Rómulo Gallegos, uno de los civiles
Credit: Shari Avendaño @shariavendano

El  2 de agosto de 1884 nació en Caracas Rómulo Gallegos Freire, hijo de Rómulo Gallegos Osío y de Rita Freire Guruceaga. Esta pareja componía un hogar con seis hijos y escasos recursos, del que Rómulo era el hijo mayor. Ingresa al Seminario de Caracas a los 10 años, decidido a vestir sotana para siempre, y allí estuvo durante 24 meses hasta que en 1896 fallece su madre, y se ve en la necesidad de regresar a casa, a ayudar a su padre con la educación de sus hermanos menores.

Para costearse los estudios de secundaria trabaja de maestro de escuela primaria en el Colegio Sucre, y así alcanza a graduarse de bachiller, título con el que se fue al sepulcro, porque las crujidas económicas le impidieron ir más allá del segundo año de Derecho en la Universidad Central de Venezuela. Ni entonces ni después la vida fue “miel sobre hojuelas” para el maestro Gallegos.

Las tres facetas principales de la vida del caraqueño -profesor, escritor y hombre público- se desarrollaron casi paralelamente, aunque lo primero que ejerció fue la docencia, y muy pronto la escritura se le impuso como un imperativo, y la vida pública vino a ser una consecuencia de sus tareas anteriores.

Gallegos fue el hombre-puente entre la generación que vivía su hora estelar durante el gomecismo, y la que tocaba la puerta para modernizar a Venezuela, esa que conocemos como la generación del 28. Prácticamente todos los integrantes de esta generación fueron alumnos del Liceo Caracas, donde Gallegos se desempeñaba como sub-director y dictaba la cátedra de Psicología: curioso dato que ayuda a explicar el don para los arquetipos del que el novelista hará demostración luego.

Esa generación amó y respetó a Gallegos como a nadie, fue su emblema de reciedumbre, de dignidad, de seriedad y, sobre todo, de conciencia ciudadana y moderna. Tan es así, que va a ser esta generación la que lo invite a ser el presidente fundador de Acción Democrática (1941) y la que lo lleve a la Presidencia de la República en las primeras elecciones democráticas (universales, directas y secretas) de 1947. Sus antiguos alumnos lo llevarán en hombros hasta  el altar de las decisiones públicas.

Pero si hiciéramos el ejercicio de imaginar que nuestro hombre-puente no hubiese escrito un solo libro, pues ya su condición de tal sería impensable. La enorme ascendencia de Gallegos sobre sus contemporáneos se completa con su obra literaria. El tótem de la tribu domina la palabra, de no ser así, no lo sería. (Phentermine) Además, sus obras no son cualquier cosa.

Si bien es cierto que el joven Gallegos se inicia escribiendo ensayos de urgencia patriótica moderna, en la revista del grupo que fundó, La Alborada, no es menos cierto que con la novela alcanza sus cotas creadoras más altas. Por cierto, no las logra siendo un hombre demasiado joven. Cuando se publica Doña Bárbara, nuestro hombre-puente cuenta con 45 años, y ya ha publicado un libro de relatos, Los aventureros (1913), y dos novelas: El último solar (1920), que en su segunda edición cambia de título a Reinaldo Solar (1930) y La trepadora (1925).

Ya para entonces las dudas que albergaba sobre su trabajo literario eran ingentes. Sobrevive la anécdota según la cual casi lanza por la borda el manuscrito de Doña Bárbara, desde el barco que lo llevaba, con su inseparable Teotiste, a España, y que esto no ocurrió por la intervención de su mujer. Y ya el Gallegos que regresa de Europa en 1930 es otro para siempre: conoce, ahora sí, las mieles de la consagración literaria, y el educador le deja todo el espacio al hombre de letras. Se cierra la página de la enseñanza en aulas, continúa el maestro enseñando con otros soportes.

Ante la mano tendida de Gómez, quien fue lector embelesado de la novela que trabaja la dicotomía civilización-barbarie, a Gallegos no le quedó otro camino que el exilio voluntario, de lo contrario no habría podido seguir diciéndole que no a los ofrecimientos del general asentado en Maracay. Fue propicia la decisión: renunció al Senado gomecista y se fue a Nueva York, y luego se residencia en Madrid (1932), donde escribe Cantaclaro, Canaima y Pobre Negro, y regresa en 1936, cuando su vida pública se intensifica hasta alcanzar la presidencia en 1947.

El Gallegos que regresa en enero de 1958, ha sido depuesto del mando en 1948, ha vivido otro exilio, esta vez involuntario y de una década, y cuenta con 74 años. Le quedan 11 de vida, pero ya no cuenta con el élan de la escritura.

Poquísimos venezolanos han desarrollado con tanta significación tres facetas vocacionales a lo largo de su vida como lo hizo Gallegos, pero el lugar en la historia del maestro no es fruto de su pluralidad ocupacional. Lo es de su condición de hombre-puente entre dos Venezuelas, la de sus mayores y la de sus alumnos del Liceo Caracas, y de su indudable obra novelística, obra que supo, como ninguna otra, interpretar el drama de la venezolanidad de su tiempo, a tal punto que sus personajes se tornaron en arquetipos. Nada más y nada menos. Que Gallegos es uno de nuestros próceres civiles, pues eso, quién lo duda. Veamos ahora su paso efímero por el poder político.

Presidencia de la República del maestro Rómulo Gallegos (1948)

La toma de posesión de la Presidencia de la República por parte de Rómulo Gallegos, el 15 de febrero de 1948, constituyó un acontecimiento cultural de gran importancia. El escritor Juan Liscano organizó en el Nuevo Circo de Caracas un Festival Folklórico, en el que logró reunir diversas agrupaciones musicales de todo el país, y por primera vez en su historia las expresiones culturales, vinculadas con las distintas regiones de la geografía nacional, se dieron cita en un solo lugar. Esto trajo como consecuencia que cultores de distintos instrumentos, que jamás se habían visto ni escuchado, coincidieran en un mismo tiempo y espacio.

En lo sustancial del proyecto político de AD, el gobierno de Gallegos continuó con sus pautas fundamentales, pero la base de sustentación militar fue resquebrajándose, cosa que Gallegos no contemplaba, ya que su Ministro de la Defensa, Carlos Delgado Chalbaud, era tenido por el propio Gallegos como “un hijo”. Esta relación casi filial se había trabado en el exilio en España, donde el joven Delgado Chalbaud y el maestro Gallegos compartían penurias y habitación.

De modo que la confianza del Presidente en su Ministro de la Defensa era total, al punto que durante el único viaje que realizó en funciones a los Estados Unidos, en julio de 1948, dejó encargado de la Presidencia de la República a Delgado Chalbaud y no a Eligio Anzola Anzola, quien se desempeñaba como Ministro de Relaciones Interiores. Estos hechos hablan de la legitimidad con que Gallegos se conducía: era el primer Presidente electo en sufragios universales de nuestra historia, y con el porcentaje más alto que se haya dado, todavía, entre nosotros. No pensaba que fuese posible que semejante legitimidad pudiese ser vulnerada por las Fuerzas Armadas, pero lamentablemente el maestro se equivocaba.

El sector determinante de los militares, que calladamente adversaba a Betancourt, fue articulándose contra el propio Betancourt y el gobierno de Gallegos. Mientras tanto, el expresidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno seguía con atención el proceso político a la par que participaba en Bogotá en la creación de la OEA, organismo que se constituyó en sustitución de la Unión Panamericana. Las molestias en el sector de la población afecta a algunos de los presidentes de la hegemonía militar tachirense seguían en aumento, y se canalizaron a través de un error que venía cometiendo tanto el gobierno de Betancourt como el de Gallegos: el de gobernar con la sola gente de su partido, dejando de lado a otros sectores nacionales.

La acusación de sectarismo fue tomando cuerpo día a día. Ella venía a contribuir con el proyecto militarista en el seno de las Fuerzas Armadas, proyecto capitaneado por Marcos Pérez Jiménez, y seguido con enormes dudas por parte de Delgado Chalbaud, quien terminó saliendo de la escena dos años después.

La oposición arreció en sus ataques a AD, las fuerzas económicas establecidas, también; mientras, los cuarteles vivieron en un hervidero de diatribas y conspiraciones en torno al proyecto político en marcha. Para colmo, se develó una conspiración internacional que tenía previsto el bombardeo de Caracas el día de la toma de posesión de Gallegos. Esta conspiración la urdían desde sus países los dictadores Rafael Leonidas Trujillo (República Dominicana) y Anastasio Somoza (Nicaragua), pero no pasó de un proyecto delirante, que no se hizo realidad.

Abundan documentos desclasificados del Departamento de Estado de los Estados Unidos de Norteamérica que dan fe de la preocupación de su Embajador acreditado en Caracas, ante el cambio de mano del poder y el clima hirsuto de la vida nacional. Esto lo revisa con detalle Simón Alberto Consalvi en su libro Auge y caída de Rómulo Gallegos, donde publica buena parte de estos documentos desclasificados.

La toma de posesión

Examinemos ahora la toma de posesión, el discurso de Gallegos y los actos convocados para la celebración, en la medida en que estos últimos tuvieron una importancia señalada para la transformación ciudadana nacional. El 15 de febrero de 1948 tuvo lugar en el Congreso Nacional el discurso  de toma de posesión de Rómulo Gallegos, después de su juramentación como Presidente de la República, ante el presidente del Poder Legislativo: Valmore Rodríguez; los vicepresidentes Simón Gómez Malaret y Elbano Provenzali Heredia, así como el presidente de la Cámara de Diputados, Luis Lander, y los vicepresidentes César Morales Carrero y Jesús María Bianco. Este Congreso Nacional y sus directivas, comenzaron funciones el 2 de febrero de 1948.

Fue una disertación breve y bellamente escrita, como era natural esperar. Comenzó reconociendo el valor de la Junta Revolucionaria de Gobierno, al afirmar: “Dos años largos han estado el escepticismo y la malicia provenientes de continuada experiencia en burlas sufridas, dudando de la sinceridad republicana de la fundamental promesa de la Revolución de Octubre, pero ya ha podido volver la confianza a los corazones de buena fe, porque al fin ha habido gobernante venezolano –siete hombres que componían una sola persona política- que no mintió, que no engañó, que no traicionó” (Doc que hicieron historia, 1989: 404).

Se refiere Gallegos a la promesa de los integrantes de la JRG de no postularse como candidatos a la Presidencia de la República y el cumplimiento de ese compromiso, por más que alguno de ellos haya pensado que no ha debido ser así. Nos referimos al Ministro de la Defensa, Carlos Delgado Chalbaud, quien, según refiere Ocarina Castillo en su biografía del personaje, Carlos Delgado Chalbaud (1909-1950), le propuso a Betancourt que no permitiera que el candidato fuese Gallegos y que se presentara él, proposición a la que Betancourt se negó con sobradas razones. Esto se lo refiere así José Antonio Giacopini Zárraga a Castillo en entrevista sostenida con motivo de la investigación que adelantó para la biografía. Por otra parte, es justo reconocer que fue éste un caso extraño en la historia republicana (el de la JRG), ya que de promesas incumplidas ha estado abultado su devenir, sobre todo cuando se ha tratado de la entrega del poder en manos de otro.

Sigue Gallegos, explicando por qué no constituye un gobierno de coalición nacional y sí uno de partido. Afirma: “Espero que nadie, dotado de ideas positivas y claras a este respecto, pretenda que yo me haya comprometido a desnaturalizar la fuerza política que me rodea, homogénea y bien definida, componiendo gobierno con elementos de todos los partidos en que actualmente se divide la opinión, práctica de emergencia sólo realizable en los momentos de crisis política o de peligro nacional, que de ningún modo son los actuales, y a la cual, por otra parte, no irán a prestarse las fuerzas ya organizadas de la oposición.”(Doc que hicieron historia, 1989: 406)

A la distancia de los hechos, advertimos al maestro Gallegos leyendo la realidad política sin percatarse de que el momento era distinto. Apenas dos años antes había cambiado radicalmente el escenario, después de 45 años de gobierno de una hegemonía militar tachirense. La situación no podía ser de absoluta normalidad institucional como el maestro creía, tampoco era probable creer que los dolientes del largo estado de cosas anterior se quedarían de brazos cruzados. La enseñanza de este costoso error contribuyó a articular 10 años después el Pacto de Puntofijo.

Era un hecho que un sector determinante de las Fuerzas Armadas no estaba de acuerdo con la democracia representativa instaurada, por más que las elecciones hubiesen certificado la voluntad popular y los niveles de abstención hubiesen sido ínfimos. También, era un hecho que iniciar una reforma política de tal envergadura en soledad, sin el concurso en el gobierno de todas las fuerzas políticas y sociales que han podido respaldar el proyecto, se demostró con los hechos que era un camino equivocado.

¿Estamos ante un caso de confusión entre los deseos y la realidad? Es posible. Es cierto que el origen de la autoridad de Gallegos era legítimo, pero no era cierto que el Alto Mando de las Fuerzas Armadas estaba inclinado a cumplir con lo pautado en la Constitución Nacional, como se demostró luego, por más que el maestro Gallegos creyera en la buena fe de ellos.

Veamos lo que afirma sobre el Ejército en el discurso: “Pero vuelve sin pretensiones inaceptables de constituir un Estado dentro del Estado, de arrogarse privilegios de casta dirigente de la política, sin reclamar herencia de aquellos hegemones armados que se tenían usurpada la función de grandes electores de Venezuela. Vuelve a cultivar su espíritu institucional quitado de la política y será cuidado de mi Gobierno que lo nutra y lo fortifique en fuentes que no le desnaturalicen lo esencialmente venezolano que ha de palpitar siempre en el corazón del soldado venezolano.” (Doc que hicieron historia, 1989:410)

Lamentablemente, nueve meses y nueve días después de la toma de posesión, el Ejército incurrió en todo lo que el Presidente Gallegos estimaba que no incurriría.

Es evidente que lo pautado en la Constitución Nacional de 1947, fuente de la legitimidad y autoridad de Gallegos, apuntaba hacia la creación de un Estado moderno, democrático representativo, de rasgos liberales y estatistas a la vez, pero todo ello estaba en el papel, en el deber ser que estableció una Asamblea Constituyente al redactar la carta magna, y había fuerzas internas que se oponían a este desideratum.

Entre ellas, la militar, pero también un sector empresarial se oponía y, además, vastos sectores conservadores de la sociedad, que veían en la eclosión democrática una pérdida de algunos privilegios. Sin ser oposición propiamente, la incipiente cultura política y ciudadana del venezolano de entonces, conspiraba contra el proyecto, ya que no se contaba con masas convencidas de su importancia y, las organizaciones sociales que hubieran podido articular una defensa poderosa del proyecto, estaban recién nacidas.

Por otra parte, lo anterior hace aflorar un hecho que no podemos olvidar: el concepto moderno de Ciudadanía había dado varios pasos hacia adelante, y los hemos enumerado antes con detalle, pero un sector reaccionario importante de la sociedad veía el juego político como “un desorden”, la participación organizada de sectores preteridos, como una “fuente de anarquía”, y las diferencias entre proyectos políticos distintos como “una amenaza para la unidad nacional”. Es decir, frente a los avances hubo una reacción conservadora de distintos grados. Por ejemplo, veremos luego como la Junta Militar que derroca a Gallegos derogará la Constitución Nacional de 1947 y acogerá la de 1936, con las reformas de 1945, pero se reservará la validación favorable y la aplicación de los aspectos de la de 1947 que consideran “progresistas”. Se erigen como árbitros sin serlo, una vez más.

Por su parte, el Gabinete Ejecutivo nombrado por Gallegos refleja una continuidad en áreas neurálgicas. Carlos Delgado Chalbaud continúa en el Ministerio de la Defensa; Juan Pablo Pérez Alfonzo en el Ministerio de Fomento y Raúl Leoni en el de Trabajo; Edgar Pardo Stolk sigue al frente del Ministerio de Obras Públicas, así como Edmundo Fernández permanece al mando del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social. Los cambios ministeriales estuvieron en Cancillería, detentada ahora por Andrés Eloy Blanco; el Ministerio de Relaciones Interiores, Eligio Anzola Anzola; Ministerio de Hacienda, Manuel Pérez Guerrero; Ministerio de Educación, Luis Beltrán Prieto Figueroa; Ministerio de Agricultura y Cría, Ricardo Montilla; Ministerio de Comunicaciones, Leonardo Ruiz Pineda; y Gonzalo Barrios, Secretario General de la Presidencia de la República.

Con motivo de la toma de posesión de Gallegos, dada la significación internacional del personaje, vinieron muchos invitados de otros países. La lista asombra: Archibald Mac Leish, poeta laureado norteamericano y representante personal del presidente Harry Truman, Nicolás Guillén, Fernando Ortiz, Andrés Iduarte, el biógrafo de Bolívar, Waldo Frank, Salvador Allende, Germán Arciniegas, Luis Alberto Sánchez, entre otros.

Además, como dijimos antes, tuvo lugar la llamada Fiesta de la Tradición, organizada por Juan Liscano y Abel Vallmitjana en El Nuevo Circo de Caracas: un festival musical, danzístico que se tiene como un hito de la cultura venezolana y de la comprensión de las manifestaciones folklóricas del país. Este Festival, sin duda, fue una revelación nacional, ya que en una nación sin comunicaciones expeditas, fue una sorpresa el mutuo conocimiento de cerca de 600 agrupaciones de todo el país que, en la mayoría de los casos, nunca habían venido a la capital y, todavía más importante, se desconocían totalmente unas a otras. En este sentido, fue un paso fundamental para el descubrimiento de las distintas zonas culturales de la Nación entre sí y un puente hacia la conciencia venezolana de formar parte de una República.

Para los estudios de antropología y etnomusicología en Venezuela este acontecimiento fue un hito, una suerte de piedra angular para los estudios de la venezolanidad. En este y otros sentidos, lo que representó para la Ciudadanía cultural no fue poco. Tómese en cuenta que el acto celebratorio de la toma de posesión no consistió sólo en un desfile militar, que lo hubo, ni en un evento circunscrito exclusivamente al Palacio Federal Legislativo, que también lo hubo, sino que fue un evento del pueblo, representado por sus artistas, señalando así a otro protagonista de la vida social, distinto al hombre de armas e, incluso, al hombre de partido.

El meta-mensaje que se quiso dar es evidente: aquí está el pueblo de Venezuela cantando y bailando, en escena, frente a la comunidad y con testigos excepcionales del extranjero, además de los militares que desfilan con su armamento. La celebración fue netamente civil, más que militar, como había sido antes, y los civiles escogidos fueron los humildes artistas del pueblo venezolano, gracias al trabajo de campo que durante años Juan Liscano efectuó a la largo de toda la geografía nacional. El cambio era notable.

El 29 de abril de 1948, dos meses y dos semanas después del discurso de toma de posesión, el Presidente Gallegos pronunció la alocución anual de rendición de cuentas, que el Jefe de Estado estaba constitucionalmente obligado a dar ante el Congreso Nacional, por más que tuviera muy breve tiempo al frente del Estado.

Gallegos aprovechó la disertación para trazar un bosquejo de su filosofía política, al referirse a lo contemplado en la Constitución Nacional de 1947 y asumido por él. Afirmó, refiriéndose a la carta magna: “Democrática, popular, ampliamente garantizadora de los derechos políticos de la ciudadanía venezolana, mantenedora de los fundamentos liberales del orden social y al mismo tiempo previsiva de las formas de equilibrio económico y de justicia social a que forzosamente han de adaptarse los modos complejos del Estado moderno.” (Gallegos, 1954: 312).

En otras palabras: una democracia liberal representativa, con las atenciones sociales (¿keynesianas?) que se impusieron en el mundo occidental a mediados del siglo XX, por la confluencia de varios factores. Más adelante, Gallegos se deslinda del comunismo, aunque esta ideología nunca formó parte de su instrumental intelectual, sí era causa de acusación permanente contra su partido y el gobierno de Betancourt, ya que en sus orígenes, como está suficientemente documentado, Betancourt y sus compañeros asumieron el marxismo como método de análisis histórico.

Afirma, el maestro: “Para declarar que no compartimos la ideología comunista, que no tenemos por qué compartir la suerte que a ella le esté reservada. No perseguiremos a quienes la profesan porque la ley, delimitadora de nuestra conducta de gobernantes, no nos lo permite y porque, además, estamos convencidos de que las cruzadas de exterminio de ideologías no producen sino mártires que las exaltan. Estamos obligados a combatir el comunismo porque somos sinceros al no profesarlo y lo combatimos con procedimientos lícitos y, además, eficaces; los más eficaces sin duda alguna: sustrayendo de la seducción de las promesas del marxismo el ansia de justicia y de bienestar que atormente el alma popular y ello por medio de realizaciones prácticas, positivas, concretas.” (Gallegos, 1954: 314)

En materia internacional, Gallegos alude a la Conferencia Interamericana de Bogotá, donde Betancourt es jefe de la delegación y se juega la creación de la OEA (Organización de Estados Americanos) y el énfasis que su gobierno coloca en esto. Alude al lamentable asesinato de Gaitán y se lamenta por los hechos de violencia ocurridos en Bogotá.

Luego, se detiene en temas administrativos y petroleros, señalando el gran incremento de los ingresos que el Estado percibe por el cobro del impuesto a las concesionarias. Después, enumera lo hecho en materia de electrificación, vivienda, aviación comercial, navegación marítima y lo estructurado a partir de la creación de la CVF. Anuncia, pues, la continuidad administrativa de lo hecho, evidenciándose que se trata de la extensión de un gobierno de su partido. Advierte los logros de la lucha contra la malaria y anuncia que los estudios para la construcción de la autopista Caracas-La Guaira están listos y que ya comenzaron los trabajos de movimientos de tierra.

También, anuncia que su gobierno colaborará con la Municipalidad de Caracas en la construcción de la avenida Bolívar, ya proyectada. Continúa con una relación de lo hecho y por hacer en materia laboral y educativa. En este último aspecto es en el que coloca más énfasis y le dedica mayor espacio. El discurso es importante y, curiosamente, se ha reproducido muy poco, escogiéndose preferiblemente el del 15 de febrero en la toma de posesión. Sin duda, representativo también de su pensamiento y de lo que sería su breve gobierno.

Por cierto, quizás el señalamiento especial de la autopista Caracas- La Guaira por parte de Gallegos se deba a que fue un típico proyecto ejemplar de la continuidad administrativa entre el gobierno de la JRG y el suyo, ya que Arcila Farías en su historia del Centenario del Ministerio de Obras Públicas (MOP) destaca que los estudios se iniciaron en 1945, durante el gobierno de Medina Angarita, y concluyeron en 1947, iniciándose la obra de inmediato.

Hasta aquí la relación de los inicios del gobierno de Gallegos. Quedó claro para la ciudadanía que se trataba de un gobierno de continuidad, en lo esencial, del anterior, que era un gobierno de un partido político, y que lo presidía un escritor-educador, no un militar ni un político profesional.

También estaba claro que la efervescencia de la oposición no amainaba, que en los cuarteles tampoco había sosiego, y que el país lejos de adentrarse en un territorio de “concordia”, como quería el Presidente Gallegos desde sus discursos en la campaña electoral, seguía en estado de agitación.

Elecciones Municipales y viaje a USA

El 9 de mayo de 1948 tuvieron lugar las elecciones municipales en todo el país, salvo en el Distrito Federal y los Territorios Federales, circunscripciones donde se había elegido el 14 de diciembre de 1947. La abstención fue alta, pero no tanto como señaló un sector de la oposición, exagerándola para advertir que el pueblo estaba cansado de otra justa electoral. Votaron 693.154 personas; bastante menos que en 1947, cuando sufragaron 1.183.764 venezolanos y menos, a su vez, que en 1946, cuando para las elecciones de la Asamblea Constituyente introdujeron su voto 1.395.200 electores. Debe señalarse que la disminución a casi la mitad con apenas cinco meses de distancia, también se debió a que no votaron los caraqueños, que desde entonces era la circunscripción más grande.

No obstante lo dicho, la disminución fue tema de controversia. Para unos, las fuerzas reaccionarias a la democracia, una prueba más de la falta de preparación del pueblo venezolano para el ejercicio de la misma; para otros, los de la oposición al gobierno, una señal de hartazgo por parte de la población en relación con el señalado sectarismo adeco, bandera permanente de Copei, URD y el PCV y, para AD, ha debido ser una señal de alarma en relación con la pedagogía nacional que se hacía necesaria para sembrar el espíritu democrático y entusiasmar a la mayoría de la población con el voto.

No parece que fue así: desde el poder pareciera que se le atribuyó la abstención al cansancio de la población después de cuatro elecciones en apenas dos años. Por otra parte, desde el sector militar seguramente la abstención fue vista como una señal de falta de respaldo al proyecto político emprendido por AD y, quizás, un resquicio a favor del acariciado por ellos.

La fábrica de rumores sobre el descontento militar iba en aumento, quizás por ello el Presidente Gallegos en el momento de viajar a los Estados Unidos dejó encargado de la Presidencia de la República a su Ministro de la Defensa y no al de Relaciones Interiores, como era costumbre. El viaje se originaba en una invitación formulada por la Casa Blanca el 12 de abril de 1948; el motivo estribaba en la entrega de una estatua de Bolívar que el gobierno venezolano había donado a un pueblo del estado de Missouri, que lleva el apellido del Libertador.

Antes del viaje, el clima de agitación nacional era considerable, lo que llevó al Gabinete Ejecutivo, el 19 de junio, a autorizar al Presidente la aplicación del artículo 77, el que lo facultaba para las detenciones preventivas. Sin embargo, Gallegos mantuvo la calma, dio una alocución tranquilizadora y salió de viaje el 1 de julio, llegando al National Airport de Washington en la tarde, en el avión del Presidente Truman, The Independence, que había sido enviado para llevarlo del aeropuerto de Maiquetía a la capital norteamericana.

El relato de la visita de Gallegos a los Estados Unidos de Harry Truman lo hace formidablemente Lowell Dunham en su libro Rómulo Gallegos, vida y obra (1957). A este trabajo remitimos a quienes quieran profundizar en los detalles. El 5 de julio de 1948 en el pueblo Bolívar de Missouri, Gallegos leyó un ensayo excepcional sobre el héroe. “Un hombre-pueblo” se titula la disertación y comienza haciendo alusión a que el apellido Bolívar es toponímico, ya que se trata de una pequeña puebla en el país vasco. Añado, significa “molino de la ribera” en euskera. Gallegos alude a que el pueblo de Missouri también lleva su apellido.

Luego, lo más significativo es la exaltación del Bolívar civil. Dice Gallegos: “Pero viene al caso, que en seguida debo aprovechar, pedirles a los maestros de escuela de esta tierra de magistrales disciplinas, que no le hablen a sus discípulos del Bolívar de las batallas famosas, como no sea para enseñarles, con ánimo educativo del propio amor, que en un mismo año fueron, allá la de Carabobo, decisiva de la libertad de mi patria y aquí la constitución de Missouri en Estado de la Unión… Pero que no les perviertan y les estraguen el gusto, que sólo en aplicaciones a formas serenas de paz debe complacérseles, describiéndoles a este grande hombre de América solo como un General de batallas difíciles…” (Gallegos, 1954: 338) Y más adelante, para reforzar su tesis, apela a las palabras del propio Bolívar en el mensaje al Congreso de Cúcuta, en las que el héroe se lamenta ser “el hijo de la guerra” y no “un ciudadano para ser libre y para que todos lo sean”.

Luego, en su discurso en la Universidad de Columbia, al recibir el Doctorado Honoris Causa de manos del presidente de la universidad, el general Dwight Eisenhower, se centra en el tema del título de su disertación: “De las letras a las armas”, vinculado con el bolivariano anterior. Otra vuelta de tuerca sobre la voluntad de levantar la República sobre hechos civiles, sin que por ello se niegue la necesidad de los militares.

Como vemos, en los dos discursos se expresa el mismo norte de colocar el énfasis en la Ciudadanía: pasando la página guerrera y exaltándola solamente en caso de necesidad. Gallegos advertía el drama porque el caso venezolano, históricamente, era el de una República civil que por fuerza de los hechos había estado intervenida por la impronta militar. Este tema, además, fue una constante del pensamiento desde que dirigía liceos y colaboraba con la revista Alborada, en 1909, y ahora, desde la tribuna presidencial seguía insistiendo en su prédica pedagógica, cuando su magisterio se había extendido más allá de las aulas.

El 14 de julio regresó a Caracas en el Independence del Presidente Truman, después de un periplo intenso. Mientras tanto, su Ministro de la Defensa pasaba por una prueba de fuego. El Presidente Gallegos quería a Carlos Delgado-Chalbaud con especial acento. Él y su mujer vivieron en el apartamento que alquilaban los Gallegos en Barcelona (España), donde fueron tratados como parientes cercanos, en 1935, cuando el escritor estaba en el exilio. Desde entonces, tanto Don Rómulo como Doña Teotiste tenían un particular afecto por la pareja, que entonces era de unos jóvenes de 26 años. Por esto y por otras razones, al Presidente Gallegos le resultaba difícil creer que el Comandante Delgado formara parte de una conjura en su contra. No cabe la menor duda de que Gallegos era un hombre de buena fe.

En Maiquetía, al no más bajarse del avión, el Presidente pronunció estas palabras. Dijo: “He dejado encargado de la Presidencia de la República al Comandante Delgado Chalbaud, y algunos temerosos o maliciosos quizás se imaginaron que había cometido yo un acto de audacia insólita. No, no fue audacia, fue seguridad, fue confianza. Yo estaba seguro de la clase de hombre, de la calidad humana del Comandante Delgado Chalbaud, hombre en quien se puede tener confianza absoluta…” (Consalvi, 2006:133)

Se equivocaba el maestro. En el sitio, inmediatamente respondió el Comandante Delgado, aludiendo a la generosidad de las palabras del Presidente y apuntando a que el honor que recibía lo aceptaba como integrante de las Fuerzas Armadas. El drama iba creciendo: Gallegos no podía creer que Delgado formara parte de una conspiración militar en su contra, y Delgado “deshojaba la margarita” ante lo que veía crecer ante sus ojos: el descontento del Jefe del Estado Mayor, el Comandante Marcos Pérez Jiménez, cada día más enconado, aunque disimulaba, contra la Presidencia de Gallegos, alegando que el descontento era de las Fuerzas Armadas en general, y no suyo, exclusivamente. Estamos en julio de 1948.

Hacia el desenlace de noviembre

Abundan testimonios periodísticos sobre el clima de agitación política que vivía el país que, lejos de amainar iba in crescendo, por más que el Presidente Gallegos diera muestras permanentes de espíritu de concordia y tolerancia democrática. En este clima de crispación, el gobierno presentó ante el Congreso Nacional, a través de su Ministro de Educación, Luis Beltrán Prieto Figueroa, el proyecto de Ley Orgánica de Educación Nacional. El 10 de agosto de 1948, se lee la firma de Prieto en la Exposición de Motivos.

Es de hacer notar que el tono del texto es menos conflictivo que el del Decreto 321 de 1946, lo que señala un aprendizaje en relación con temas sensibles de la sociedad venezolana. Esto, también es posible advertirlo en la tesitura del texto del Presidente Gallegos, bastante alejado de la diatriba y del verbo hiriente.

En la Exposición de Motivos se acuña el concepto de “Humanismo Democrático” que anima al gobierno en materia educativa y el de “Estado docente”, que ha pervivido en el tiempo hasta nuestros días. Además, queda claramente establecido el papel en la tarea educativa tanto del Estado como de los particulares, así como de las fuerzas políticas en juego en la sociedad. Se lee: “La educación tiene que ser, sin duda, neutral frente a la lucha de los partidos que se disputan la adhesión de la ciudadanía dentro de las regulaciones constitucionales, pero no puede serlo en relación con los fundamentos mismos del orden democrático. Por el contrario, ella está obligada, como función esencial de la vida colectiva, a sostener el pleno imperio de los principios y de las instituciones que garantizan el respeto a las libertades civiles y políticas, y la permanente vigencia de una realidad jurídica que se basa en los derechos esenciales de la personalidad humana. No hacerlo sería contrariar vitales intereses de la sociedad y del Estado.” (Rivas, 1992: 713)

 Quedan establecidos los campos de acción, así como el compromiso del Estado ante los principios democráticos que se compromete a velar, por encima de la natural diatriba política. Subyace un concepto de Ciudadanía, prevaleciente sobre la parcialidad política, ya que se presupone un pacto tácito entre los distintos factores de poder de la sociedad. Ya al final del texto, se especifica todavía más el papel concebido para los factores: “Para alcanzar sus objetivos en materia de educación, el Estado necesita contar con el estímulo comprensivo de toda la ciudadanía, el apoyo generoso de los sectores económicamente favorecidos y la colaboración de orden técnico que pueda prestarle la iniciativa privada. Tratándose de una función esencial, cuya marcha afecta a la democracia venezolana, nada podría justificar frente a lo que a ella atañe el egoísmo indiferente de cualquier grupo social, ni menos el receloso antagonismo derivado de consideraciones partidistas.”  (Rivas, 1992:722)

 En materia petrolera, el gobierno de Gallegos introdujo en el Congreso Nacional, el 5 de octubre de 1948, el Proyecto de Reforma Parcial de la Ley de Impuesto sobre la Renta que, una vez discutido, fue aprobado el 12 de noviembre del mismo año. El propósito de dicha reforma queda explicado en la Exposición de Motivos: “Dicha solución consiste en la imposición adicional de un 50% sobre el exceso de las ganancias que obtengan las empresas por encima de los impuestos pagados a la Nación, de esta manera quedará consagrado en la Ley el principio de que la participación de la Nación no podrá ser menor que la de las empresas.”  (Rivas, 1992: 39)

Se daba un paso importante en el camino de alcanzar el Estado mayores ingresos, vía tributos, por parte de las concesionarias petroleras establecidas en el país. Esta decisión formaba parte de la política petrolera del gobierno, esbozada entre otros documentos en la Memoria y Cuenta del Ministro de Fomento, aprobada el 14 de octubre. Allí se especifica la política de no más concesiones y la creación de una empresa petrolera del Estado. Antes, el gobierno de la JRG había decretado el 31 de diciembre de 1945 un aumento puntual de los tributos a pagar por parte de las concesionarias. Luego hubo otro, hasta que se llegó a este que citamos anteriormente, ya por la vía de una reforma de la Ley de Impuesto sobre la Renta.

En materia agraria, el gobierno de Gallegos presentó el Proyecto de Ley Agraria, pero lo dispuesto en su articulado no pudo ser cabalmente implementado por razones obvias. Será retomado por el quinquenio de gobierno de Rómulo Betancourt, de 1959-1964. No obstante, señalemos algunos aspectos reveladores. En la Exposición de Motivos se afirma: “La estructura de la propiedad territorial y el régimen latifundista de producción, ha sido la causa principal de la decadencia de nuestra economía raizal y de la depauperación y la ignorancia de nuestra población campesina que, como es sabido, compone el 75% de la población venezolana.” (Rivas, 1992: 253)

Como vemos, sí la causa de los males es el latifundio, pues al extirparlo la enfermedad cesa. Pero, la verdad es que el proyecto no se consume en semejante reducción, sino que propone la transformación del Instituto Técnico de Colonización e Inmigración en el Instituto Agrario Nacional. Este instituto comprará grandes extensiones de tierra y las dividirá en unidades de producción, se creará así la deuda agraria. Es decir, los bonos con que el Estado resarcirá a los propietarios de las tierras expropiadas. El esquema, en gran medida, fue el que se aplicó a comienzos de la década de los años sesenta, sin resultados satisfactorios. Ya estaba dibujado en 1948.

En camino hacia la crisis de noviembre, el 18 de octubre hubo un acto celebratorio en la plaza O’ Leary de El Silencio. Una multitud se congregó a recordar la fecha de insurgencia, pero también a escuchar a los oradores disipar la ola de rumores que corría por la ciudad. La especie apuntaba a las relaciones entre Betancourt y Gallegos, advirtiendo no eran las mejores, y que entre los militares reinaba el descontento. Dicen que quien se excusa se acusa, y Gallegos aludió en su discurso a la inexistencia de pliegos de solicitudes por parte de los militares.

Además, aseguró que jamás los aceptaría porque ello no estaba contemplado en la Constitución Nacional vigente. Aunque antes del Presidente Gallegos hablaron Betancourt y Pedro Bernardo Pérez Salinas, la alocución más esperada fue la del Presidente, ya que la población buscaba despejar incógnitas acuciantes. No fueron aclaradas del todo y los testimonios indican que la gente intuyó lo que estaba pasando.

Por otra parte, las Fuerzas Armadas, según se desprende de informes de la Embajada de USA, le hicieron saber a Gallegos que no querían su participación en el acto, mientras su partido consideraba su concurrencia indispensable. Gallegos optó por lo segundo, como era de esperarse.  Análisis posteriores al evento indican que la participación de Gallegos en el acto fue tomada por un sector de las Fuerzas Armadas como la prueba de que el Presidente optaba por AD antes que por ellos. Estos reduccionismos, aunque parezcan irreales, no los eran y, según la versión posterior de los propios militares que dieron el Golpe de Estado, este fue el punto de inflexión. En todo caso, la tensión estaba allí manifestándose, como veremos luego con detalle.

El gobierno de Gallegos se acercaba a su final, es probable que el maestro lo intuyera. Es seguro que advertía la vulnerabilidad de su gobierno, en medio de tan diversas diatribas y con la espada de Damócles de las fuerzas militares, históricamente acostumbradas a mandar. En verdad, una vez analizados los factores que condujeron al derrocamiento del Presidente electo se tiene la impresión de que estos fueron anteriores a su propia toma de posesión. Más aún, los motivos de la inquina de los factores adversos al proyecto se originaban en molestias que la propia personalidad de Gallegos no hubiera provocado, pero esas molestias ya estaban allí cuando comenzó su gobierno.

En cierto sentido, los factores le precedían y el presidente derrocado no pudo conjurarlos, ya que si bien es cierto que su personalidad no los hubiera engendrado, también lo es que ella no era proclive a desmontarlos, ya que en Gallegos las facultades del negociador político no se destacaban enfáticamente. Era un hombre de Auctoritas, más que un dialogante en busca de acuerdos de convivencia pacífica. En este sentido, es considerable la tesis que lo presenta como un ciudadano pletórico de virtudes, pero carente de las habilidades que se necesitaban en la coyuntura de creación de una Democracia Representativa, para la que las bases constitucionales no eran suficientes, y era necesario atender a la circunstancia histórica y las tradiciones políticas de la nación, que naturalmente apuntaban hacia otro norte. Los hechos comenzaron a precipitarse en noviembre, hasta que el Golpe Militar tuvo lugar el 24. Veamos ahora su génesis y desarrollo.

Golpe Militar del 24 de noviembre de 1948

El maestro Gallegos no consideró pertinente mantener vigilia sobre el sector castrense, ya que su legitimidad estaba blindada, mientras un grupo preponderante de los militares quería detentar el poder directamente, desconociendo el resultado de la elección democrática. Todo indica que de ese grupo no formaba parte el Ministro de la Defensa Delgado Chalbaud, pero terminó aviniéndose con él, y encabezando el Golpe de Estado militar. Se lanzaba por la borda el primer ensayo democrático venezolano. El 24 de noviembre de 1948 es hecho preso el Presidente Gallegos, el 5 de diciembre se le expulsa del país junto a su familia.

Lo sustituye una Junta Militar de Gobierno, integrada por Marcos Pérez Jiménez, Luis Felipe Llovera Páez y Carlos Delgado Chalbaud, quien la presidía.

Las investigaciones más recientes señalan que la iniciativa del golpe militar contra Gallegos la tuvieron Pérez Jiménez y Llovera Páez, mientras Delgado Chalbaud se sumó a última hora, y con muchas dudas. Se cuenta con testimonios que indican que si Delgado no se sumaba a la conjura sería dejado de lado, haciéndosele preso. De modo que su dilema era álgido: o se sumaba y encabezaba la Junta Militar de Gobierno, siendo Presidente, o se preservaba en honor a la legitimidad democrática y Gallegos, e iba preso. Optó por lo primero.

La primera alocución del Presidente de la Junta Militar es, vista con la distancia del tiempo, francamente desconcertante, dice el 26 de noviembre: “La Junta Militar quiere dejar categórica constancia de que este movimiento no se orienta de ninguna manera hacia la instauración de una dictadura militar, ni abierta ni disimulada, a fin de exigir al pueblo que no debe dejarse engañar por quienes pretenden propagar lo contrario…No se ha asumido el poder para atentar contra los principios democráticos sino para obtener su efectiva aplicación y preparar una consulta electoral a la cual concurra toda la ciudadanía en igualdad de condiciones.”

Como vemos, la justificación del golpe se basaba en la democracia que, al parecer, los militares consideraban que no había tenido lugar en la elección de Gallegos. Esta argumentación se cae por su propio peso. En el fondo, lo que estaba en marcha era la ambición de un sector preponderante de los militares por el mando, y por ello dieron lo que se llamó un golpe “frío”. Es decir, sin armas, sin resistencia, sin heridos ni enfrentamientos. El partido político que llevó a Gallegos a la Presidencia, AD, no tenía cómo enfrentar a los hombres armados.

Concluía así un período de tres años en el que dos fuerzas convivieron enfrentándose subrepticiamente: las militares que dieron el golpe el 18 de octubre de 1945, y las civiles (AD) que también participaron del mismo hecho. Se imponían, otra vez, las tendencias militaristas en contra de las civilistas, dándose la extraña paradoja de ser el comandante Delgado Chalbaud un militar civilista. En este sentido, y en otros, el hijo de Román Delgado Chalbaud será un personaje trágico de nuestra historia.

Cuando Delgado Chalbaud, Pérez Jiménez y Llovera Páez tocaron la puerta de la oficina de Gallegos, el 19 de noviembre de 1948, con un pliego de peticiones inaceptables, que mancillaban la soberanía y la dignidad de un presidente electo por voluntad popular, Gallegos les dijo, según refirió Isaac J. Pardo: “Quiero recordarles que de acuerdo con la Constitución que he jurado cumplir y defender, los dos únicos poderes ante los cuales tengo que rendir cuenta de los actos de gobierno son, en primer término, el Congreso Nacional, y luego el Poder Judicial, si es que contra mi persona es incoado juicio en la forma legal…Pero de acuerdo con la Constitución que ustedes también han jurado respetar, defender y hacer respetar, no puedo ni debo aceptar imposiciones ni rendir cuenta de mis actos ante ese otro organismo llamado las Fuerzas Armadas Nacionales…”

Ante semejante autoridad moral y pedagógica, los uniformados que incurrían en delito, iniciaron sus deliberaciones. Para Pérez Jiménez no había conflicto: buscaba el poder desde hace años, pero para el comandante Delgado fue un drama, uno más en su vida de dilemas hamletianos. Cualquiera que lea los alegatos de la Junta Militar que derriba a Gallegos y abole la Constitución de 1947, comprende que se trata de un golpe sin justificación alguna, como no sea la ambición personal de Pérez Jiménez y las ambigüedades inveteradas de Delgado Chalbaud. Ambas, amparadas en la acusación de sectarismo hacia AD y desconociendo los avances democráticos de la Constitución recién sancionada: la que hizo de las mujeres sujetos políticos actuantes y restableció la elección directa de la Constitución de 1858.

Diez años en el exilio

El Comandante Delgado, ante su “mala conciencia”, refiere el biógrafo de Gallegos, Juan Liscano, envía a Celis Paredes a conversar con el Presidente preso en busca de un avenimiento. Éste le pregunta si quiere regresar a su casa de Los Palos Grandes y el maestro le responde: “Dígale a su Comandante que hasta el 19 de abril de 1953 (fecha en la que concluía el período para el que fue electo), en Venezuela no hay sino dos sitios para mí: el palacio presidencial o la cárcel.” El 5 de diciembre de 1948 iniciaba un exilio de 10 años. Primero Cuba y luego México.

En México, en 1950, murió el epicentro sentimental de su vida: Doña Teotiste, y el 2 de marzo de 1958 en que Gallegos regresó a Venezuela, traía consigo los restos embalsamados de su mujer, para ser sepultados en su tierra. Entonces, una multitud bajó a recibirlo: era el emblema de la dignidad venezolana, la civilización frente a la barbarie, el héroe civil ante la vertiente militar traidora. Un demócrata. Diez años de exilio no habían vencido la reciedumbre del “viejo Gallegos”. Su Auctoritas no tenía parangón en Venezuela. A la magnitud arquetipal de su obra literaria, se sumaba la conciencia cristalina de un intelectual que no transigió con la estulticia.

Sin la menor duda, su conducta es emblema de un carácter nacional que sobrevive en la Venezuela de hoy, tan habitada como entonces por la vileza y lo sublime, por el delito y la honradez. El “viejo Gallegos” siempre estuvo del lado de los buenos, por eso es prócer civil del siglo XX, así como Vargas lo fue del XIX. Observemos ahora aspectos singulares de su novela más leída.

Doña Bárbara

En el colofón de la primera edición de Doña Bárbara puede leerse 15 de febrero de 1929. La editorial Araluce, de Barcelona, la publica a cuenta del autor, ya que según Ramón de Araluce: “Su novela es muy buena, pero usted en España es un desconocido y el libro no lo va a comprar nadie.” La segunda edición, de 1930, es de la misma editorial y por cuenta de ella, cuando ya era un hecho que se trataba de un éxito editorial inesperado. Sólo entonces, el maestro Gallegos dejó de afrontar con su bolsillo la edición de su libro.

El mismo año se publica por primera vez en Venezuela y lo hace la editorial Élite, de Guruceaga, quien era pariente del novelista. Desde entonces y hasta nuestros días son innumerables las ediciones y las traducciones de la Opera Magna del gran escritor.

La intrahistoria de la narración es un relato paralelo y asombroso. Gallegos estaba escribiendo una novela ambientada en el llano venezolano que se titularía La casa de los Cedeño, pero que luego trocó por La Coronela, y es por ello que se traslada en la Semana Santa de 1927 a San Fernando de Apure, a trabajar in situ. Él mismo relata en el prólogo de la edición de Doña Bárbara, publicada por el Fondo de Cultura Económica de México, en 1954, con motivo de los 25 años de su aparición, de dónde salieron los personajes de su novela. Dice, aludiendo a Pirandello: “A mí se me acercaron los míos en un lugar de la margen derecha de Apure, una tarde de abril.” Se los va presentando un señor Rodríguez quien, naturalmente, ignora que eso está haciendo. Aunque nuestro autor no lo dice expresamente, el episodio ha debido ser como una revelación.

Tiempo después, Andrés Eloy Blanco llegó a asegurar que el personaje de Doña Bárbara estaba inspirado en Francisca Vásquez de Carrillo y que la imaginación de Gallegos fue bastante más allá de lo que ofrecía esta señora de carne y hueso, de quien expresamente el autor se negó siempre a revelar su identidad. En cualquier caso, lo cierto es que para febrero de 1928 el novelista decide detener la hechura de los primeros pliegos de La Coronela en las prensas de Guruceaga porque está insatisfecho con el resultado. Aborta el proyecto, ordena romper lo impreso y se va a Europa con el manuscrito.

Su esposa, Doña Teotiste, va a operarse una rodilla con un especialista en Italia. Decepcionado con su trabajo, intenta lanzar por la borda las hojas sueltas de su novela fallida, pero Doña Teotiste lo persuade de que no lo haga y, finalmente, opta por guardar el cartapacio, en lo que probablemente haya sido una navegación tormentosa. La estadía en Bologna iba a tomar tiempo, ya que la recuperación de la operación de su mujer lo requería. Allí, sin ofuscaciones, se avino con lo que tenía escrito, lo corrigió hasta el cansancio durante los meses bologneses de junio, julio y agosto y se lo llevó a Barcelona concluido. Allí se publicó, como vimos, en febrero de 1929, con el título afortunado con que se reconoce este clásico de la literatura hispanoamericana.

Esto último que relatamos hemos podido hacerlo gracias a los trabajos de Juan Liscano, Efraín Subero y José López Rueda, quienes dedicaron mucho tiempo al estudio de la obra gallegiana. En relación con la novela, propiamente, recuerdo que su lectura me subyugó desde el principio, que de ella salí hacia La Trepadora y Canaima, que no había llegado a los veinte cuando las leí, estimulado por el fervor de mi madre y mi abuela, que eran tan gallegianas como luego fueron garcíamarquianas.

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