la clínica, el velatorio y la iglesia se llenaron de personas maravillosas que lo amaron y que me dieron fuerza para despedirlo de esta vida terrenal.

En este caso, la muerte del presidente García ha sido mucho más abrupta. Me imagino el profundo dolor de sus hijos y solo puedo contar mi testimonio con la mayor humildad.

El camino que siguió a esos días fue muy complejo en todos los sentidos. Pero mi papá dejó marcados en mí, no solo su profunda capacidad de amar y su generosidad permanente, sino también su valentía para afrontar el camino hacia la muerte con la misma resignación con la que vio morir en sus brazos a su hijo de nueve meses de edad.

La vida duele, dicen algunos, y sí que es cierto. A pesar de eso, siempre valdrá la pena vivirla por todo lo bueno que podemos hacer por aquellos que necesitan nuestra ayuda, aprendiendo a perdonar y a dar lo mejor de nosotros. Porque nuestra vida es un regalo y esta será finalmente el resultado de lo que nosotros decidamos hacer con ella.

 

Giovanna Priale
18 de abril del 2019

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